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Vasconia peninsular1

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En Altza (G), en tiempos pasados, si el entierro era de una niña, ''aingerua, ''cosían al ataúd un saquito conteniendo una moneda de plata de cincuenta céntimos. Antes de la inhumación se la quitaba el párroco o el que había conducido el cadáver y la moneda era para el párroco<ref>AEF, III (1923) pp. 95-96.</ref>.
 
En Andoain (G), a los niños que morían antes de haber hecho la primera comunión les llamaban ''aingeruk, ''ángeles. A la misa de Gloria que se les hacía, al principio sólo asistían las mujeres pero progresivamente se fueron incorporando los familiares varones más cercanos al niño fallecido<ref>AEF, III (1923) p. 104.</ref>.
 
En Oiartzun (G) en tiempos pasados, en los entierros de primera de párvulo la comitiva asistía a la iglesia tres días consecutivos, presidida por un varón de duelo, ''minduna, ''y tres mujeres. El hombre vestía con capa y sombrero de copa alta, ''zapela zabala ''y las mujeres además del ''mantillo ''llevaban cruzado al pecho un pañuelo de tul blanco, de flores bordadas del mismo color, ''paiñulo tul txuria, aurrian tolestua, bordatua, loratua''<ref>AEF, III (1923) p. 82.</ref>.
 
En Zerain (G), cuando se celebraba el entierro de un niño, ''aingerua, ''no había cortejo de duelo. A estos efectos se consideraba niño a quien no hubiera recibido la comunión solemne, ''komunio aundie''<ref>''Komunio aundia ''era la comunión que el niño recibía entre los doce y los catorce años; ''komunio txikia ''la que se hacía a la edad de seis u ocho años. En el País Vasco norpirenaico a esta última forma de recibir la comunión se le llamaba ''communion privée'', contrapuesta a la ''communion solennelle ''o comunión solemne.</ref>. La caja era llevada por dos muchachos de entre doce y catorce años, uno portaba las andas delanteras y el otro las traseras. A ambos lados marchaban cinco niños portando candelas encendidas. Detrás del féretro caminaban los familiares de la casa mortuoria sin vestir de luto, y los vecinos. En un principio fue costumbre que tanto los ataúdes de los adultos como los de los niños se condujeran sin tapa pero los de estos últimos continuaron llevándose descubiertos cuando aquéllos lo hacían ya con la caja cerrada. En Salvatierra (A) se recogió una costumbre similar pues el féretro de párvulo era portado sin tapa por niños y ésta se le ponía al darle tierra al cuerpo.
 
En Aoiz (N), antiguamente, existió la costumbre mantenida hasta la década de los cincuenta, de que si el fallecido era un niño o una «moza», le acompañaran en la conducción cuatro o seis niños, sin establecer diferencia de sexo. Estos niños eran los que habían echado las flores a la Virgen de Mayo o recibido la primera comunión en ese año. Llevaban unas cintas que desde el centro del ataúd caían a cada lado en número de dos o tres. Solían ir vestidos de blanco o con las prendas que habían llevado para la primera comunión. En la comitiva iban situados entre el ataúd y las laderas. También en Artajona (N) se ha constatado que de los cuatro ángulos de la caja en la que se transportaba el cadáver de un niño, salían cuatro cintas que eran llevadas por otros tantos niños.
 
En Goizueta (N), tras la cruz parroquial que encabezaba el cortejo, iba el féretro del niño. A continuación marchaban los niños y niñas de la escuela. El resto de los elementos de la comitiva era similar a los entierros de los adultos. Como en éstos, a ambos lados de la caja iban también seis muchachos con sendas hachas en la mano. El pan de la iglesia lo llevaba alguna mujer de la casa: la madre, la hermana o la cuñada. Si era menor de diez años, ''aingerua, ''la caja era portada por muchachos y, aunque no tan frecuente, podían ser también niñas las conductoras del cadáver si se trataba de una niña. No se exigía que los anderos fueran de la misma casa del difunto como solía ser costumbre entre los mayores.
 
En Murchante (N), en el entierro de un niño, «entierrillo», la caja era portada por niños y el cortejo estaba formado por niños que llevaban una vela blanca y, al igual que los mayores en el entierro de adulto, cobraban una cantidad por cada vela: una ochena (equivalente a diez céntimos) al principio y más tarde un real (veinticinco céntimos). Según los encuestados, algunos niños con picardía pretendían cobrar dos veces valiéndose para ello de partir la vela por la mitad.
 
En Sangüesa (N) llevaban la caja «los infantes de coro», revestidos de sotana, bonetes rojos y roquetes blancos. Estos niños, además de realizar esta labor, cantaban con el resto del coro. De la caja colgaban una serie de cintas de seda llevadas por unos niños, denominados «los angelicos», vestidos de primera comunión o con túnicas de seda.
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