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Arrojar un puñado de tierra

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En Salcedo (A) los parientes más próximos y los demás allegados se acercaban al féretro, besaban al cadáver y se despedían de él con alguna que otra frase apropiada para estas situaciones. Después, tras depositarlo en la fosa, todos los presentes tomaban en sus manos un puñado de tierra y besándolo primero lo arrojaban sobre el ataúd<ref>AEF, III (1923) p. 26.</ref>.
En Olaeta, barrio de Aramaio (A) ubicado fuera del Valle, tiraban un puñado de tierra sobre la caja tras besarlo, ''mun eman; ''por el contrario en el resto de los barrios de esta localidad arrojaban primero la tierra y después besaban los dedos. No era una tradición muy extendida.
En Elosua (G) los presentes pasaban junto a la fosa y arrojaban un puñado de tierra, primero los familiares y luego los amigos y acompañantes. Una vez habían desfilado todos el enterrador cubría el féretro. Por último se posaban las flores y coronas encima.
En Otxagabia (N), aunque en la segunda década de este siglo ya se utilizaba ataúd, en tiempos pasados el cadáver se enterraba sin éste. El sepelio era presenciado por todos los que asistían al funeral y era costumbre que tras rezar un responso cada uno echase un puñado de tierra sobre el cadáver<ref>AEF, III (1923) p. 137.</ref>.
En ocasiones los primeros en cumplir con este ritual eran los sacerdotes que celebraban la inhumación.
En Apellániz (A), después de las oraciones de rigor y de meter el féretro en la fosa, los sacerdotes cogían una palada de tierra y la arrojaban a la sepultura, tras lo cual todos los presentes hacían lo mismo con un puñado de tierra que habían besado previamente<ref>Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) p. 197.</ref>.
En Galarreta (A), una vez rezado el responso, el cura echaba con una azada un poco de tierra encima del ataúd; a continuación los asistentes tomaban un puñado, lo besaban y lo dejaban caer sobre el féretro diciendo: «Hasta que nos traigan a nosotros». Después volvían a la iglesia a rezar responsos<ref>AEF, III (1923) p. 59.</ref>.
 
[[File:7.186 Tierra al sepulcro. Grabado de Tillac.jpg|center|400px|Tierra al sepulcro. Grabado de Tillac. Fuente: Azkue, Resurrección M.ª de. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935.]]
En algunos pueblos de Gamboa (A), una vez depositada la caja en la fosa, se tenía la costumbre de echar unas paladas de cal viva, se supone que por motivos de salubridad. A continuación el cura en primer lugar y los familiares y asistentes después cogían un puñado de tierra, lo besaban y lo arrojaban sobre el féretro; algunas personas depositaban flores encima de la caja. Después, mientras los familiares y los demás asistentes abandonaban el cementerio, los mozos cubrían el agujero con la tierra extraída. Esta costumbre sigue vigente excepto en Ullibarri-Gamboa, ya que desde 1947 sólo existen nichos y un panteón.
Esta costumbre de que el sacerdote sea el primero en arrojar la tierra sigue vigente hoy en día, al menos en algunas de las localidades donde perduran las tumbas en tierra.
 
[[File:7.186 Tierra al sepulcro. Grabado de Tillac.jpg|frame|Tierra al sepulcro. Grabado de Tillac. Fuente: Azkue, Resurrección M.ª de. Euskalerriaren Yakintza. Tomo I. Madrid, 1935.]]
En Bernedo (A), después de las oraciones rituales los sacerdotes asistentes mandan introducir el ataúd en la fosa abierta y tras echar una palada de tierra cada uno se retiran. Los demás presentes cogen un puñado con la mano, lo besan y lo echan sobre el ataúd. Por último el enterrador acaba el trabajo. Esta costumbre sigue vigente hoy en día.
En algunos lugares hay constancia de que este rito se ha incorporado recientemente. En Amorebieta-Etxano (B), por ejemplo, se extendió por los años 1970-80. En Beasain (G) se ha introducido recientemente. En Allo (N) tampoco faltan quienes arrojan el puñado de tierra sobre el ataúd pero no es un rito antiguo ni está muy generalizado.
[[File:7.187 Pipaon (A) 1990.jpg|frame|Pipaón (A), 1990. Fuente: Pilar Alonso, Grupos Etniker Euskalerria.]]
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