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LOS RITOS FUNERARIOS EN IPARRALDE

60 bytes añadidos, 06:35 17 jun 2019
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== Presagios y señales, agonia ==
De entrada está la La muerte, es el término natural de una larga vejez. El anciano se convierte durante algún tiempo en un tema de preocupación. El sacerdote viene a visitarle más a menudo, los primeros vecinos se interesan por su salud, hacen visitas. Todos se preparan para el desenlace fatal.
De pronto la muerte golpea donde no se la espera, en un momento imprevisto. Se evoca aquí una especie de resignación, de destino (''jin beharra'', ''gertatu beharra zen'') como si nuestra aventura estuviera ya escrita. Agravando este concepto, el suicida la persona que padece la muerte nos muestra que existe algo en nosotros que nos supera; así reza ese dicho tan conocido: ''odolak baduela hamar idi parek baino indar gehiago''. Finalmente tenemos a ''Herioa'' quien viene a buscarnos y contra quien luchamos: el que se encuentra debilitado caerá fácilmente. Este combate se sigue con preocupación en la comunidad (sobre todo si el enfermo es joven), que hablará con naturalidad de vencido, de ataque, de remisión, de fuerza, etc. Al margen de este contexto, al que el discurso de la iglesia deberá acomodarse, existe una “lectura de las señales”.
Estas últimas son esencialmente de dos tipos: 1) eventos incongruentes, anormales (coincidencias, “contratiempos” sobre todo por la noche); 2) advertencias ofrecidas por la naturaleza misma y más concretamente por los animales. Las señales alertan a quien sabe entenderlas: ''laster norbait hilen da''. Bajo esta óptica es esencial saber leer la señal del maleficio, el aojamiento, ''belhagilea,'' y demás conjuros, ''konjuratze,'' que desean la muerte de tal o cual de entre nosotros, ''herioa desiratzea''.
Finalmente, tenemos algunas razones para creer que para muchos compatriotas nuestros de los “viejos tiempos”, los muertos seguían ejerciendo alguna actividad entre nosotros en forma de almas errantes, ''mimaarima'' ''erratiak''. Verdaderos seres intermediarios, estas ánimas errantes, siempre activas, moradoras de las sombras pero también del fugitivo destello, del aliento expirado profundamente, entraban muy difícilmente en la antecámara que la Iglesia les preparaba en espera de ese gran juicio que presuntamente sería el último. Tenemos algunas razones para creer que aunque los difuntos se marcharan, no necesariamente desaparecían. En el fondo, la Iglesia no podía contradecir esta idea, sino recogerla, dándole un sentido especial (así, al niño muerto Dios lo convierte en ángel).
La agonía ha dado lugar a prácticas que resaltan el carácter de acontecimiento público que revestía el tiempo de la muerte. Aquí en principio es donde interviene un personaje clave de las prácticas que se inscriben al margen del ritual eclesiástico, la sacristana, ''andere serora''. Ella es quien se encarga del tañido de las campanas de la iglesia y este mensaje tiene un doble sentido: 1) avisar a la comunidad de los vivos (incluyendo a los animales y a la naturaleza que marcan el paso, “viven al ralentí”); 2) ayudar al moribundo “consolándole”, “ayudándole a marchar”. De este modo, el moribundo sabía que, durante ese tiempo, él era el centro de todos los desvelos y que las oraciones le sostenían. Nadie muere solo ni abandonado.
== Asistencia cristiana ==
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