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La mortaja y sus tipos

1 byte añadido, 13:51 17 jun 2019
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En Bermeo (B) la creencia en las almas en pena ha estado tan arraigada que se les enterraba con calcetines y zapatos porque «quizás, en la nueva vida necesitarían andar para cumplir las promesas que en vida no habían cumplido». También en Gipuzkoa y en el País Vasco continental se le calzaba, lo mismo que en Navarra, lustrando con betún incluso las suelas (Aria). No ha faltado amortajadora que, conociendo la necesidad de algunas familias, dejaba «olvidadas» debajo de la cama las botas del difunto: «para que no se fueran a la tierra ya que les hacían más falta a sus familiares vivos» (Artajona).
No debía ser raro de todos modos enterrarlos sin calzado «por no caber en la caja» (MélidaNMélida-N). A este respecto, J. Garmendia recogió una anécdota ocurrida en el Valle de Ollo (N). Resultando pequeño el ataúd que había preparado el carpintero para el niño recién muerto, lo metieron descalzo. Su padre mostró inquietud de cómo se iba a presentar descalzo en el Valle de Josafat, mandó abrir la caja y dejó en uno de los costados el par de alpargatas de la criatura<ref>Juan GARMENDIA LARRAÑAGA. ''Costumbres y ritos funerarios en el País Vasco''. San Sebastián, 1991, p. 72.</ref>.
En la década de los años setenta ha comenzado a utilizarse tanto en clínicas (Beasain-G) como en funerarias (Llodio, Salcedo-A; Bidegoian, Elgoibar, Getaria, Urnieta-G; Garde, Mélida, Sangüesa-N) una suerte de sudario consistente en una sábana especial: por dentro tiene un saco higiénico en evitación de que se aprecien humores y malos olores. Cuando la muerte se produce en el pueblo, una simple sábana blanca limpia sirve de sudario, dejándoles por dentro la ropa que llevaban puesta, «para no marearles» (Obanos-N).
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