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Los chicos más pequeños que deseaban participar en estos desfiles pero a quienes resultaba imposible sostener el peso de la calavera, solían llevar unos pimientos morrones de buen tamaño, ya desprovistos del rabo y de las semillas y en los que se habían abierto algunos agujeros, dotados igualmente de sus cuerdas y de su vela.
Cuando el desfile se hacía con quince y hasta veinte de estas luminarias, el vecindario se aso- maba asomaba a las ventanas celebrando con elogiosos comentarios el paso de la cuadrilla procesional. La comitiva desfilaba despacio y en silencio. Se salía de una placeta y se proseguía por las callejas más escondidas y oscuras. Algunas noches bajaban los mocetes con sus calaveras por el paseo del Prado, bajo los árboles que hay junto a las orillas del Ebro, repitiendo sin cesar esta letra:
:''Desde los claustros''
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