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Vasconia peninsular

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Llegados a la casa, el cadáver se hallaba expuesto en el féretro sobre una mesa en el portal o entrada principal de ella. Entonces el sacerdote que hacía de preste rociaba el féretro con agua bendita y al punto entonaba la antífona ''Si iniquitates ''con el salmo ''De profundis ''que se recitaba íntegro<ref>AEF, III (1923) pp. 48-49.</ref>.
En Alegría y en Lagrán<ref>Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Muerte, entierro y funerales en algunos lugares de Alava” in BISS, XXII (1978) pp. 195-200.</ref>(A) era costumbre cantar en la casa del difunto, en presencia del cadáver el salmo ''De profundis. ''En esta última localidad, por el responso que cantaba el cabildo antes de que saliera el cuerpo pagaban los herederos dos reales como limosna.
En Zerain (G), antiguamente, el sacerdote, acompañado del mayordomo o del monaguillo, iba a la casa por el camino de la cruz, ''kurutzebidea, ''para proceder al levantamiento del cadáver. El féretro se encontraba expuesto con una vela encendida sobre él. Rezadas las preces, se cerraba la caja despojándole al cadáver de la cruz que se le había colocado, la cadena y la medalla si las tuviere y los otros objetos que pudiera llevar encima. Al sacar el cadáver se cerraban las puertas y la familia permanecía reunida dentro. Cuando regresaban del funeral volvían a abrirlas.
También en Durango (B), cuando se implantaron las funerarias en la década de los años cuarenta, éstas engalanaban el portal de la casa del difunto con colgaduras negras con galones dorados y las letras RIP. Cuando llegaba el sacerdote al levantamiento del cadáver, tras el rezo del responso, el féretro era cargado a hombros de los anderos. En esta misma localidad vizcaina se ha recogido que si el difunto era de zona urbana el sacerdote o sacerdotes, dependiendo de la categoría del entierro, acompañados del sacristán mayor ''y ''uno o dos monaguillos llamados «sacristanes ''txikitos», ''se personaban a la puerta de la casa para proceder al levantamiento del cadáver. Acudían también tres seroras llevando candelabros y un pequeño crucifijo que colocaban junto al cuerpo del difunto que se hallaba sobre una mesa cubierta con un paño negro.
En Murelaga (B), a la hora fijada, acudían a proceder al levantamiento del cadáver el sacerdote con el sacristán, éste portando un gran crucifijo de metal y dos monaguillos con ciñales. Al llegar el sacerdote entraba en la habitación mortuoria y empezaba a recitar el salmo de los difuntos. Los portadores del ataúd lo levantaban ''y ''sacaban fuera. El sacerdote entonaba entonces el salmo ''Miserere<''<ref>William A. DOUGLASS. ''Muerte en Murélaga''. Barcelona, 1973, pp. 45-46.</ref>.
En Lezama (B) al día siguiente del fallecimiento, a la hora prefijada, los familiares, vecinos y conocidos del difunto se concentraban en la casa de este último. Cuando llegaban el cura ''y ''el sacristán se congregaban en torno al cadáver y el sacerdote rezaba un responso.
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