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En Moreda (A) se recomienda igualmente comer ajos crudos. En Bidegoian (G) también decían que contra la rabia era bueno comer gran cantidad de ajos.
En Carranza (B) la relación de la rabia con los ajos se pone de manifiesto en un dicho muy extendido con el que se replica a las per-personas que se muestran malhumoradas: “Si tienes rabia, come ajos”.
En tiempos pasados ante el temor a cont raer la enfermedad también se trasladaba al afectado a centros especializados en tratar la hidrofobia.
La figura del saludador está totalmente desdibujada en la cultura actual. El diccionario de la Academia de la Lengua ofrece su definición en términos peyorativos: “Embaucador que se dedica a curar o precaver enfermedades con el aliento, la saliva y ciertas fórmulas cabalísticas o mágicas”.
Sin embargo en tiempos pasados el de saludador era oficio retribuido por los ayuntamientos mediante partidas anuales al igual que el de guardamontes o el de cirujano. Así sucedía en el siglo XVIII en el municipio vizcaino vizcaíno de Izurza<ref>Gurutzi ARREGI et alii. ''Anteiglesia de Izurza: tradición y patrimonio. ''Izurza: 1990, pp. 127-128.</ref>.
Estas personas tenían por oficio la misión de saludar a personas y ganados previniéndoles del contagio o curando los efectos de la rabia. Fue precisamente esta actividad de sanar la rabia la que más contribuyó a crear una au- reola de popularidad local para con los saludadores<ref></ref>.
Fue precisamente esta actividad de sanar la rabia la que más contribuyó a crear una aureola de popularidad local para con los saludadores<ref>Ángel GOICOETXEA. ''Las enfermedades cutáneas en la medicina popular vasca''. Bilbao: 1982, p. 51.</ref>.
Se decía que el saludador tenía que ser el séptimo hijo varón seguido de una misma familia; esta última condición no era muy estricta pues en Bizkaia se pensaba que también la séptima hija, de una serie de varones, podía serlo. En ambos casos nacían con una cruz debajo del paladar o de la lengua, que les daba el poder de retener el aceite hirviendo en la boca.
Según Azkue al séptimo de los hijos de un matrimonio sin que hubiese mediado una hija se le atribuía la virtud de curar enfermedades, principalmente la rabia. Recibía el nombre de ''salutadorea'', saludador, y se le identificaba por tener una cruz bajo la lengua. En Zeanuri (B) se decía igualmente que tenía una cruz bajo la lengua y también en las piernas, en el pecho y en las palmas de las manos. En algunos pueblos suponían que podía ser saludadora la menor de siete hermanas si no había nacido ningún hermano entre ellas. En Ezpeleta (L) había una chica saludadora que tenía una cruz en el paladar<ref>Resurrección Mª de AZKUE. ''Euskalerriaren Yakintza''. Tomo I. Madrid: 1935, pp. 420-421.</ref>.
En Tolosa (G) se admitía que cuando una madre daba a luz siete hijos varones seguidos, el séptimo nacía con una cruz bajo la lengua y era ''salutador''. Toleraba el aceite hirviendo y tenía la virtud de curar la rabia o las mordeduras de los perros rabiosos<ref>Encuesta del Ateneo de Madrid (1901-1902). ADEL.</ref>.
En Vasconia continental se creía que el séptimo hijo de una familia en la cual los seis hijos mayores fueran también varones nacía con un privilegio especial y se le llamaba ''donadua ''o ''salutadorea''. Ese privilegio consistía en la virtud de su saliva de poder curar toda suerte de males, que a su vez provenía del hecho de que su lengua tuviera una cruz<ref>Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in ''Anuario de Eusko-Folklore''. Tomo XI. Vitoria: 1931, p. 58.</ref>.
En Oiartzun (G) cuando un perro rabioso mordía a una persona sólo podía sanarla el séptimo hijo varón nacido de una misma madre, siendo condición necesaria que los siete hubiesen sido varones y que entre los mismos no hubiese nacido ninguna hembra. Este séptimo hijo solía tener una cruz en la lengua<ref>Recogido por José Miguel de BARANDIARAN: LEF. (ADEL).</ref>.
La parte fundamental de la intervención del saludador en la cura de la rabia consistía en la intensa succión de la herida y su cicatrización por el aceite hirviendo, que retenía en la boca y proyectaba con fuerza sobre ella<ref>Ignacio Mª BARRIOLA, ''La medicina popular en el País Vasco'', San Sebastián: 1952, p. 128.</ref>.
El escritor José Ramón Erauskin nacido en Hernani en 1906 describe el modo de actuar de estos saludadores. Oyó este relato a un hombre que había presenciado una curación en su juventud:
''Ori aditu zutenean, batzuek galdetu zuten ia utziko zioten kura nola egiten zion ikusten, eta esan zioten baietz.''
''Orduan, besteekin batean, joan zan gertakizun au esaten ari zan gizon ura ere, eta an ikusi zuen nola egin zion kura.''
''Bi gauzak esaten zuen arritu zutela asko gizon ura: lenengo, gizonak izatea barrena eta korajea zauri ura ala aboarekin txupatzeko; eta bigarrengo, berriz, artean irakiten zegoen olioa nola eduki zezakean aboan ezertxo ere erre gabe.''
''Eta esaten zuen, an ikusten zala argi eta garbi zerbaiten birtute berexia bazegoela salutadore arengan” arengan''”<ref>José Ramón ERAUSKIN. ''Aien garaia''. Tolosa: 1975, pp. 317- 319.</ref>.
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(Todavía recuerdo lo que nos contó un hombre que había presenciado un acto de cura. Cuando él era jovencito, bajó un día de fiesta al pueblo a oír misa y una vez que terminó ésta, fue con un amigo a una taberna.
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Allí vio a un muchacho que estaba con su padre; les dijeron que un perro rabioso le había mordido y que al momento iba a venir un ''saludador ''a curarle.
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Cuando oyeron eso, algunos preguntaron si les dejarían ver cómo le hacía la cura y les dijeron que sí. Entonces entró con todos los otros el que (me) contó este relato y allí pudo ver como (se) efectuó la cura.
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Se tumbó como le había mandado; el saludador le levantó hasta la rodilla el pantalón en la pierna que estaba enferma; allí apareció la herida que le había causado el perro hecha una costra, infectada y con la sangre coagulada.
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Entonces mandó que le trajeran una palangana y que pusieran a calentar en el fuego cierta cantidad de aceite en una sartén.
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Cuando le trajeron la palangana el saludador se puso junto a la cama de rodillas y comenzó a succionar con la boca la herida que tenía en la pierna.
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Todos los presentes se quedaron de piedra y algunos salieron de la habitación.
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Arrojaba a la palangana que tenía a su lado la suciedad y el veneno que sustraía con su boca. Así continuó haciéndolo durante un largo rato hasta que dejó la herida limpia del todo.
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Entonces mandó que le trajeran la sartén que estaba al fuego con el aceite y además una cuchara; los trajeron de inmediato.
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A continuación tomó en la boca dos cucharadas del aceite que hasta entonces había estado hirviendo y lo retuvo un momento en su boca, como si fuera agua fresca; luego lo lanzó con fuerza a la herida que acababa de limpiar.
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Al muchacho se le escapó un fuerte alarido; pero después de un momento repitió la operación.
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Luego envolvió la herida con un trapo limpio y mandó al chico a su casa; pronto se le curó el mordisco que le había dado el perro rabioso.
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Dos cosas habían maravillado a nuestro narrador: la primera el valor y el coraje que había tenido el sanador para succionar con su boca la herida; la segunda el que retuviera en su boca sin sufrir quemadura alguna el aceite que había estado hirviendo poco antes.
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Y añadía que estas cosas eran señal de que aquel saludador tenía una virtud particular).
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Las bendiciones del saludador eran también muy eficaces contra otros males. Los animales que comían alimentos bendecidos por el saludador nunca podrían comunicar sus enfermedades a los demás animales o personas<ref>Juan THALAMAS LABANDIBAR. “Contribución al estudio etnográfico del País Vasco continental” in ''Anuario de Eusko-Folklore''. Tomo XI. Vitoria: 1931, p. 66.</ref>.
== Desenlace de la enfermedad ==