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Vertiente mediterranea1

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Apodaka (A) no es lugar de frutales, si bien en los últimos años se han plantado en las huertas y en los jardines de las nuevas viviendas. En cambio, en los pueblos del norte de Zigoitia, en las estribaciones del Gorbea, Murua, Etxaguen y caseríos de San Pedro, siempre contaron con muchos frutales, sobre todo manzanos, perales, avellanos y nísperos. En Apodaka y en los pueblos aledaños, al ser términos de secano, lo que más abunda es el nogal; otros frutales son: manzanos, perales, ciruelos, guindos cerezos y membrillos.
Estos últimos años casi todas las casas tienen frutales; algunos han plantado especies que no son de la zona: kiwis, albaricoques, melocotones, etc.  En Abezia (A) es habitual tener algunos frutales alrededor de toda la huerta y en alguna finca próxima a la casa. Los informantes aseguran que pese a que no es un lugar especialmente adecuado para los frutales debido al frío, los existentes dan bastante fruta si se cuidan bien. Incluso recuerdan haber vendido fruta en ocasiones excepcionales.
Los más habituales son los manzanos de distintas variedades (reineta, de año, de Santiago), pero también hay perales, ciruelos (rojos, claudios y amarillos), nísperos, nogales, melocotoneros, membrillos, cerezos, parras, ''perucos ''(agrios y marrones), higueras, brevas, etc. Los avellanos son totalmente silvestres y también hay castañales propiedad del pueblo. Aunque en las casas suelen disponer de un tamboril para asar las castañas, aseguran que no es frecuente recogerlas.
En la actualidad sobreviven, asilvestrados, ejemplares entre las ruinas de los pueblos abandonados (Villamardones, Ribera y Lahoz) y en los límites de las huertas que existieron en su entorno.
En esta población alavesa se ha constatado el cultivo de estos árboles frutales:  – Guindos. Pocos ejemplares.
–  Cerezos. Producían cerezas denominadas ''pitorreras'', de menor tamaño que las guindas. Entre las mismas existían unas de mayor grosor y buen sabor y otras de tamaño más reducido y sabor más amargo. Los cerezos crecían en los lindes de las fincas, principalmente ribazos y en pequeños sotos. En el entorno de las iglesias siempre existía uno o más cerezos. La calidad de las cerezas variaba en función de la localización del árbol, siendo las de mayor tamaño (con más carne y menos hueso) y sabor más agradable las provenientes de los situados en huertas o en zonas más cuidadas.
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