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Este conocimiento no formaba un corpus rígido, sino permeable, ya que quien cultivaba la tierra siempre estaba abierto a probar nuevas semillas e incluso técnicas, pero desde el empirismo que suponía la comprobación de que funcionasen. A pesar del desprecio con el que se ha contemplado desde la sociedad moderna, este conocimiento tenía un cierto carácter científico pues se basaba en la técnica de prueba y error. Además era de naturaleza acumulativa, ya que los conocimientos experimentados por cada generación se agregaban al corpus recibido y se transferían a la siguiente generación. Gracias a este conocimiento acumulado cada familia sabía además cuáles eran las mejores tierras de las que disponía para cada tipo de cultivo.
[[File:Recolte_des_betteraves_fin_du_XIXe_siecle._Huile_d’Emile_Claus.png|frame|Récolte des betteraves, fin du XIXe siècle. Huile d’Émile Claus. Fuente: ''Émile Claus'' (1849-1924). Paris: Bibliothèque de l Image, 2013, p. 35.]]
[[File:Desherbage_late_19th_century._Oil_painting_by_Emile_Claus.png|frame|Désherbage, late 19th century. Oil painting by Émile Claus. Fuente: ''Émile Claus'' (1849-1924). Paris: Bibliothèque de l Image, 2013, p. 43.]]
Este saber nacía del profundo vínculo que se establecía con la tierra y es que en una economía basada en el autoabastecimiento no cabía más posibilidad que ser respetuoso con la misma, ya que de ello dependía la propia subsistencia. De hecho, a diferencia de lo que hoy en día ocurre con los campos de cultivo, expuestos a la erosión y a la acumulación de residuos químicos, la tierra de labor de estos tiempos pasados mejoraba paulatinamente con los años de trabajo siendo la más apreciada la que había permanecido labrándose durante generaciones.