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En San Martín de Unx, hasta los años setenta, todo el pueblo, incluidos los niños, acompañaba al Viático por las calles y muchos de los asistentes llevaban hachas o velitas encendidas. El cortejo llegaba hasta la puerta de la casa, pero los hijos del enfermo eran quienes, «si tenían valor», acompañaban al sacerdote hasta el lecho donde yacía aquél.
En Viana, antes de 1950, el Viático era público y eran muchos los vecinos que acudían a él. Era anunciado a toque de campana para que asistieran los hombres que trabajaban en el campo. El Santísimo salía de la iglesia custodiado por dos faroles llevados por sendos vecinos, a veces parientes del enfermo; el sacristán entregaba a los asistentes 15 ó 20 velas, un monaguillo tocaba la campanilla de trecho en trecho. Los hombres formaban dos filas y las mujeres iban detrás del sacerdote; el respeto era grande. Al llegar a la casa, los asistentes se arrodillaban en la misma calle. Mientras duraba la Comunión, el sacristán o algún particular rezaba en la calle oraciones por el enfermo, que eran contestadas por el público que guardaba silencio. Al regresar a la iglesia se rezaba de nuevo por el enfermo. Los asistentes recibían la bendición con el Santísimo y finalmente el cura leía las indulgencias que habían ganado cada uno de los presentes: 200 días ó 100 según hubieran llevado velas o no. Los miembros de algunas cofradías estaban obligados a asistir al Viático de los enfermos cuando éstos eran cofrades.