Diferencia entre revisiones de «Otros usos del horno»
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Revisión actual del 08:45 19 dic 2018
En algunas localidades de Iparralde, el calor del horno, una vez cocido el pan, se aprovechaba para esterilizar botellas llenas de puré de tomate (Ispoure, Ortzaize). Aun después de abandonar la elaboración casera del pan, los hornos se siguieron destinando a este fin. Para ello, una persona menuda debía colocar las botellas en el horno todavía caliente. No todos podían realizar esta labor, debía ser alguien de talla pequeña, frecuentemente un niño.
Elaborado ya el pan, se solía aprovechar la temperatura del horno para asar manzanas (Gorozika-B, Zerain-G, Gamboa, Narvaja-A, Ortzaize-Ip). En Gorozika también se asaban pimientos.
A veces, tras extraer las cenizas y limpiar nuevamente el horno, se metían a secar las ramas para la hornada de la semana siguiente.
Otro de los usos importantes del horno ha sido el secado de maíz. En algunas poblaciones de la vertiente cantábrica, se ha sembrado más maíz que trigo y el consumo de harina de maíz, artourune, ha sido mayor. En estos lugares, cuando se recogía el maíz a finales de septiembre, antes de desgranarlo y llevarlo al molino, se procedía y aún se procede, a un secado acelerado del mismo. Esta operación se llevaba a cabo en Zeanuri (B) aprovechando el encendido del horno, labasue. Una vez sacados los panes, se introducían en el horno durante un par de horas las mazorcas de maíz, artaburuek. A este secado se le denomina labigerrea (Zeanuri-B). En Lezama (B) obraban de modo similar, pero lo que introducían en el horno caliente era maíz en grano para que se tostase, donde permanecía hasta el día siguiente, en que se llevaba al molino.
El aprovechamiento del calor del horno de pan para secar las mazorcas de maíz también se ha practicado en otras localidades: Getxo, Busturia, Kortezubi y Ajangiz (B).
La razón de proceder al secado de maíz residía en que al llevarlo bien tostado al molino se facilitaba la molturación. Si los granos estaban húmedos existía el riesgo de que la harina quedase adherida a las piedras, dificultando la molienda. Cuando ocurría esto, no quedaba otro recurso que levantar las piedras, limpiarlas y dejarlas secar, por lo que los molineros se negaban a aceptar grano de maíz húmedo. Además, si estaba sin tostar, quedaba pegado a las piedras del molino por lo que la parte que proporcionalmente correspondía al molinero, en pago a su labor, era mayor.
En Busturia (B) se distinguía precisamente entre labartue, que era el maíz secado en el horno y que se molía sin dificultad, y aixartue, el que se secaba al aire y era más áspero.
En Kortezubi (B), donde los labradores apenas hacían pan de trigo, destinaban también sus hornos al secado de grano de maíz. Al maíz secado en el horno le llamaban labarto (maíz de horno). Generalmente molían la cosecha de una vez y consideraban que la época más adecuada para ello era la de la luna menguante de marzo. Se estimaba que el pan hecho con este maíz era más sabroso para comerlo solo o acompañando . otros alimentos que el de axarto (maíz aireado), pan obtenido de maíz secado en el predio o en el desván que se aprovechaba para tomarlo con leche.
En Begoña-Bilbao (B), al maíz tostado en el horno se le llamaba labigerra y se consideraba que era el idóneo para hacer tortas, taloak eta opilak; mientras que para hacer morokil se decía que era más adecuado el secado en el camarote, que recibía el nombre de aizeartoa. Otros, por el contrario, aseguraban que labigerra era más apropiado para hacer morokil y el secado en el desván debía destinarse a la siembra.
En Ajangiz (B), hacían labartoa en septiembre, antes de que el maíz culminara su proceso de maduración.
Por extensión, las dos clases de harina de maíz que se' obtenían tomaban su nombre de los dos procesos descritos: labartue y aixartue (Bermeo-B).
Los informantes de Getxo (B), si bien no han conocido nunca que se fabricara pan en los hornos aún existentes en su municipio, sí en cambio los han utilizado para secar maíz.
Para esta labor se procedía a calentar el horno de igual modo que en la cocción del pan, utilizando incluso para las diversas operaciones los mismos utensilios. En Getxo, para calentar los hornos, labek, introducían árgoma seca, ote, ayudándose de la irorka, instrumento de madera con un extremo en forma de horca. A continuación metían leña más grande, makurrek. Cuando se había quemado, la brasa se extendía por todo el horno para que el calor se distribuyera uniformemente. Cuando los ladrillos del horno estaban blancos, se extraían las brasas con una vara que en uno de sus extremos estaba engarzada a una tabla semicircular, utensilio que recibía el nombre de belaki. Para limpiar el horno se utilizaba un saco viejo humedecido arrollado a la punta de un palo, apero llamado ipiski. El trapo se aclaraba en agua cuantas veces fuera preciso hasta que la solera del horno quedase totalmente limpia.
A las mazorcas se les había desprovisto previamente de la perfolla, kaloka. Una vez dentro se removían varias veces. Después se dejaba enfriar el horno con el maíz dentro. Cuando las mazorcas, artaburuek, se habían enfriado, se introducían en sacos para llevarlas a desgranar al portalón de la casa. Por último se transportaba el grano al molino.
Cuando se traía la harina del molino, se depositaba en una arca mezclándola con sal y prensándola con los pies para que cupiera cuanta más (Getxo).
También en Kortezubi (B) guardaban la harina en un arca, apisonándola por encima para comprimirla. Decían que de esa forma la harina no se enmohecía. Había quien esparcía por la superficie de la misma un puñado de sal. Algunos introducían verticalmente en la masa de harina una lima de acero, la cual, creían, preservaba de los rayos. En la época en que se tomaron estos datos en Kortezubi (1925), la costumbre de moler todo el maíz y conservar su harina de la forma descrita estaba declinando, a causa de que el aprovechamiento del maíz como alimento humano había decrecido mucho, para ocupar su lugar el pan de trigo.
En Busturia (B), a este proceso de secado de maíz se le denominaba laba-suek. Se realizaba a finales de noviembre y en el mes de diciembre, en general unas quince o dieciséis veces seguidas. La primera era la más laboriosa, las siguientes resultaban más fáciles porque el horno estaba ambientado. En la actualidad algunos caseríos, muy pocos, siguen haciendo laba-suek.