A la entrada de la iglesia
Las primeras ceremonias tenían lugar fuera del recinto de la iglesia; con esto se quería significar que no se pertenecía a la Iglesia de Cristo antes de recibir el bautismo.
Llamándole por su nombre el sacerdote preguntaba al niño o niña:
- N., ¿Qué pides a la Iglesia de Dios?
Los padrinos (o el acólito generalmente) respondían:
- La fe.
El sacerdote:
- ¿Qué te da la fe?
Los padrinos:
- La vida eterna.
El sacerdote:
- Si quieres poseer la vida eterna cumple los mandamientos: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo.
A este diálogo seguía un conjunto imponente de ceremonias con las que, en la antigüedad cristiana (siglos IV al VI), se solemnizaba la entrada y el progreso en el catecumenado de aquellos adultos que querían ser cristianos. El catecumenado era un período de instrucción doctrinal y de prácticas de vida cristiana previo al bautismo; podía durar varios años y sus sucesivas etapas estaban marcadas con estos ritos que en siglos posteriores quedaron en el ceremonial del bautismo de los niños.
El primero de éstos era la exuflación: el sacerdote soplaba por tres veces sobre el rostro del catecúmeno (en este caso sobre el del niño) al tiempo que decía:
- Retírate de él (o de ella) espíritu inmundo y deja lugar al Espíritu Santo Paráclito.
Este soplo en el rostro era un gesto despreciativo hacia el demonio y con la imprecación señalada venía a ser el primero de los tres exorcismos que recibía el catecúmeno durante su proceso hacia el bautismo.
El segundo rito era la marca de la cruz. El sacerdote con el dedo índice marcaba el signo de la cruz en la frente y en el pecho del niño diciendo:
- Recibe el signo de la cruz, tanto en la frente +, como en tu corazón +; acepta la fe de las enseñanzas divinas y vive de tal manera que desde ahora puedas ser templo de Dios.
Luego imponía su mano sobre la cabeza del niño significando que la Iglesia lo tomaba bajo su cuidado y lo ponía bajo la protección de Dios.
Venía a continuación la degustación de la sal bendecida. Era el primer alimento que el catecúmeno recibía de la Iglesia. Significaba la sabiduría (el gusto) para las realidades celestiales y era un anticipo de la eucaristía y del banquete celestial. El sacerdote ponía unos granos de sal en la boca del niño diciéndole:
- N., Recibe la sal de la sabiduría. Que te sirva para la vida eterna. Luego le daba la paz.
Este rito, al igual que otros, ha sido objeto de varias interpretaciones populares. Arriba vimos que en algunas localidades (Moreda-A; Lezaun, Obanos-N) esta sal era llevada en un salero desde casa en la comitiva del bautizo. Antes de su imposición la sal era bendecida por el sacerdote.
A un defecto en este rito se atribuye, irónicamente, el que una persona sea poco graciosa. "A ese le pusieron poca sal cuando le bautizaron" se dice de una persona sosa en muchas localidades, entre ellas en Amézaga de Zuya (A). Expresiones similares se utilizan en las comarcas vascoparlantes. Bautizau orduen ez eutsien gatz aundirik imini, no le pusieron suficiente sal en el bautismo (Zeanuri-B). Se decía en Zerain (G) que si la sal utilizada era gruesa (sal de Navarra) el chico sería de genio vivo; si era escasa el niño saldría poco vigoroso: Gatza lodie, Napar-gatza, eman ezkero, jenio berokoa eta gutxigi arto ezkero, motela.
Después de la degustación de la sal venía el segundo exorcismo, seguido de una nueva signación de la frente del niño con la señal de la cruz y la imposición de manos por segunda vez sobre su cabeza.
Con esto terminaban las ceremonias que se desarrollaban a las puertas de la iglesia.