Ofrecimiento de niños en ermitas y santuarios
Tal como anteriormente se ha indicado las madres tenían por costumbre acudir con sus hijos a la iglesia parroquial para hacer la presentación del niño. También acudían en ocasiones con este mismo fin a ermitas y santuarios a pedir la protección de la Virgen o de los santos y a hacer ofrendas.
En Artziniega (A) se acudía con el niño a la ermita de San Antonio el 14 de junio y al Santuario de la Encina el primer miércoles de Pentecostés. En Hondarribia (G) algunas madres solían ofrecer la criatura a la Virgen de Guadalupe, patrona de la villa. En Artajona (N) llevaban a su hijo ante la Virgen de Jerusalén para que lo protegiera.
En Aoiz (N) los solían llevar ante la Virgen de la Misericordia o de la Visitación, patrona de la villa en la misma iglesia parroquial. Esta costumbre perdura en la actualidad. Cuando a principios de los sesenta el coche se hizo más frecuente se comenzó a visitar con los niños la Virgen de Roncesvalles.
En Viana (N) ha sido y sigue siendo costumbre llevar a los niños a la ermita de Nuestra Señora de Cuevas y ofrecerlos a la Virgen. Desde el siglo XVII hasta hace pocos años, el día 24 de junio también acudían las madres con sus hijos a la capilla de San Juan Bautista donde cantaban una salve.
En Urduliz (B) era muy común acudir a la ermita de Santa Marina considerada abogada de las embarazadas. En su festividad, el 20 de julio, acudían tanto las mujeres embarazadas como con los niños que habían nacido durante ese año. Esta costumbre sigue vigente hoy en día.
En Treviño y Valdegovía (A) se llevan los niños al Santuario de Angosto pero es una costumbre reciente, antiguamente no se iba.
En Moreda (A) aunque no era habitual la costumbre de presentar a los niños en ermitas y santuarios algunas madres les llevaban al Santuario de la Virgen de Codés.
En Nabarniz (B) llevaban los niños a la villa de Errigoiti para solicitar la protección del "santo de Errigoiti". Allí, tras oír misa, hacían que los niños besaran al santo.
Ha sido costumbre llevar el primero de los hijos no malogrados a aquellas ermitas o santuarios donde se había implorado su nacimiento. Tal es el caso del Santuario de San Juan de Gaztelugatx de Bermeo (B).
También ha sido frecuente la presentación de los niños en santuarios a la vez que las madres hacían ofrendas de trigo o cera equivalente a su peso. En el Santuario de los Santos Antonios de Urkiola (B) los padres tenían por costumbre ofrecer sus hijos a San Antonio de Padua antes que cumpliesen el año de edad. En otros tiempos los padres acudían al santuario de víspera y pasaban la noche en su interior. Al día siguiente, después de oír la misa, pedían la bendición para la criatura. Esta se llevaba a cabo con la lectura de los primeros versículos del Evangelio de San Juan. Después de este rito, el niño era pesado en una balanza denominada peso leal y los padres hacían una ofrenda en cera, aceite o trigo equivalente al peso. En la actualidad sólo está vigente la ceremonia de la bendición de los niños, umien bedeinkaziñoa, el segundo domingo de julio. Asisten muchas madres con sus niños no sólo del Duranguesado, comarca en que se halla enclavado el Santuario, sino de otras zonas de Bizkaia y de Alava.
Un ritual semejante se observó en el Santuario de Nuestra Señora de Orduña (B) donde también se solicitaba la intercesión de la Virgen para la salud de los niños. Antaño se pesaba a las criaturas pequeñas en una balanza conocida como peso de la Virgen de la Antigua, que aún se conserva bajo el camarín de la Virgen, y se entregaba al Santuario una cantidad en trigo equivalente al peso, pidiendo a la vez la protección de la Virgen. Todavía en la década de los ochenta algunas madres proseguían con la práctica de pesar a sus niños, cumpliendo la ofrenda a la Virgen con una entrega en metálico[1].
En el Valle de Léniz (G) la protectora de todos los niños es la Virgen de Dorleta. Ha sido costumbre que acudan las madres con sus hijos una vez repuestas del parto, con el fin de poner a su niño bajo la protección de María. Esta costumbre es así recogida por Aranegui: "Un informante recuerda haber visto en más de una ocasión, siendo joven, hasta una cuarentena de asnos cargados con el niño y la correspondiente ofrenda de trigo, esperando la llegada de la beata. Los padres entraban en la iglesia, dejaban en un determinado rincón el saquito del trigo, y se santiguaban no sin antes tocar la frente del niño con los dedos mojados en el agua bendita. La beata solía rezar un rosario muy largo, interminable... y cuando llegaba a las letanías iba colocando los niños sobre la mesa del altar. Terminado el rezo del rosario, se volvía a rezar una inacabable serie de padrenuestros, avemarías y glorias a todos y a cada uno de los abogados (especialistas) contra todo tipo de males y enfermedades que pudieran poner en peligro la salud de los infantes"[2].