Apertura y cierre del baile
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Ha sido común que los bailes en plazas, frontones y otros lugares públicos se abrieran y se cerraran con unas piezas determinadas. La última danza, junto al toque vespertino del ángelus anteriormente mencionado, anunciaba el final del baile y el momento de la retirada a casa, sobre todo para las muchachas. En tiempos pasados, en las zonas rurales esta apertura y cierre se hacía generalmente interpretando y bailando jotas.
En Lekunberri (N) un mayordomo y una mayordoma, elegidos mediante sorteo a las cartas, se encargaban pañuelo rojo en mano de dar comienzo al baile, así como de invitar al resto de los jóvenes a que se les unieran. En algunas localidades se abría el baile con una danza mixta de corro, el primer ingurutxo, llamado también zortziko, a cargo de cada una de las cuadrillas del pueblo[1].
En el Valle de Orozko (B) el baile se abría y se cerraba con una jota, siendo las chicas las únicas participantes al comienzo de la tarde pues los chicos no aparecían hasta que oscurecía. Igual costumbre observaban en Allo (N) donde uno de los músicos daba la señal de despedida al grito de "¡La pajera!".
En Artziniega (A) y en Artajona (N) el baile dominical se cerraba con una jota; en el Valle de Carranza (B) en los años cincuenta con una jota, después se tocaban "los puerros" y a veces un pasacalle o "bibiriketa" (sic); en Salvatierra (A) con jota seguida de vals, y en Elosua (G) con un pasodoble.
En Nabarniz (B) el que tocaba los bailables avisaba de su finalización mediante una palmada seguida del rezo de una oración (txaluu jo eta errezeu), y en Busturia (B) al anochecer, al toque de la última pieza, amaitekue, las jovencitas habían de retirarse.
Incluso hoy día (años noventa), en muchas localidades, para señalar el inicio y la finalización de una verbena, el grupo musical que anima el festejo toca una jota y un arin-arin, tal y como se acostumbraba en tiempos pasados (Urduliz-B).
El bastonero
En ciertas poblaciones la labor de vigilar el cumplimiento del horario de apertura y cierre del baile y la conducta observada durante la práctica del mismo estuvieron encomendadas a determinados cargos de la mocería o a la autoridad pública.
En la comarca de Gamboa (A) la vigilancia del cumplimiento de las normas en el baile era responsabilidad del mozo mayor. Detentaba un puesto similar al del bastonero en ciertos clubes y salas privadas de la capital, Vitoria. Algunos informantes recuerdan que en los años cincuenta el control de los horarios establecidos para apertura y cierre del baile y el mantenimiento del orden estaban al cuidado de los guardias civiles. Estos se alojaban en la casa del alcalde o en la de un mozo, invitándoseles a comer, por cuenta del pueblo, en una taberna. También los informantes de Berganzo (A) recuerdan que por los años cincuenta, fue costumbre que la Guardia civil abriera y cerrara el baile siendo también competencia suya la concesión del permiso para la celebración del mismo.
En Mendiola (A) antaño el papel de bastonero lo ejercía cualquier militar que habitara en el pueblo quien denunciaba a las parejas que cometieran "excesos". En ocasiones fue la Guardia civil la encargada de dar el aviso de que terminara la fiesta. Hoy en día (años noventa) los mozos del pueblo se encargan de guardar el orden en el baile y nadie se ocupa de vigilar las antiguas reglas de moralidad. Si alguien se excede con la bebida o se comporta inadecuadamente lo alejan del lugar para luego arrojarle al bebedero.
En Allo (N) había un director de baile y encargado del orden. Era un señor armado de un bastón o garrote que además de imponer orden determinaba con un golpe de bastón en el suelo el momento de cambiar de pareja, para que nadie quedase sin bailar por falta de compañero[2].