Reacción ante las cencerradas
Dicen algunos informantes que los jóvenes se sentían obligados a dar la cencerrada porque, según se creía, era una costumbre antigua y arraigada. Las víctimas no podían hacer otra cosa que aguantar y esperar a que pasara. Con todo siempre cabía el recurso de ausentarse a otra localidad como se indicó arriba o tratar de engañar a los mozos haciéndoles creer que estaban acostados en otra habitación (Amézaga de Zuya, Artziniega, Mendiola, Pipaón, Valdegovía-A; Urduliz-B; Gatzaga-G; Beire-N).
En muchas localidades se constata que los jóvenes podían exigir el pago de un canon a aquéllos que se casaran fuera de la edad propia para ello. Mediante esta recompensa los interesados podían quedar libres de la afrenta. Este canon podía consistir en una cantidad convenida de antemano (Izpura-BN) o requerida durante la cencerrada (Zerain-G); más veces la solventaban obsequiando a los jóvenes con una comida, con una merienda, con un refrigerio o simplemente con una jarra de vino (Sara-L; Arberatze-Zilhekoa, Lekunberri, Uharte-Hiri-BN; Artajona, Obanos, Valcarlos-N; Liginaga, Zunharreta Z).
Hoy en día cuando se celebran matrimonios de viudos o de personas mayores no se observa ninguna costumbre especial que la diferencie del resto de las bodas.