Matrimonio y procreación

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Tradicionalmente se ha pensado que el matrimonio es el destino natural de todas las personas una vez que han superado los años de la juventud. La excepción a esta norma la componen aquellos jóvenes que optan por la vida religiosa entrando en un monasterio o convento y los que ingresan en el seminario para ser sacerdotes.

Por otra parte se ha considerado que la procreación es el fin natural del matrimonio.

A la vez que constatan estas convicciones las encuestas apuntan que en las últimas décadas se está operando un cambio en las mentalidades populares tanto respecto al matrimonio como a la procreación.

La aspiración de los padres ha sido siempre ver a todos sus hijos "situados" o "recogidos"; dicho de otra manera quieren que sus hijos se casen y formen su propia familia. La expresión "entonces podremos morir tranquilos" tan usada y arraigada indica que ésta es la máxima aspiración de los padres. También la profesión religiosa de los hijos se ha visto como una situación estabilizada. No así la soltería que se presenta a los ojos de los padres como un estado incompleto y menos ventajoso.

En el sistema tradicional matrimonio y procreación venían exigidos por la continuidad de la casa dentro de la línea troncal. En Bidegoian (G) señalan que en el caso de los "mayorazgos" el matrimonio revestía gran importancia y especialmente la procreación de hijos varones para que la familia pudiera continuar al frente del caserío.

Esta misma importancia del matrimonio y de procreación de hijos varones remarcan los informantes ancianos de Lemoiz (B) quienes tienen clara conciencia de que la familia es el elemento sustentador de la casa "para que no se pierda el tronco de ésta".

Familia troncal. Castillo-Elejabeitia (B), c. 1930. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: Fondo Felipe Manterola.

También en Lekunberri (N) se consideraba que el matrimonio del heredero y la consiguiente procreación daban continuidad a la casa y al patrimonio familiar.

En Arberatze-Zilhekoa (BN) el matrimonio se tenía como un fin en la vida. Era necesario casarse y tener hijos para perpetuar la casa.

En Apodaca (A) en las familias de labradores se evitaba de manera particular que el heredero quedase soltero. Así mismo el no tener hijos era una desgracia; podía perderse el apellido y esto era en detrimento de la casa. Estas convicciones se expresan en los dichos: "Casa sin niños, casa sin futuro" y "Labrador sin hijos, casa para el diablo".

En otros tiempos, matrimonio y procreación han sido dos términos íntimamente ligados (Berastegi-G); la procreación se ha considerado como fin obligatorio del matrimonio y como fruto de una conducta moral de la pareja (Artziniega, Valdegovía, Treviño A; Busturia, Durango, Lezama, Muskiz, Orozko-B; Ezkio, Oñati-G; Aoiz, Izal, Lezaun, Monreal, Sangüesa, San Martín de Unx, Viana-N).

Una vez casados había que tener tantos hijos como Dios concediera, Jaungoikuek emoten dabezen beste, (Abadiano, Lezama-B). Los hijos tenían un destino eterno como se aprendía en el catecismo: "criar hijos para el cielo" (Alío, San Martín de Unx-N). Cuando moría un hijo, se creía que el vacío dejado por él debía de ser ocupado por otro (Ezkio-G).

Durante la primera mitad del siglo la mayoría de los matrimonios tendía a tener una familia numerosa, entre cuatro y ocho hijos (Garde-N). Bien es verdad que en el sistema tradicional de vida los hijos suponían un bien y una ayuda de mano de obra para las múltiples tareas que comportaba la explotación agrícola-ganadera familiar (Zeanuri-B). La crianza de los hijos era menos compleja: los gastos en educación y vestido eran reducidos y la alimentación era doméstica (Garde-N). La familia, esto es los hijos, suponían un timbre de orgullo para los padres y era una marca de prestigio social; esto denotan las expresiones "el matrimonio sin hijos es como un día sin sol" o "como un huerto sin flores" (Allo-N).

Algunos informantes anotan que por entonces no se conocían los actuales métodos anticonceptivos (Lezama, Markina, Urduliz-B; Garde-N) que comenzaron a generalizarse al final de la década de los años sesenta. La misma limitación voluntaria de nacimientos era criticada como egoísta y considerada como conducta pecaminosa (Valdegovia A; Garde-N).

La valoración tradicional del número de hijos que se indicaba con la expresión "mejor más que menos" (Allo-N) ha variado en los últimos años. La reducción del número de hijos es general; un matrimonio con tres hijos se considera "familia numerosa".

Se comienza a considerar como hecho normal la existencia de parejas que deciden no tener hijos o de conformarse con un solo hijo.