Ayudantes en el parto
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A lo largo del presente siglo hemos asistido a una importante transformación en lo que se refiere a las personas que se encargaban de ayudar en el parto. La tradicional partera, que actuaba según sus conocimientos empíricos, ha sido paulatinamente sustituida por gentes de estudios cada vez más especializadas en esta tarea. Esta modificación ha supuesto que las mujeres hayan perdido el control sobre una experiencia considerada casi de su exclusividad en beneficio de profesionales a menudo dirigidos por hombres.
La partera. Emagina
Tradicionalmente la partera ha sido el personaje más importante a la hora de asistir el nacimiento hasta que se generalizó la atención por personal especializado o en centros sanitarios. Antaño se recurría a las parteras en todas las ocasiones y sólo se solicitaba la presencia de un médico cuando el parto resultaba difícil.
Esta labor era casi exclusivamente femenina y en algunas localidades se exigía además que esta persona no fuese soltera (Amézaga de Zuya-A).
Hay constancia de que en algunas localidades las parteras se ocupaban además de las labores de amortajamiento de los cadáveres (San Román de San Millán-A hasta 1940; Durango, Zeanuri-B; Arrasate-G; Otxagabia-N; Baigorri-BN).
La partera atendía a las parturientas de su entorno y a veces a las de poblaciones circundantes. En otras ocasiones, sobre todo en localidades con una población importante, esta labor ocupaba a varias mujeres. Cuando se daba la situación de que había más de una, incluso en el propio barrio, cada mujer hacía la elección según sus preferencias (Orozko-B).
Además de partera, que es el nombre más extendido, a este personaje se le ha llamado comadrona (Amézaga de Zuya, Berganzo, Moreda-A; Aoiz, Izal-N) aunque haya carecido de estudios. En Berastegi (G) una vez introducida esta titulación académica, para indicar su falso estatus se le llamaba sasikomadrona y en Elgoibar (G) sasipartera. Emagina en Goizueta y Lekunberri (N), amaño en Hazparne (L) e Iholdi (BN) y partera en Markina y Zeanuri (B).
En Aoiz (N) la comadrona, como debía atender a una población importante, tenía una pizarra en casa donde dejaba escrito en qué domicilio podían encontrarla.
En Apodaca (A) atendía a varios pueblos del entorno; unos días antes se le avisaba para que estuviese preparada y cuando llegaba el momento se le solía ir a buscar en una caballería.
En Telleriarte (G) se mandaba aviso a la partera a través de algún niño con un mensaje en clave para que éste no se enterase, por ejemplo: "Me ha dicho la tía que vengas a dormir". A veces había que avisar al practicante o al médico también mediante el mismo tipo de mensaje.
La partera o comadrona no actuaba sola sino que normalmente era ayudada por una o más mujeres que solían ser familiares de la parturienta. En Amézaga de Zuya (A) colaboraban con la comadrona las mujeres de la casa. En Artziniega (A) la partera acudía al domicilio de la parturienta con una ayudante, aún así todas las mujeres de la casa participaban en lo que podían. En Mendiola (A) y Portugalete (B) prestaban su ayuda la madre, la suegra y las hermanas de la embarazada. En Valdegovía (A) y Artajona (N) algún familiar, habitualmente la madre o la suegra, dependiendo de con quién viviese. En Aoiz (N) la abuela y la madre de la parturienta y en su defecto una tía. También colaboraban familiares en Apodaca (A) y Elgoibar (G). En Urduliz (B) habitualmente ayudaban la abuela, alguna tía y en ocasiones alguna vecina. En Bermeo (B) la madre y a veces las vecinas. En Abadiano (B) alguna mujer del barrio.
En Monreal (N) participaban siempre mujeres. A la parturienta le asistía una mujer a la que se llamaba comadrona porque se dedicaba a esta labor. Atendió los partos a domicilio hasta finales de los años cuarenta. Otras veces ayudaba una tía soltera que viviese en casa.
En Sangüesa (N), donde siempre ha habido una comadrona, estaban presentes la madre de la parturienta y a veces alguna vecina con cierta experiencia en partos por haber tenido muchos hijos.
La partera solía actuar desinteresadamente por sus servicios (Bernedo-A, Bermeo-B). En Mendiola (A) ejercía su labor de forma gratuita, no obstante la familia se lo agradecía regalándole productos de la huerta o de la matanza. En Berganzo (A) se le obsequiaba con comida o ropa, no con dinero.
En Orozko (B) las parteras no recibían dinero por el trabajo realizado pero se les retribuía en especie, cada cual con lo que pudiera. En algunos casos incluso ellas mismas llevaban a la madre algún regalo.
En Hondarribia (G) no se pagaba nada a la vecina que atendía el parto pero el día del bautizo del niño, en su cumpleaños y especialmente el día de su primera comunión, se le enviaba una tarta de pastelería.
En Zeanuri (B) se le pagaba la mayoría de las veces en especie y menos en dinero, pero no estaba establecida ninguna cantidad, tomaba lo que se le daba, emoten jakona artu. Hacia 1930 una retribución de diez duros, amar ogerleko, estaba considerada como muy generosa. Sobre ella recaía el cuidado de llevar al niño en brazos a la iglesia para bautizarlo y estaba siempre entre las mujeres convidadas al festejo doméstico de la salida del puerperio, ermakeriak.
En Artziniega (A) se le regalaban un par de pollos y si la economía familiar lo permitía también dinero. Recuerdan en esta localidad que las parteras solían tener un cariño especial a los niños que habían ayudado a traer al mundo.
Como ya ha quedado reflejado en los párrafos anteriores la partera solía recibir ayuda de las mujeres de la casa, a menudo de las mayores, que por su edad ya habían intervenido anteriormente en algún nacimiento. Pero a veces ocurría que por diversas circunstancias las labores del parto recaían exclusivamente sobre ellas.
En Artziniega (A) en los pueblos más pequeños y en los caseríos más alejados las abuelas ejercían como parteras.
En Bidegoian (G) había partera en cada barrio pero en algunos casos era la abuela la que desempeñaba esta labor bien porque el caserío estaba alejado o porque daban a luz antes de la llegada de la partera. En San Martín de Unx (N) recibían la ayuda de las abuelas.
En Gamboa (A) existían parteras pero era más frecuente que las labores del parto se repartiesen entre las mujeres de casa. Excepto en casos aislados intervenían la madre de la parturienta y alguna vecina, siendo alguna de ellas experta por haber asistido a más partos. Cuando había una buena partera se prefería antes a ésta que al médico.
En Lezaun (N) ayudaban las madres o las tías de la parturienta aunque también se pedía colaboración a las parteras.
En Lekunberri (BN) y Hazparne (L) normalmente era la primera vecina la que iba a ayudar en el parto, por esta colaboración recibía el nombre de amaño, que era el que también se daba a la abuela.
El médico
Ya se ha visto anteriormente que la atención del parto se consideraba propia de mujeres y que en algunas localidades se prefería a una buena partera antes que al médico. Aún así fue común en tiempos pasados que cuando un parto se presentaba complicado, pese a estar siendo atendido por una partera, se recurriese al médico.
Además de los médicos también han colaborado en los nacimientos comadronas oficiales y practicantes.
Un claro ejemplo de cómo evolucionó la asistencia prestada a las parturientas es el registrado en Garde (N). Antiguamente y hasta los años cincuenta las encargadas de ayudar a las embarazadas a dar a luz eran las parteras, mujeres del pueblo sin ninguna titulación oficial pero acostumbradas a esta labor. Más tarde se les llamó comadronas. Entre los años cincuenta y sesenta el parto era asistido por el médico y a partir de los sesenta acudían a Pamplona a dar a luz.
En Carranza (B) hasta aproximadamente los años cuarenta la partera era la encargada de asistir a la embarazada en el momento del parto, si bien su presencia pervivió en mayor o menor grado hasta bien avanzados los años sesenta. A partir de entonces comenzaron a ser suplidas por las comadronas, si bien estas últimas contaron en la mayoría de las ocasiones con la ayuda de las parteras. A partir de principios de la década de los sesenta se generalizó en el Valle la asistencia a los partos del médico titular. Esta atención seguía siendo domiciliaria pero si surgían problemas se enviaba a las parturientas a la Maternidad o al Hospital de Basurto.
En Beasain (G) antaño la parturienta era ayudada por otra mujer del barrio. Más tarde llegaron a los pueblos importantes las comadronas tituladas, a las que se llamaba para que acudieran a las casas. Por último, éstas pasaron a atender en las clínicas.
En Obanos (N) la última comadrona atendió partos hasta 1941 aunque si se presentaban complicaciones también acudía el médico. Algo parecido ocurría en Allo y en Aoiz (N).
En Orozko (B) además de las parteras existió también una comadrona titulada que ejerció hasta su jubilación hacia los años sesenta, pero eran más solicitadas las primeras.
En Portugalete (B) cuando la parturienta sentía los primeros dolores se llamaba a la comadrona. Esta realizaba un primer examen indicando el tiempo aproximado que aún le faltaba para dar a luz. Normalmente no se quedaba en casa a no ser que la parturienta se lo pidiese o la propia partera pensase que su colaboración fuese necesaria. Si se quedaba a pasar la noche se le daba de cenar "algo decente" y entre horas se servían galletas y vino. En los casos extremos en los que el pago a la comadrona no podía satisfacerse, la mujer era asistida por otras vecinas del barrio. Después se acudía donde la comadrona con la disculpa de que el nacimiento había sido prematuro y que por tanto no había habido tiempo para avisarla.
En Lezaun (N) cuando un niño venía en mala posición se llamaba al ministrante, practicante. Había mujeres que solicitaban sus servicios directamente pero hasta el inicio de los años sesenta la presencia de parteras fue corriente.
En Viana (N) en tiempos pasados hubo una partera pagada por el ayuntamiento y a lo largo de todo el siglo una comadrona o un practicante-comadrón, pero los casos más dificiles los asistía el médico. En Abadiano (B), después de la época de las parteras, se comenzó a avisar al practicante o al médico.
La incorporación de los médicos a la asistencia de los partos en zonas rurales fue progresiva a partir de los años cuarenta. Así se constata en Pipaón (A), donde tradicionalmente se recurría a los servicios de la partera pero a mediados de los cuarenta ya se empezó a avisar al médico.
La presencia de médico y partera en una misma población se tradujo en ocasiones en una colaboración entre los mismos. En Goizueta (N) no se avisaba al facultativo hasta última hora. Cuando la mujer rompía aguas y comenzaba a tener dolores, la madre o alguna hermana iban a avisar a la partera, emagina. Esta daba consejos a la parturienta, erdiurrena, sobre la postura que debía adoptar y le frotaba las piernas y la zona lumbar con aguarrás. Cuando el médico llegaba a tiempo la partera cedía su puesto y quedaba en un segundo plano, aunque le ayudaba y seguía dando las correspondientes órdenes a las mujeres de la casa. El médico cortaba el cordón umbilical, txilborra, al niño y se aseguraba de que respirase colgándole por los pies y dándole suaves golpes en la espalda. Una vez hechas estas operaciones dejaba al niño en manos de la partera y si veía que tanto la madre como éste se encontraban bien daba por finalizado su trabajo. Si no había médico o no llegaba a tiempo, la partera se ocupaba de llevar el parto a buen fin.
En Zeanuri (B) las más antiguas que ejercieron su labor en las primeras décadas de este siglo actuaban sin la asistencia del médico. A partir de los años veinte éste asistía regularmente los partos y desde entonces las parteras comenzaron a actuar bajo la dirección del mismo