Atuendos y tocados

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los datos recogidos en las localidades encuestadas expresan con carácter general que las prendas propias de las solteras antaño eran de colores más alegres que las de las casadas que tendían a vestir con más recato, utilizando tonos oscuros. Hoy en día no se diferencian, dependiendo únicamente de los influjos de la moda.

Hasta la década de los veinte fue común en las comarcas interiores de Bizkaia el que las jóvenes en señal de su soltería se tocaran con pañuelo de color; en contraposición a las mujeres casadas que lo hacían con pañuelo blanco, izeratxua, (Valle de Orozko y Zeanuri)[1].

Tocados femeninos. Zeanuri (B), 1925. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: Fondo Felipe Manterola.

En Zeanuri (B) hasta la década de los años treinta, el distintivo que diferenciaba a una mujer soltera de una casada, bien fuera ésta joven o anciana, consistía en que todas las casadas llevaban, en días festivos pañuelo blanco, ixeratxoa, con sus trenzas, mientras que las solteras llevaban pañuelos de color. El uso de estos pañuelos blancos fue sustituido por el pañuelo negro, buruko paiñeloa, en la década de los años treinta. Desde entonces se perdió el tocado distintivo de las casadas y de las solteras.

En el Valle de Orozko (B) a principios de siglo, las niñas se peinaban con trenzas y en la adolescencia, en torno a los quince años de edad, se tocaban con pañuelo, lo que les obligaba a peinarse con moño. El pañuelo era las más de las veces negro pero también los había con pintas o dibujos blancos sobre negro. La mujer casada llevaba pañuelo blanco, ixeratxua, que se recogía de forma similar al de las hilanderas de los bailes folklóricos. A diferencia del pañuelo negro de diario, el blanco se llevaba en días señalados como los domingos para acudir a misa aunque se cubrieran por encima con mantilla.

En Ajuria (B) las chicas jóvenes llevaban el pelo suelto o se peinaban con trenzas, que sujetaban con un lazo los días festivos cuando iban al baile y con cualquier cuerda que tuvieran a mano los laborables. Cuando se casaban empezaban a recogerse el pelo en moño.

En Nabarniz (B), en los años veinte/treinta, las muchachas llevaban el cabello largo y se peinaban haciéndose una o dos trenzas con él. A la edad de dieciocho años, las muchachas se ponían el pañuelo de cabeza, buruko pañeloa, y a partir de esa fecha sólo se hacían moño (amazortzi-ogei urtegaz moñue egiten zan).

En Zerain (G), a principios de siglo, las jóvenes llevaban el pelo largo trenzado. Una vez casadas lo recogían en moño y se tocaban la cabeza con un pañuelo, buruko estalkia. Años más tarde dejaron de cubrirse la cabeza pero el peinado siguió siendo el mismo, recogido detrás en moño.

En Elosua (G), hasta los diecisiete años las muchachas se peinaban con trenzas caídas sobre la espalda. A partir de esa edad se recogían el pelo formando moño.

En Lemoiz (B) las solieras llevaban el pelo descubierto, bien liso, recogido en moño o trenza y en Arrasate (G) lucían la cabellera al aire, en trenza, o recortado a modo de tonsura por lo que se les conocía como "doncellas de pelo", mientras que las casadas se cubrían con toca. En Otxagabia (N), en los años treinta, las solteras llevaban trenzas atadas por las puntas con un lazo negro y al casarse se enroscaban el pelo formando moño.

En Obanos (N) hasta mediados de siglo, las solieras iban con trenzas y no se recogían el pelo en moño hasta casarse. Cuando se impuso la moda del pelo corto a lo "garçon", las chicas se cortaron las trenzas y para pedir el permiso de sus padres les dijeron que habían hecho promesa de ofrecérselas a la Virgen de Arnotegui. Cuando el párroco se percató del motivo real de tanta ofrenda, mandó quemar todas las trenzas.

De boca de una informante obanense, nacida a finales del siglo pasado, se ha recogido que al cumplir los dieciséis años las mozas de la localidad "se subían el moño" y al casarse se lo bajaban. Para ir a misa los domingos, las solteras vestían chaqueta con blusa y falda, y para salir de casa se ponían delantal limpio con tiras bordadas, más elegante que el de diario.

En Sara (L) la cabellera de la mujer recibía el nombre de motto. A comienzos de siglo era costumbre trenzarla y recogerla en forma espiral detrás de la cabeza. Las niñas la llevaban formando una o dos trenzas que pendían por la espalda. Desde los 15 años la arrollaban formando moño, cuya parte superior se cubría con paño de algodón o seda de colores variados llamado motto. Las casadas cubrían la cabeza con un paño mayor, llamado también motto o buruko. Este era de diferentes colores, según el gusto de cada una; pero el de las ancianas y viudas era de color negro[2].

Según la encuesta del Ateneo realizada a principios de siglo, en Tolosa (G) desde el momento que se celebraba el matrimonio la recién casada si pertenecía a la clase artesana o rural, se tocaba con el pañuelo conocido con el nombre de mesana, que era distintivo, característico y general en todas las mujeres casadas.

Por lo que respecta a los varones es escasa la información recabada sobre prendas distintivas de solteros y casados.

En Zerain (G), a principios de siglo, cuando los mozos iban de romería llevaban un pañuelo de seda de vivos colores anudado al cuello. Desaparecida esta costumbre, para la realización de determinados trabajos los varones se han solido poner un pañuelo de cuadros al cuello, llamado "pañuelo de hierbas".

En Obanos (N) los varones solteros calzaban alpargatas blancas los domingos en tanto que los casados negras o azules.

En muchas localidades señalan que tanto antes como ahora el único signo diferenciador es el anillo de casado, ezkondutako eraztuna, aunque lo llevan puesto mayoritariamente las mujeres. Los varones de las zonas rurales por los trabajos propios del campo o por desempeñar oficios manuales no suelen llevarlo en evitación de accidentes.


 
  1. Algunos datos históricos sobre los adornos o signos que distinguían a solteras, casadas y viudas pueden verse en Julio CARO BAROJA. Los vascos. San Sebastián , 1949, pp. 331-333.
  2. José Miguel de BARANDIRAN. “Bosquejo etnográfico de Sara (VI)” in AEF, XXIII (1969-1970) p. 91.