Diferencia entre revisiones de «Ofrendas y obsequios»

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La costumbre de hacer ofrendas a la iglesia después del bautismo e incluso de obsequiar al sacerdote y al monaguillo fue muy general en tiempos pasados.
  
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En todas las localidades encuestadas se señala que la vela que se llevaba de casa para la ceremonia del bautizo se dejaba como ofrenda en la iglesia.
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A principios de siglo según la encuesta del Ateneo en Pamplona (N) entregaban al sacerdote un pañuelo blanco como obsequio<ref>EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 788.</ref>. Esta costumbre ha sido muy común en Navarra, y, en localidades como Obanos, ha estado vigente hasta los años setenta. Así mismo ha sido objeto de ofrenda la toalla o paño blanco bordado que se imponía sobre la cabeza del niño una vez bautizado. Así se ha registrado en Apellániz<ref>Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. "Apellániz. Pasado y presente de un pueblo alavés" in ''Ohitura, 0 ''(1981) p. 160.</ref>, Mendiola (A); Gatzaga<ref>ARANEGUI, ''Gatzaga..., ''op. cit., p. 56.</ref>, Zerain (G).
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En esta última localidad en la década de los años cuarenta, se ofrendaba un pan de cuatro libras. Ofrendas de tortas de pan se han registrado también en Mendiola (A) y Lezaun (N).
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En Monreal (N) acostumbraban llevar dulces, frutas confitadas o secas, para el cura ''y ''el sacristán; en Obanos (N) huevos ''y ''jamón. En Elosua (G) la familia invitaba al cura y al sacristán a una merienda que tenía lugar en casa de éste. En Goizueta (N) el padrino hacía un regalito al cura y al monaguillo. Por lo demás la costumbre de que el padrino diera una propina al acólito ha sido muy común.
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A finales del siglo pasado, según la encuesta del Ateneo, las familias pudientes de San Sebastián y Tolosa (G) llevaban al sacerdote como obsequio una tarta o bizcocho<ref>EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, pp. 786-787.</ref>.
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En Azpeitia (G), a comienzos de siglo, la serora llevaba a la iglesia la ofrenda de la familia del bautizado que consistía en una vela, un pan y un trozo de tela de Holanda que servía para hacer un sobrepelliz<ref>Ibidem, p. 786.</ref>.
  
  
 
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Revisión del 11:02 21 may 2018

La costumbre de hacer ofrendas a la iglesia después del bautismo e incluso de obsequiar al sacerdote y al monaguillo fue muy general en tiempos pasados.

En todas las localidades encuestadas se señala que la vela que se llevaba de casa para la ceremonia del bautizo se dejaba como ofrenda en la iglesia.

A principios de siglo según la encuesta del Ateneo en Pamplona (N) entregaban al sacerdote un pañuelo blanco como obsequio[1]. Esta costumbre ha sido muy común en Navarra, y, en localidades como Obanos, ha estado vigente hasta los años setenta. Así mismo ha sido objeto de ofrenda la toalla o paño blanco bordado que se imponía sobre la cabeza del niño una vez bautizado. Así se ha registrado en Apellániz[2], Mendiola (A); Gatzaga[3], Zerain (G).

En esta última localidad en la década de los años cuarenta, se ofrendaba un pan de cuatro libras. Ofrendas de tortas de pan se han registrado también en Mendiola (A) y Lezaun (N).

En Monreal (N) acostumbraban llevar dulces, frutas confitadas o secas, para el cura y el sacristán; en Obanos (N) huevos y jamón. En Elosua (G) la familia invitaba al cura y al sacristán a una merienda que tenía lugar en casa de éste. En Goizueta (N) el padrino hacía un regalito al cura y al monaguillo. Por lo demás la costumbre de que el padrino diera una propina al acólito ha sido muy común.

A finales del siglo pasado, según la encuesta del Ateneo, las familias pudientes de San Sebastián y Tolosa (G) llevaban al sacerdote como obsequio una tarta o bizcocho[4].

En Azpeitia (G), a comienzos de siglo, la serora llevaba a la iglesia la ofrenda de la familia del bautizado que consistía en una vela, un pan y un trozo de tela de Holanda que servía para hacer un sobrepelliz[5].


 
  1. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, p. 788.
  2. Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. "Apellániz. Pasado y presente de un pueblo alavés" in Ohitura, 0 (1981) p. 160.
  3. ARANEGUI, Gatzaga..., op. cit., p. 56.
  4. EAM, 1901 (ed. 1990) I, 2, pp. 786-787.
  5. Ibidem, p. 786.