Diferencia entre revisiones de «Regalos de primera comunion. Ikustatea»

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En la década de los 50 la costumbre de ir a saludar y pedir por las casas seguía vigente pero en esta época solían entregar el recordatorio del día. Ya en la década siguiente la visita quedó reducida a los parientes y vecinos que habían advertido de antemano a la madre "ya vendrá la chica -o el chico- a vernos". Con este motivo le regalaban al comulgante una muñeca, una caja de bombones o algo por el estilo.
 
En la década de los 50 la costumbre de ir a saludar y pedir por las casas seguía vigente pero en esta época solían entregar el recordatorio del día. Ya en la década siguiente la visita quedó reducida a los parientes y vecinos que habían advertido de antemano a la madre "ya vendrá la chica -o el chico- a vernos". Con este motivo le regalaban al comulgante una muñeca, una caja de bombones o algo por el estilo.
  
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== Los obsequios de comunión en la actualidad ==
 
== Los obsequios de comunión en la actualidad ==
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Revisión actual del 06:54 12 jun 2019

La generalización de los regalos al niño con motivo de su primera comunión es coincidente en el tiempo con la extensión de la práctica de invitar al banquete a familiares y amigos ajenos a los que vivían bajo el propio techo.

Antiguamente eran únicamente los padrinos quienes hacían algún regalo al comulgante. En la mayoría de las localidades encuestadas se señala que los padrinos aún hoy día, además de los presentes que hacen a sus ahijados en la fecha de su cumpleaños, acostumbran obsequiarles con un regalo especial en los hitos más significativos de su vida, como son la primera comunión y la boda.

En la época en que se iba a comulgar de calle el presente solía consistir en un traje nuevo y cuando se estiló hacerla de blanco o azul marino se regalaba el traje de ceremonia. También pertenecían al género de agasajos ordinarios de los padrinos el obsequiar al niño una cadena con su medalla correspondiente conteniendo un símbolo religioso, para llevarla colgada del cuello. Más común quizá fue regalar el devocionario y el rosario para la ceremonia religiosa. De objetos similares a éstos se valdría después el niño para su participación ulterior en las celebraciones litúrgicas, señalando de alguna manera su acceso a las prácticas piadosas de los adultos.

Otra costumbre muy extendida fue la de que el comulgante, después de recibir la comunión, fuera por las casas del vecindario y de los parientes, en compañía de otros muchachos o de algún familiar, entregándoles el recordatorio y recibiendo de ellos al tiempo regalos y parabienes.

En Oiartzun (G) recogió Lekuona en los años veinte una tradición que comprende en cierta manera el conjunto de las descritas. Todos los miembros de la familia procuraban agasajar al comulgante solemne en la medida de sus posibilidades. Se le hacía un traje nuevo, se le regalaba un libro de misa, si era niña se le compraba además un rosario. Además el mismo día de la comunión, tras la ceremonia religiosa, visitaba a sus allegados quienes le obsequiaban con algún dinero o estampas[1].

En Liginaga (Z) con ocasión de la primera comunión, el padrino le regalaba el misal, los zapatos y el lazo blanco que se lleva en el brazo en tal acto y la madrina el traje. En Goizueta (N) los padrinos de pila regalaban siempre algo al comulgante, bien el rosario, el misalito, ropa o dinero. En Urduliz (B) se ha recogido que a veces la madrina le compraba los zapatos y los calcetines y los padres algún detalle como los pendientes, etc. También en Lezama (B) los regalos clásicos los hacen los padrinos. Consisten en una medalla o cruz y cadena de oro, y si ya lo tienen, una pulsera de identidad o alguna sortija si es niña. En ocasiones se regalaba el misal y el rosario de plata o nácar.

En Sara (L) el día de la comunión solemne el niño era objeto de numerosos agasajos por parte de sus padres y padrinos. Estos últimos le regalaban el cirio de la primera comunión, un devocionario u otra cosa apropiada a esta fiesta. Los ahijados, a su vez, visitaban ese día a sus padrinos y los invitaban a la comida de su casa. Los regalos que en estas y otras ocasiones se hacen, se llaman ikustate. El término ikustate gabea, el que no tiene regalos, ha pasado a significar desagradecido[2].

En Amézaga de Zuya (A) antiguamente la madrina le regalaba al niño o niña que hacía la primera comunión una cadena y medalla en la que se grababan las iniciales del nombre del niño y la fecha de la celebración. Los restantes regalos que recibía el comulgante eran cosas de utilidad y también dinero. Todos los convidados le daban algo.

En Gamboa (A) los familiares más cercanos que estaban invitados_ a la comida en casa regalaban al niño dulces o juguetes. En Izurdiaga (N) son los abuelos quienes hacen estos obsequios al comulgante.

Postulación en el vecindario

Respecto de la costumbre de ir por las casas de los vecinos a recibir la felicitación, Francisco de Etxebarria constató en Andoain (G) en los años veinte cómo quienes hacían la comunión solemne, komunio aundia, iban el mismo día a las casas de los conocidos y parientes cercanos y besaban la mano a las personas mayores que les daban alguna propina en dinero u otra cosa[3].

En las encuestas realizadas por nosotros se observa que esta costumbre estuvo muy extendida y tuvo gran vigencia. Desde la década de los treinta en adelante en que la fiesta familiar comenzó a adquirir más relieve y a contar con invitados, el comulgante empezó a recibir regalos de cierta entidad por parte de los abuelos y padrinos principalmente. Estas dádivas se materializaban en el traje, la camisa, alguna medalla, el crucifijo, el misal, etc.

En Mendiola (A) antaño, tras recibir la comunión, los niños iban pidiendo dinero por las casas de los vecinos, "se salía por las casas", al tiempo que se les regalaba la estampa-recordatorio de la primera comunión. Tiempo después se estableció la costumbre de hacer este intercambio en el pórtico de la iglesia. El niño distribuye entre los asistentes el recordatorio y recibe de ellos dinero y regalos de joyería (pulsera, cadena, reloj...) de los familiares más cercanos.

En Bernedo (A) el día de la primera comunión los niños repartían el recordatorio, al que algunos agregaban la fotografía, entre familiares y amigos y éstos les obsequiaban con dinero de regalo.

En Lemoiz (B), terminada la ceremonia religiosa, el comulgante en compañía de su madre recorría las casas de los familiares donde entregaba el recordatorio recibiendo a cambio dinero que guardaba en una hucha de barro.

En Viana (N) en épocas pasadas la madre o algún hermano o hermana mayor acompañaba al comulgante a visitar en sus casas a los parientes y vecinos, quienes le obsequiaban con algún dinero, caramelos o bombones.

En Sangüesa (N) antaño era costumbre llevar por las casas a los comulgantes, acompañados de algún familiar, para recibir en ellas alguna propina.

En Garde (N) hasta los años 80 se ha conservado la costumbre de que los niños fueran de casa en casa repartiendo los recordatorios de la primera comunión. A cambio les daban unas "pasticas" y algo de dinero como propina.

En Lezaun (N) antaño, después de la misa los comulgantes pasaban por las casas de los tíos, quienes les daban algún dulce o alguna ochena (moneda de diez céntimos, equivalente a ocho maravedís).

En Allo (N) terminada la ceremonia religiosa, los comulgantes, acompañados de algún hermano mayor, pasaban por las casas de sus familiares y vecinos para recibir de ellos las felicitaciones y la paga. A cambio les entregaban el recordatorio conmemorativo del acontecimiento. Con el tiempo en vez de la paga se puso de moda que les regalaran cajas de bombones, juegos de desayuno y otras cosas por el estilo. También por la tarde, tras el banquete familiar, acudían a la casa del comulgante los vecinos y parientes en grado más alejado para felicitar al niño y hacerle un obsequio, generalmente en metálico.

En Artajona (N) antiguamente, después de la comunión los niños pasaban toda la mañana "de curribanda", de casa en casa visitando a los familiares, vecinos y amigos de la familia. Estos les obsequiaban con pequeños regalos, principalmente bombones y dinero que luego se lo administraban sus padres. Si no les daba tiempo para realizar esta labor por la mañana, la continuaban por la tarde después de la novena de la Virgen de Jerusalén.

En Cortes (N), a continuación del desayuno, niños y niñas, generalmente por parejas tal y como habían participado en la ceremonia, recorrían con cestas las casas más pudientes, donde les obsequiaban con huevos y dinero, que luego repartían entre sí equitativamente. El producto de la recaudación lo entregaban en la casa de uno de ellos para preparar la merienda que tomaban a media tarde, repartidos en pequeños grupos o por parejas. La merienda solía consistir fundamentalmente en huevos fritos, si bien la minuta variaba según la capacidad económica de cada familia. Pasado el tiempo se empezó a celebrar la comida con todos los niños juntos en una casa y las niñas en otra. Los pequeños llevaban allí lo recaudado y les hacían huevos fritos y un postre especial.

La elevación del nivel de vida fue desterrando la costumbre de postular alimentos, sustituyéndola por visitas a determinadas casas de amigos o parientes para recoger la paga o algún obsequio[4].

En Lekunberri (N) el niño que había hecho la comunión, acompañado de los restantes niños del pueblo, después de la ceremonia religiosa, solía ir pidiendo de casa en casa. En ellas les obsequiaban con galletas, chocolate e incluso dinero.

En Obanos (N), a principios de siglo, los chicos por un lado y las chicas por otro, después de la comunión, iban por las casas a saludar y a pedir. El dinero que obtenían de esta forma se lo repartían y con ello pagaban la merienda que tenían esa misma tarde en casa de uno de ellos. A veces la familia les invitaba a la merienda y en ese caso las chicas solían comprarse la medalla de la Asociación de Hijas de María a la que pasaban a pertenecer a partir de haber hecho la primera comunión.

En la década de los 50 la costumbre de ir a saludar y pedir por las casas seguía vigente pero en esta época solían entregar el recordatorio del día. Ya en la década siguiente la visita quedó reducida a los parientes y vecinos que habían advertido de antemano a la madre "ya vendrá la chica -o el chico- a vernos". Con este motivo le regalaban al comulgante una muñeca, una caja de bombones o algo por el estilo.

Regalo de Primera Comunión. Apodaka (A), c. 1970. Fuente: Isidro Sáenz de Urturi, Grupos Etniker Euskalerria.

Los obsequios de comunión en la actualidad

Hoy día es unánime la opinión de las personas encuestadas de todas las localidades reconociendo que son desmesurados en cantidad y valor los regalos que se hacen al niño en su primera comunión, en contraste con épocas pasadas.

Los obsequios cada día son más valiosos, la mayoría de ellos no relacionados con la fiesta que se conmemora (Sangüesa-N); los padres y los familiares pueden regalar ropa de vestir de calidad o dar dinero (Moreda-A; Zerain-G); otras veces se cumplimenta con regalos personales como reloj, pendientes, zapatos y ropa (Bermeo-B); plumas, cuadernos, muñecas de primera comunión, bicicletas, ordenadores, máquinas de fotografiar (Durango, Lezama-B); juguetes, prendas o adornos para ponerse (Zerain-G). Los numerosos invitados también corresponden al comulgante con regalos (Apodaca-A; Abadiano-B; Beasain-G; Garde-N), en ocasiones muy costosos (Amézaga de Zuya-A; Obanos y Viana-N). En los años 90 se ha introducido también la tendencia de darles una cantidad en metálico (Urduliz-B).


 
  1. Manuel de LEKUONA. "La religiosidad del pueblo. Oiartzun" in AEF, IV (1924) p. 20.
  2. José Miguel de BARANDIARAN. "Bosquejo etnográfico de Sara (VI)" in AEF, XXIII (1969-1970) pp. 104-105.
  3. Francisco de ETXEBARRIA. "La religiosidad del pueblo. Andoain" in AEF, IV (1924) p. 57.
  4. José María JIMENO JURIO. "Cortes de Navarra. Calendario festivo popular" in CEEN, VI (1974) pp. 487-488.