Apéndice 1: Corrales de campo en navarra
En Navarra, sobre todo desde la Navarra Media a la Ribera ha sido común la existencia de corrales; en la zona de la Montaña se han conocido como bordas. Aportamos un par de ejemplos recogidos en nuestras encuestas de campo, singularmente la descripción pormenorizada de Sangüesa.
Por toda la jurisdicción municipal de la localidad sangüesina estuvieron diseminados los corrales, pero especialmente en los términos de Las Navas y en El Saso. El corral lleva consigo una manera de poseer tierra, un tipo de familia y una forma de autoabastecerse de casi todo lo necesario para vivir. Desde antiguo las casas importantes de la localidad tenían su corral con sus tierras. Muchos han desaparecido, otros se conservan ruinosos y solamente una parte de ellos están en buenas condiciones. A partir de mediados del siglo XX ya no se vivía en ellos de continuo, sino sólo esporádicamente. Generalmente se trataba de una esmerada y amplia construcción rectangular de planta baja y un piso. La mayor parte de ellos fueron construidos de piedra, siendo las piedras más cuidadas las de los cabezales de puertas y ventanas, y las esquineras. La distribución de los huecos en la fachada suele ser bastante regular. El piso se construye con maderos en rollo y bovedillas de yeso. El tejado generalmente a dos aguas, cubierto con teja curva. A veces alguna pared secundaria está construida de ladrillo y los tabiques son de adobe. Normalmente se busca la orientación de la fachada principal al sur, la secundaria al norte con pocos huecos.
La planta baja del corral se destina a establo de toda clase de animales y a almacenes, la planta superior alberga la cocina con su fogón u hogaril, la sala o comedor para ciertas ocasiones y los dormitorios. Generalmente el corral tiene diversas construcciones complementarias: corrales para el ganado, pocilgas, cobertizos para la leña, aperos y máquinas, graneros para paja y forraje, almacén para otros productos y pilas para que beban los animales. Cerca del edificio están la era para realizar la trilla y otra zona para depositar los fiemos con los que abonar las tierras de labor. Era frecuente que se dispusiera de un pozo, en otras ocasiones se contaba con una fuente y, en casos más raros, se aprovisionaban de agua en algún barranco cercano. El agua se depositaba en grandes tinajas que, por lo general, estaban en la cocina.
El corral suponía ser dueño de una considerable superficie de tierras de labor que iban desde 1.000 robadas hasta 200, no menos. En ellas cultivaban sobre todo el cereal, trigo y cebada, y algo la viña. Por otra parte disponían de un huerto, casi siempre lo más cercano al corral, para plantar diversos tipos de verduras, patatas, alubias, etc., algunos frutales, especialmente pereras, manzaneras, ciruelos, higueras, membrillos, almendros y nogales. Algunos corraleros elaboraban su propio vino en cubas o en tinos de obra, que también suponía hacer arrope con nueces. Siempre se amasaba cada uno su propio pan, cociéndolo en hornos de obra, con bóveda en forma de casquete esférico, situados junto al edificio.
Los corraleros, además de los animales de tiro y de labor, bueyes, caballos y mulas, y de algún asno, solían disponer de algunas ovejas y cabras, y también de vacas. Asimismo criaban gallinas, conejos, palomas, patos y sobre todo tres o cuatro cerdos. De esta forma estaba asegurado el abastecimiento de leche y carne. Incluso solía haber colmenas realizadas en vasos de mimbre y barro, y depositadas en una caseta que se situaba cerca de los almendros y en lugar bien aireado.
En algunos de los corrales vivían los propios amos de manera continuada, en otros residían los arrendados con su familia que llevaban las tierras del propietario. Las familias eran muy numerosas y llegaban a convivir en algunos corrales hasta 12 ó 15 personas contando a los abuelos, tíos solteros, criados y boyeros.
No siempre se guardó la costumbre, de tierras más montañesas, de que el primogénito heredara el corral y a los demás hermanos se les recompensaba de alguna manera, porque en ocasiones “se quedaba el más querido por los padres”. Verdadero problema era el casar a los demás hermanos y hermanas. Era frecuente casarlos con otros corraleros “de casa bien”, para ello, había que proporcionarles buena dote en dinero, tierras, animales y ajuar, pues de lo contrario “no cabía”. Por eso se quedaban muchos solterones/as y “el que no cabía, brincaba del corral”.
Los pocos años que los niños iban a las Escuelas Nacionales lo hacían en Sangüesa y también, por cercanía, en Javier. Para los oficios religiosos, misa dominical, venían a Sangüesa muy pocos pues la mayor parte de los corraleros asistían a las misas que especialmente se celebraban para ellos en la ermita de Nuestra Señora del Socorro, en el término de Las Navas, y en la ermita de Nuestra Señora del Camino, en Gabarderal. El problema de la seguridad personal se solucionaba con algunos perros mastines que guardaban el corral y además había escopetas cuya finalidad principal era la caza de conejos y perdices[1].
En Murchante (N) también se ha recogido que la mayoría de las casas contaban con varios corrales, siempre dentro de los límites de la localidad. Consistían en un patio cercado en el que levantaban un pajar y, a menudo, un cobertizo. Los pertenecientes a las casas fuertes del pueblo tenían, además, una pequeña casa donde habitaba el jornalero que se encargaba del rebaño que descansaba en el corral. La razón de que todas las casas de esta localidad tuvieran al menos uno o dos corrales se debía a que procedían de diversas herencias.
- ↑ Una descripción pormenorizada del corral y de las condiciones de vida y de trabajo que en él se daban en Sangüesa (N) puede verse en: Julio CARO BAROJA. Etnografía histórica de Navarra. Tomo III. Pamplona: Aranzadi, 1972, pp. 401 y ss.