Apéndice: La influencia de la producción en los tipos de caseríos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Alberto Santana, al abordar los distintos tipos de caseríos que se pueden encontrar en Bizkaia, sostiene que la diversidad de los mismos no obedece a razones climáticas o al distinto origen de los materiales de construcción ya que estos condicionantes son muy similares en todo el territorio, sino a tradiciones constructivas locales y a la especialización productiva de determinadas áreas. Como quiera que las producciones han ido variando con el paso de las centurias y esto ha quedado reflejado en la casa, el resultado es la acumulación de distintos tipos de caseríos.

Existen en Bizkaia cerca de 16.000 caseríos y más de veinte subtipos diferentes de edificios. Basta recorrer cualquier valle de Bizkaia para darse cuenta de que no existe un único modelo de vivienda rural. En cada pequeña barriada pueden detectarse dos o tres tipos de casa distintos que, aun compartiendo unos rasgos de identidad comunes, difieren en dimensiones, en el modo de combinar materiales y muy a menudo en la propia forma de plantear la estructura constructiva. Si incluimos en la comparación a valles de comarcas distintas el abanico de posibilidades se abre aún más, aunque manteniéndose siempre restringido a un repertorio de opciones relativamente limitado. Las diferencias climáticas y geológicas son poco acusadas en el pequeño territorio de Bizkaia y no pueden alegarse como causas que justifiquen semejante variedad de modelos. Las abundantes precipitaciones son una constante en todo el territorio lo mismo que las temperaturas moderadas. En todas las comarcas abundaron históricamente los mismos materiales susceptibles de ser utilizados en la edificación de la vivienda: canteras de piedra arenisca de fácil labra, bosques de robles y vetas de arcilla plástica para ser convertida en teja y ladrillo.

La orientación de la producción ha ido variando a través de los siglos en un continuo proceso de adecuación de las fuerzas de los campesinos vizcaínos a los recursos de su tierra. Así, si durante la Edad Media fue prioritaria la crianza de vacas y bueyes de carne, en el siglo XVI cobraron protagonismo el trigo y la sidra, que en las dos centurias siguientes serían desplazados por el maíz. Desde mediados del siglo XIX cada vez se emplea una porción de esfuerzo mayor en el cultivo de las huertas con patatas, alubias y hortalizas, y así hasta nuestros días, en los que la mayor parte de la superficie laborable está ocupada por prados de siega y plantaciones de pino insigne, y las peores fatigas que padece el campesino las provoca el ordeño y comercialización de la leche. Si estos valores son prácticamente constantes en toda Bizkaia, las diferencias constructivas que presenta el caserío entre comarcas sólo pueden explicarse por la existencia de tradiciones arquitectónicas puramente locales y por la progresiva especialización productiva de determinadas áreas del territorio, que obligó a adaptar la vivienda a funciones muy precisas. Por el contrario, la diversidad de modelos que llegan a convivir en un mismo valle o municipio ha de entenderse como el resultado de un proceso de acumulación de distintas propuestas históricas, motivadas por cambios trascendentales en las técnicas de construcción, en los productos de cultivo y en el propio régimen de propiedad y trabajo de la tierra.

Casi todos los modelos de caserío que existen hoy en Bizkaia nacieron en el siglo XVI. No hay caseríos anteriores a esta fecha, aunque gracias al hecho de que en el País Vasco la casa de labranza siempre tiene nombre propio se ha podido comprobar que muchos de los edificios actuales sustituyen en su mismo emplazamiento a construcciones medievales ya desaparecidas. A lo largo de la primera mitad del siglo XVI se produjo un crecimiento sostenido de la población y esta expansión demográfica exigió acondicionar nuevos espacios habitables que se lograron a costa de talar el bosque y destruir los pastos invernales. Había auténtica necesidad de tierras y sin embargo salvo algunas excepciones, la mayor parte del terreno de vega o fondo de valle estaba en manos de los poderosos Parientes Mayores y sus sucesores, propietarios de las ferrerías, molinos y casas torre que se alzaron junto a los ríos. En el imprescindible reajuste del paisaje agrario vizcaíno que se produjo, uno de los primeros afectados fue el ganado mayor que, de vivir habituado a la trashumancia estacional de corto recorrido, pasó a un régimen de semiestabulación con permanencias de cinco a seis meses en el interior de la vivienda. En prueba de ello, todos los caseríos que se edificaron a partir de aquel momento dedicarían más de la mitad del espacio construido a cuadras y pajares. En sus pesebres no sólo se criaron vacas y novillos de carne, sino también mulas y bueyes de carga, sobre todo en el entorno inmediato de las villas y en zonas, como el valle de Salcedo o el Cadagua, en las que el continuo tráfico de mercancías entre Castilla y los puertos costeros requería los servicios de un pequeño ejército de arrieros y carromateros locales. Se amplió la demanda de pan y se incrementó notablemente la superficie dedicada a los cereales. Muchas familias volcadas en el esfuerzo de producir trigo en las empinadas laderas vizcaínas se vieron recompensadas con cosechas abundantes, que superaban su propia capacidad de consumo. Era necesario crear instalaciones adecuadas para conservar el grano y se probaron distintas soluciones, todas ellas de gran valor arquitectónico e incluso estético, ya que la posesión de un granero era un símbolo de riqueza y prestigio. Algunos construyeron hórreos de madera frente a la casa, pero fue más frecuente el caso de quienes integraron el almacén dentro de la propia vivienda, concediéndole un emplazamiento preeminente y bien visible: en el centro de la fachada, sobre el soportal de entrada. Una opción menos habitual que sólo se difundió en los valles orientales de Bizkaia, fue la de guardar el grano en grandes trojes de madera armados en la bodega, junto a los barriles de sidra. El trigo favoreció el desarrollo del caserío moderno y en muchos casos condicionó su propia estructura física. Podría hablarse de una categoría de caseríos del siglo XVI, del mismo modo que se pueden catalogar como caseríos del maíz algunos modelos de vivienda que proliferaron en las Encartaciones y en las antiguas Merindades de Uribe y Busturia durante el siglo XVIII[1].


 
  1. SANTANA, “Los caseríos vizcaínos”, cit., pp. 3-4.