Nombre familiar o apellido

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Barandiaran señala que el apellido o nombre de familia coincide en muchos casos con el propio de la casa en que vivió primitivamente la familia.

De los datos recogidos en nuestras encuestas se desprende que en muchas localidades los apellidos originaria y mayoritariamente han sido oiconímicos, en otras, por el contrario, patronímicos. En la mayor parte de los lugares se ha perdido la conciencia de su procedencia y los apellidos se transmiten de padres a hijos alternando los del padre con los de la madre. Caro Baroja afirma que la familia elemental vasca de labradores no es conocida casi nunca por el apellido del padre, como en diversas partes de Europa, sino por el “nombre de casa” en que vive y que muchas veces data de muy antiguo[1].

En Sara (L), en los años cuarenta del siglo XX, el apellido del padre era el único que se transmitía a la descendencia, pero en siglos pasados no fue así, no era raro el caso en que el nombre de la casa se transmitiera como apellido a los hijos, coincidiese o no con el apellido del padre. No es por tanto extraño que el apellido de la madre, y no el del padre, se transmitiera a la descendencia cuando aquélla era la heredera de la casa.

En Uharte-Hiri (BN) casi todos los apellidos son antiguos nombres de casas o de familias, pero se emplean sólo con carácter oficial; los vecinos entre sí se llaman por el nombre de pila al que se agrega el de la casa donde vive.

En Zeanuri (B) se ha recogido que los apellidos, en su mayoría, son topónimos. Popularmente se considera el apellido como el nombre propio de aquella casa de la que proceden los antepasados. En el libro de bautizados de la iglesia de Santiago de Ipiña que comienza en 1501 la mayoría de los nombres familiares que aparecen en sus primeros folios son las denominaciones de casas que aún subsisten con el mismo nombre: Lambreabe, Astondoa, Ipiña, Ipiñazar, etc. Muchos de estos nombres perduran como apellidos que ahora se transmiten a modo patronímico, alternado con los de la madre. La función original del apellido que era vincular a la persona con la casa a la que pertenecía fue suplantada a lo largo del siglo XVII por la de vincular al hijo con sus progenitores. En las primeras décadas del siglo XVII no eran raros los apellidos compuestos de patronímico y toponímico del lugar.

En Zerain (G), en tiempos pasados, a las personas se les conocía por el nombre de la casa. Hoy día, a efectos oficiales, se utiliza el sistema de llamar a la gente por el nombre seguido de los dos apellidos, el del padre y el de la madre. Dentro de la localidad se sigue identificando a la gente por el nombre de la casa seguido del nombre de pila, así: Etxeaundiko Martin, Martin el del caserío Etxeaundi, y a los hijos por el nombre de sus padres: Josepan semea, el hijo de Josefa.

En Berastegi (G) muchos apellidos se corresponden con el nombre del caserío de procedencia. En Elorz (N), al igual que en otros lugares de la Navarra media, los apellidos se han formado con el lugar de origen de la persona: Gorriz, Otano, etc.

En Améscoa (N) la mayor parte de los apellidos que aparecen en los libros parroquiales y documentación antigua son patronímicos y los que más se repiten son: Martínez, López, Iñíguez y Pérez. Hay tres toponímicos originarios: Améscoa, Baquedano y Eulate, de los que se han formado numerosos compuestos. Mucha gente lleva apellido toponímico del pueblo que procede: Artaza, Zudaire, etc. También hay constancia de numerosos apellidos originarios de solar guipuzcoano.

En Aria (N) se han consignado: Maisterra, Pedroarena, Elizagarai, Aguerre, Indabe, Iturralde, etc.


 
  1. Julio CARO BAROJA. “Sobre la familia vasca” in Baile, familia, trabajo. San Sebastián: Txertoa, 1977, pp. 123-124.