Sentimiento del honor de la casa y de la familia
Es común el dato recogido en las localidades encuestadas de la conciencia que tienen los informantes sobre la importancia de mantener el nombre de la familia en buen lugar y no manchar el apellido ni la memoria de los antepasados. Así se ha constatado en Abezia, Agurain, Apodaca, Pipaón, Valdegovía (A); Andraka, Orozko, Valle de Carranza, Zeanuri (B); Altza, Beasain, Berastegi, Elgoibar, Elosua, Legazpi, Orexa, Zerain (G); Elorz, Goizueta, Obanos, San Martín de Unx y Valle de Roncal (N).
En Allo (N) se señala que el honor afecta a los individuos y por extensión a la familia, por tanto si una persona ajena falta al honor de uno de ellos, lo hace también a los demás, y viceversa, una conducta deshonrosa de un miembro del grupo familiar, es sentida como tal por los restantes miembros. En Moreda (A) subrayan el aspecto de que no se permite que se hable o se trate mal a un familiar en presencia de uno. En las conversaciones con los vecinos –dicen– a los familiares siempre se les saca la cara. También ha quedado patente el sentimiento de no dar a conocer a terceros los asuntos familiares y así en Obanos (N) se ha consignado que suele cuidarse el que no se conozcan fuera los problemas internos de la casa, cuestión que reflejan refranes del estilo: “Los trapos sucios se lavan en casa”.
Se han recogido testimonios que establecen cierto determinismo familiar. Así en Zerain (G) la casa es considerada como el lugar donde las generaciones se van sucediendo, manteniendo un comportamiento similar ante la vida. Se dice: aurrekoa, atzekoa alakoa o aurrekoa nolakoa, atzekoa alakoa. En Abezia (A) se ha consignado que todavía hay personas mayores que asocian la actitud o la forma de ser de ciertos jóvenes con las que tuvieron sus padres o abuelos. Se escuchan expresiones del siguiente tenor: “Esa familia siempre ha sido rara” o “A su padre también le pasaba eso”.
En Zeanuri (B) al honor de la casa se le ha dado tradicionalmente una importancia grande y aún hoy día es un determinante de las conductas de sus miembros. Le afectan sobre todo las conductas desleales y deshonestas de sus componentes, tales como por ejemplo: el impago voluntario de las deudas contraídas, el incumplimiento de la palabra dada, el jurar en falso, el abandono entre padres e hijos, las conductas libertinas y los hijos extramatrimoniales. Estas acciones que causan el deshonor de la casa, etxeko desonrea, son consideradas como una desgracia con cierto grado de fatalidad: Gurian ori pasau bearra! (¡Tener que sufrir esto en nuestra casa!). Los disgustos y sufrimientos ocasionados por tales hechos deshonrosos son, en ocasiones, considerados como la causa de enfermedades e incluso de la muerte de los responsables últimos del honor de la casa y de la familia, que son los padres o los abuelos.
En esta mima localidad arratiana estar endeudado se ha considerado tradicionalmente como una situación violenta y vergonzante para la casa. El no poder responder a las deudas contraídas, zorra negau bearra, era una desgracia y un deshonor para la casa: etxea zorpean. Por ello se decía que había que sacudirse las deudas cuanto antes, por pequeñas que fueran eran igual de molestas, como reza el dicho: eun zor, berreun zor, zorra zor, endeudado en cien, endeudado en doscientos, la deuda siempre es deuda.
Por consiguiente, el grupo doméstico recurre al honor de la casa o de la familia cuando trata de recriminar a algún miembro suyo que con su conducta ha podido lesionar tal honor. Situación que queda reflejada en fórmulas del tipo: Gure etxean ez olangorik, nada de esto en nuestra casa; Gure artean egundo ez da jaso olakorik, en nuestra familia nunca ha ocurrido nada semejante. Se usan expresiones similares cuando se trata de rechazar acusaciones que atenten al honor de la casa o cuando se quiere ensalzar tal honor: Gurian zorrik ez!, nuestra casa no tiene deudas; Gure semeak olakorik ez!, nuestros hijos no han cometido tal hecho. Las conductas que afectan al honor de la casa se consideran culpables y son calificadas como vergonzosas para la casa, etxearen lotsagarrireko. Las taras físicas o mentales no afectan al honor, tienen la consideración de pruebas que manda Dios y hay que aceptarlas.
En Sara (L), según recogió Barandiaran en los años cuarenta, el mantenimiento del honor se manifiesta de diversas formas, sobre todo cuando a algún miembro de la familia se le imputan ciertas faltas o delitos. Ante la acusación de la infidelidad a la palabra empeñada en los compromisos contraídos, se defiende la familia entera con presteza y vehemencia. Lo mismo ocurre ante la imputación de insinceridad, de trampa en los negocios, de denuncia de delitos a las autoridades, de insolvencia, de escasez de juicio y de robo. Para rechazar acusaciones e injurias dirigidas a familiares y parientes se han registrado expresiones del tipo: Gure etxean ez da holakorik sekulan izen, en nuestra casa jamás ha ocurrido tal cosa, o Oi in duena ez da gure etxekoa, quien ha hecho eso no es de nuestra familia. El mismo sentimiento colectivo se manifiesta en ocasiones de sucesos felices con frases como ésta: Oore da holako gauza gure jendakian gertatzea, es honroso que tal cosa ocurra en nuestra parentela.
En nuestras encuestas se han visto reflejados también comportamientos tenidos por indecorosos o vergonzantes en la sociedad de la época. Así en Mezkiritz (N), antiguamente, se consideraba la mayor vergüenza de una casa, etxekoendako lotsik aundiena, el tener un hijo sin que los padres de la criatura se hubieran casado o tenerlo antes de tiempo. Era un deshonor que mancillaba a toda la familia.
Por último, en los sentimientos de honor de las clases altas se reflejaban otros valores que ellas estimaban necesario proteger. Así en Sangüesa (N) se ha consignado que el pertenecer a ciertas familias se consideraba un orgullo (“pesaba mucho”), evitaban mezclarse en los matrimonios con gente de nivel inferior (“que no les llegaba la camisa al culo”). El sentimiento del honor alcanzaba a estar mal visto el hacer cosas moralmente repudiadas pues se pensaba que era una deshonra para la familia. Todavía a mediados del siglo XX en que comenzó la industrialización de la localidad, parecía un deshonor para las familias pudientes el que alguno de sus miembros entrara a trabajar en una fábrica o el que se casara con la criada.