Encender o reavivar el fuego

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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El pedernal, suharria. Nuevos sistemas de encendido

En tiempos pasados fue común obtener fuego de percutir el pedernal, su-arria, con el borde de una chapa de acero o eslabón, arreta, y prender yesca, ardagaia / ardaixa / iazkia, tal y como se ha constatado en Markinez, Valle de Zuia (A); Amorebieta-Etxano, Orozko, Zeanuri (B); Ataun, Beasain, Elosua, Itziar, Oñati, Orexa, Zerain (G); Valle de Elorz, Izurdiaga, Lezaun y Mezkiritz (N). A menudo avivaban el fuego con ayuda del fuelle o, según se ha recogido en algunos pueblos guipuzcoanos, valiéndose de un tubo, kañoia, de acero o de hierro por el que soplaban. A continuación se agregaba leña fina, ramas delgadas, abarrak, helechos secos o productos similares para que prendiera bien y se mantuviera el fuego. En Iholdi (BN), antiguamente, mediante este método prendían un paño de lienzo chamuscado, atorraki. Informantes de Allo (N) recuerdan que el pedernal se traía de la cantera de la vecina localidad de Lorca.

Seguidamente se exponen algunos ejemplos registrados en nuestras encuestas que decriben la forma de empleo del pedernal. En tiempos pasados, en Ezkurra (N) se usaba suarri, pedernal, o moarra, piedra de la región de Leitza, o las piedras llamadas artxuri y giltxurdin-arri. La piedra se percutía con eslabón de acero llamado surdoki y con la chispa que así salía se encendía la yesca, kardo. Ésta, encendida, se colocaba dentro de un manojo de paja o de helecho. Agitando el manojo o soplándole se lograba encenderlo.

En Bermeo (B) el pedernal, suarriye, se golpeaba con un trocito de hierro a modo de eslabón y sacaba suficientes chispas como para encender la punta carbonizada de un palo, adarra, con la que se prendía árgoma seca y se encendía el fuego. A este pedernal le llamaban Burgo-arriye, porque se recogía en el monte Burgoa, u ollo-arriye porque daban a las gallinas unos trocitos para facilitarles la digestión. Señalan que también se podía obtener fuego raspando el pedernal con una lima. Los informantes de más edad dicen haber oído que antiguamente se encendía el fuego frotando dos maderas, debiendo luego soplar para que prendiera.

En Améscoa (N), en tiempos pasados, se conoció encender el fuego con yesca y pedernal, llamaban yesca a la madera de haya muy pasada que los carboneros denominaban azkoz y si estaba bien seca era muy fácil de encender y muy difícil de apagar.

En Mirafuentes (N) se empleaba yezca, cardo u hongo que nace pegado a ciertos árboles, que se recogía en el monte y se utilizaba bien seca junto con el pernal, la piedra de pedernal que se golpeaba con un eslabón de hierro para obtener las chispas o chustas que hicieran prender la yesca.

En Agurain (A) se usaba el pedernal con el que picaban con mucho brío una punta de hierro sobre un buen puñado de helechos muy resecos o de paja. Con el rozamiento se producían chispas que al caer sobre los helechos o paja ardían con gran facilidad.

Después se generalizó el uso de las cerillas, posporoak / pospoloak, en Zeanuri-B pakulak, conocidas también tanto en castellano como en euskera con el nombre de mixtos, mistoak, y el mechero o chisquero, txiskeroa. Las primeras cerillas fueron de cera, luego de palo o madera y por último de cartón. En San Martín de Unx (N) se ha consignado que el fuego se encendía también con “cordones” de cera. En Allo (N) se ha recogido el dato de que los mecheros fueron primero de mecha, después de gasolina, de gas y electrónicos.

En Sara (L) para encender el fuego en los años cuarenta se utilizaban cerillas semejantes a las que luego se llamaron alumetak y entonces subrametxa; pero eran más caras que el viejo sistema de encendido y poco prácticas donde soplase viento. También en Ataun (G) se utilizaron cerillas de fósforo, suprametxa. En Uharte-Hiri (BN) el alumbrado se hacía con cerillas, alumeta, supiztekoa.

En Abezia (A) se ha consignado que antiguamente se economizaba de tal forma que con una vela se iban encendiendo las restantes, de ahí el refrán: Quien no ahorra un mixto, no ahorra un cristo.

En los años setenta se generalizaron pequeños encendedores eléctricos para los aparatos de gas. Las cocinas eléctricas se encienden ahora girando una llave o colocando el dedo encima del sensor.

Reavivar el fuego, sua izarkitu

Un uso generalizado antiguamente para encender el fuego ha sido reavivar a la mañana siguiente las brasas, ilatiak, del fuego bajo que habían sido recogidas y envueltas con ceniza la víspera. Se removían con las tenazas, se ponían algunas leñas finas encima, se soplaba con el fuelle si era preciso y el fuego volvía a prender (Abadiño-B; Elgoibar, Oñati, Zerain-G; Aintzioa y Orondritz, Eugi, Ezkurra-N).

Lo que se pretende con todos los métodos de encendido es hacer una base de ascuas encendidas lo que permite que el fuego no se apague y acepte cualquier combustible externo.

En el Valle de Zuia (A), antiguamente, casi no se necesitaba prender la cocina pues en la mayoría de los caseríos se mantenía encendido el hogar bajo desde el Sábado Santo. El tronco arrimadero encendido se tapaba por la noche con ceniza y la tenaza y la paleta se colocaban en forma de cruz. A la mañana siguiente, apartada la ceniza el fuego se mantenía vivo. Era muy popular la exclamación de la madre al contemplar la brasa: “Bendito sea Dios que tengo lumbre”. En Bernedo, Bajauri, Obécuri y Urturi (A) al retirarse a dormir la familia, se solía tapar con ceniza el leño grande para conservar el fuego y encender a la mañana siguiente.

En Baigorri (BN) se reavivaba el fuego de la víspera así como el del gran tronco, llamado sutondoko, que duraba varios días encendido en un rincón de la chimenea. En Urepele (BN) apilaban el rescoldo cubriéndolo con ceniza, luego lo reavivaban operación que se conoce como suia izarkitu.

En Abezia (A) por la noche, y para evitar que el fuego se apagara, se procedía a “recoger el hogar o fogar”, lo que significaba cubrir con cenizas las brasas para que se mantuvieran. A la mañana siguiente, echaban astillas y bardas para que prendiera. Una razón añadida para cubrir el fuego era evitar que el gato pudiera acercarse al mismo, que prendiera su pelo y en su huida provocara un incendio. Por este motivo, señalan los informantes que se tenía mucho cuidado con ellos.

En Agurain (A) el procedimiento para encender el fuego consistía preferentemente en reunir los carbones que permanecían encendidos entre el rescoldo de la ceniza, y arrimar a ellos briznas, abarras delgadas, paja o chiris de madera que soplando con el fuelle ardían inmediatamente. En Apodaca (A) en las cocinas bajas, antes de ir a la cama, amontonaban la ceniza sobre las brasas y así a la mañana siguiente con poner un poco de barda encima de las ascuas enseguida ardía la lumbre.

En Orozko (B) se procuraba no cargar el fuego en las últimas horas y cuando iban a acostarse se separaban las brasas, txingerrak, y se cubrían con ceniza, ilintiek autsegaz amatau. En algunas casas, por miedo a los incendios, se ha consignado la costumbre de depositar los últimos rescoldos en un balde y sacarlo al exterior. Por este mismo motivo, se tenía sumo cuidado en que el gato no permaneciera en la cocina por la noche.

Alimentación inicial del fuego

Una vez iniciado el fuego había que comenzar a alimentarlo con leña menuda tal y como se ha recogido en numerosas localidades encuestadas, luego se agregaba leña más gruesa.

En Abezia (A) para reavivar el fuego utilizan papel, astillas de madera, paja y bardas. Esta últimas son hojas que se bajan del monte en el mes de septiembre y sirven para proteger del viento la cuadra y parte de la cabaña. En Ribera Alta (A), para prender el fuego, se utilizaba la barda o leña menuda. En Añana (A) el fuego se encendía con carrascas, ramas de encina. En Moreda (A) se introducía el mechero debajo de un manojo de oliveñas y sarmientos. Cuando éstos ardían ya se podía quemar la leña gorda de olivo y almendro. En el Valle de Zuia (A) para el encendido se colocaba un puñado de helechos muy resecos o paja, y sobre ello puntas de barda o aulagas que se cogían para dárselas picadas a las yeguas y ardían con mucha facilidad.

En Markinez (A), el fuego se rodeaba de rascas, residuos de cáñamo o lino, que quedaban al ser golpeada esta planta con la tránquea, mazo. La llama se aplicaba a unas abarras, ramillas, y más tarde a leños más gruesos. También en Bernedo, Bajauri, Obécuri y Urturi (A) el combustible se componía de abarras o paja y leña de monte. En Pipaón (A) cuando la chimenea se enfriaba por no haber hecho lumbre en varios días, se quemaban abarras con hoja que producían altas llamas para que tirara bien. Hoy día la mayoría sigue encendiendo el fuego con astillas secas, ramas de boj y papeles; alguno que otro con pastillas especiales y leña delgada. En Améscoa (N) para facilitar el encendido se valían de abarras que eran ramas delgadas de roble o de enebro. En Orozko (B) el fuego se encendía con ramitas, abarrak, y con sobras que se traían del monte cuando se hacía carbón.

En Allo (N) preparaban leña de haya allá por septiembre. La partían en rajas pequeñas a las que llamaban brinzas y procuraban que estuvieran bien secas. Antes de usarlas se calentaban en el horno o en un agujero que algunas cocinas tenían junto al fogón para este menester. También se valían de abarras de giniebro, enebro, que se recogían en los montes cercanos. En el Aintzioa y Orondritz (N) sobre las brasas se disponían unas ramitas secas y algún papel que pronto prendían fuego y cuando adquiría fuerza se echaban los troncos. En Eugi (N) para el encendido se ponían ramas de haya secas y papel. En la cocina económica en vez de ramas se empleaban astillas y papel.

En Ereño (B) al no haber papel, se usaba paja de trigo seca, galtzue, que se amontonaba y sobre ella se ponían unos trozos de leña pequeños y delgados, zozpalak, sobre los que se iban añadiendo leñas más gordas. En Abadiño (B) se valían de paja y de ramitas finas, abarrak, para que el fuego tomara fuerza y después se añadía leña, astillak.

En Gorozika (B) se utilizaba paja, hierba seca, papel o árgoma seca. Para encender el fuego, paja, lastua, se ha usado también en Elosua (G) y árgoma en Sara (L). En Andraka (B) se valían de puntas de árgoma, labarota, que se picaban previamente; sobre ellas se ponía leña menuda, kimek, y luego leña más gruesa, mukurrek, normalmente raíces de madroño. En Busturia (B) para el encendido empleaban un poco de hierba seca, azpigarrije; también el madroño, gurguxe, servía para hacer una carguilla, kargillie, y encender el fuego. En Bermeo (B), en zona rural, la leña o tablas se apilaban sobre un punto central junto al que se colocaba árgoma seca.

En Andoain (G) colocaban ramas delgadas llamadas zotzak o txotxak; o palos de árgoma denominados otarrak. En Orexa (G) se utilizaba leña menuda, zotzak eta arbak; en Itziar (G) también se echa ramaje, txotxak, al fuego. En Ataun (G) ramillas, zaprasta. En Bedarona (B) se colocaban astillas finas, egur meiek, y luego leños más gruesos. Cuando no había suficiente brasa, se añadían las piñas que se habían tenido en el horno a lo largo de la noche para que se abrieran, con lo que se conseguía que prendieran enseguida. Hoy en día se hace lo mismo para encender la chapa.

Reavivando el fuego. Bedarona (B), 2005. Fuente: Esther Korta, Grupos Etniker Euskalerria.

En Elgoibar (G), a la mañana, sobre el rescoldo se ponía de nuevo leña. Cuando se encendía la cocina económica se colocaba en la base algo de helecho o hierba seca, encima unas astillas y luego madera o carbón, aunque generalmente era leña lo que se utilizaba, sobre todo quienes disponían de buena leña en casa. A los trabajadores de la Fábrica San Pedro, al mes les daban un saco de carbón.

En Trapagaran (B) se colocaban dos grandes troncos sobre la chapa de hierro que hacía de base del fogón y en medio de ellos se daba fuego a leña menuda mezclada con paja y papel a los que se iban agregando trozos de madera más grande hasta que prendieran los troncos gruesos. En Portugalete (B) para encender el fuego se empleaba leña bien seca o chirlora y un pedazo de papel y como las cocinas tenían buen tiro se encendían rápidamente. También en el núcleo urbano de Bermeo (B) ponían virutas de madera, txirlorie, que era lo primero que prendía.

En Sangüesa (N) en el hogaril se cebaba el fuego con mixtos aplicando la llama a un bolo de hojas secas de olivo, o de otros árboles, o de paja, pues escaseaba el papel, colocado debajo de las ramas o la leña. En el campo y cuando se encendía con el mechero de mecha se aplicaba la lumbre a las hojas secas y se soplaba hasta que se originaba la llama.

En Mélida (N), antiguamente, la madera utilizada para iniciar el fuego era de romero, sarmientos y teda, pino de mucha resina, que normalmente se cogía en el campo. Para calentar el horno se recurría al sisallo y romero, procedente de arbustos y matorrales de las Bardenas. En Lezaun (N) el haz de leña que se utilizaba para calentar el horno se llamaba hornija y era madera más delgada que la del fogón.

En Murchante (N) el fuego del hogar y la cocina económica se encendían con sarmientos, muy abundantes en esta localidad vitícola y en alguna ocasión con madera de chopo, procedente de las choperas locales. Con un abanico de madera, tipo oriental, extendían la llama. Los calentadores se encendían con erraz, que era el hueso de oliva triturado. Lo obtenían el mismo día que se les daba la cosecha de aceite. Señalan los informantes que “con una palada de la badileta era suficiente”. Este combustible lo preferían a la carbonilla porque ésta desprende un gas que produce dolores de cabeza.

En Obanos (N) para encender el fuego como es debido, primero se parten sarmientos o ramas finas bien secas y con un papel se prende por debajo. Las primeras llamas son grandes y sobre ellas se colocan un par de troncos, luego sólo hay que mantener el fuego echando más troncos. También se usaban como combustible las pinochas secas del maíz. En las cocinas económicas que no tiraban bien se metía un pequeño papel encendido por el tiro, que es un orificio de forma rectangular situado en la parte más baja que comunica con la chimenea, dicen que se trata de romper la columna de aire frío.

En Viana (N) para encender el fuego en el fogón se aplicaba la llama a escobiles, paja, sarmientos, matas de alubias y oliveñas o ramas de la poda de los olivos, más raro a un papel pues escaseaba en las casas. En el campo se usaba el mechero de mecha larga o jodevientos, aplicándolo a hierba seca y soplando hasta conseguir llama. En Artajona (N) se emplea aliaga, sarmiento y chaparro.

Con carácter general hay que señalar que el fuego y la chapa o cocina económica han servido para eliminar todos los residuos que se producían en casa, salvo los orgánicos que se le daban al ganado.