Reparto de responsabilidades entre los padres
En las zonas rurales, cuando los niños crecen el padre pasa a ocuparse de los varones para que vayan aprendiendo las labores relacionadas con la agricultura y el cuidado de los animales, mientras que de las hijas se ocupa la madre para enseñarles las labores relacionadas con el trabajo de la casa.
En tiempos pasados era normal que los muchachos y las muchachas aprendieran lo que se ha conocido como las labores propias de su sexo, por eso ellos pasaban más tiempo con el padre en tanto que ellas lo hacían con la madre.
En Amorebieta-Etxano (B) se ha recogido que una vez el hijo alcanzaba una cierta edad, el padre le iba iniciando en las labores del campo. A partir de los ocho años, e incluso antes, le llevaba para que le ayudase haciendo de guía de la yunta cuando araba, para traerle alguna cosa que se hubiese olvidado en casa como la piedra de afilar la guadaña, recoger hierba con el rastrillo o llevarle un bocadillo o agua fresca de la fuente cuando estaba segando hierba. Le sostenía el yugo cuando uncía los bueyes y de esta forma iba aprendiendo la forma de uncir el carro y manejar los aperos de labranza. La madre se encargaba de iniciar a las hijas en la costura, en hacer punto, realizar la limpieza de la casa y las tareas alimentarias como cocinar, fabricar quesos, preparar la masa del pan, elaborar mantequilla y otras labores. La madre también se encargaba de que los críos acudiesen a la escuela. Los padres solían estar interesados en que los hijos terminaran al menos la escuela elemental. En los caseríos no resultaba fácil proseguir con los estudios por falta de medios económicos, necesidad de mano de obra y por las distancias. En el casco urbano las posibilidades de estudiar eran mayores. La madre ha sido la transmisora de las costumbres sobre las obligaciones en funerales y la tradición oral. Había también algunos hombres que se ocupaban de ello, pero eran los menos.
En Hondarribia (G) cuando los niños eran pequeños dependían sobre todo de su madre. Cuando comenzaban a trabajar, algo que hacían progresivamente y con total dedicación a partir de los catorce años, ayudaban al padre; así que había más unión entre la madre y las hijas por un lado y el padre y los hijos por otro. La madre enseñaba a las hijas las tareas domésticas como cocinar, lavar, coser, planchar, etc., y el padre a los hijos a uncir los bueyes, layar, escardar, plantar y otras actividades similares. En el barrio pesquero los jóvenes comenzaban pronto a ayudar en los barcos de pesca y en ellos se iniciaban en el oficio. Algo similar ocurría con los hijos de los artesanos, que aprendían de sus padres. Esta forma de enseñanza y de vida creaba unos fuertes lazos de unión familiar. En la educación religiosa se iniciaba a los niños desde muy pequeños y de ella se ocupaba la madre o la abuela si vivía en la misma casa. También se les enseñaba a leer, escribir, contar, etc., conocimientos que completaban en la escuela, donde entraban con unos seis años hasta los catorce, en que la abandonaban tras hacer la comunión solemne o segunda comunión.
En Altza y Legazpi (G) después de la edad escolar, en general, para que ayudaran en las labores del caserío, el padre se ocupaba de los hijos y la madre de las hijas. Luego los muchachos seguían el oficio del padre o aprendían otro y las muchachas permanecían en casa hasta casarse dedicadas a cocinar, a la costura, etc.
En Beasain (G) mientras los hijos están en edad escolar la autoridad de los padres es total. Son ellos quienes les educan de pequeños en casa, les inician en las prácticas religiosas y deciden la escuela a la que les enviarán, controlando su aprovechamiento. Durante este periodo el mayor peso lo lleva la madre. Cuando el hijo deja la escuela, a los catorce o dieciséis años hoy en día, antes a los doce, si se queda en el caserío es el padre quien asume la mayor responsabilidad, trabajando generalmente juntos.
En Legazpi (G) dicen que los muchachos aprendían de la madre a trabajar en el huerto doméstico y a preparar la comida del ganado, en tanto que del padre o de los hermanos mayores las labores de la siembra y del cuidado de los árboles en el monte.
En Zerain (G) la madre se ocupa directamente de los niños hasta los doce años. Es la que dirige y fija los trabajos que éstos tienen que realizar, se ocupa de los estudios e impone los castigos. Enseña a rezar y se ocupa de que cumplan con sus deberes religiosos. A partir de esa edad el padre toma parte cada vez más directa en los asuntos que conciernen a los hijos.
En Apodaca (A) por lo general el padre mandaba sobre los varones y la madre sobre las hijas. En las casas de los labradores la educación recaía mayoritariamente sobre las madres en lo relativo a leer, aprender oraciones y modales. Los padres les enseñaban las labores agrícolas y ganaderas. En las casas de los que no eran labradores, hojalateros, la enseñanza de la lectura y de la escritura la asumían los padres, mientras que las madres enseñaban a las hijas las labores domésticas como lavar, coser, bordar, etc., además de rezar.
En Izurdiaga (N) la madre es la que se preocupa del niño los primeros años, le enseña a rezar, a vestirse, etc. Cuando ya tiene cuatro o cinco años hace pequeñas tareas en la casa como dar de comer a las gallinas y labores similares; con siete u ocho años comienza a ayudar al padre en las tareas del campo después de volver de la escuela.
En el Valle de Roncal (N) la madre se ocupaba de la educación inicial de hijos e hijas, después, cuando ya iban a la escuela, continuaba con la educación de las niñas, mientras que los padres enseñaban su oficio a los muchachos. A veces se les mandaba a servir en “casas fuertes”, al seminario o con otro vecino que aunque no fuera rico, les permitía comenzar a recoger algo para su propiedad como cabezas de ganado si era pastor. En la educación ha intervenido más la madre que el padre; éste sólo en lo que atañe a las tareas agrícola-ganaderas o, en su caso, en los negocios.
Con el paso del tiempo se han producido cambios en el papel que desempeñan los padres en la educación de los hijos, así como el que juegan los centros de enseñanza. A continuación se ofrecen algunos ejemplos ilustrativos, que con variantes son aplicables a otras localidades.
En Zeanuri (B) en la educación doméstica tradicional la cualidad más estimada y valorada en los hijos era su afición al trabajo, mutil / neska fine. Esta cualidad determinaba quién era el más apto para quedarse al frente de la casa. Hoy día los padres valoran más en los hijos la inteligencia y la capacidad para los estudios y les preguntan sobre su futura vocación u oficio. Favorecen en la medida de lo posible sus aficiones y procuran que lleguen a ocupar una posición mejor que la que ellos tuvieron en vida. Las profesiones más corrientes para los muchachos en tiempos pasados fueron las de carpintero, arotz; cantero, argin; herrero, erremantari; etc., de no ser que entraran como peones en las industrias o se dedicaran a las labores de labranza o pastoreo en la casa familiar. A mediados del siglo XX se instauró en el pueblo una escuela profesional para que los chicos que entraran en la industria lo hicieran con un grado mayor de cualificación. Muy pocos estudiaron una carrera hasta los años setenta, hasta esas fechas el término estudiante, estudiantea, era sinónimo de seminarista o aspirante al sacerdocio. Con posterioridad los estudios medios se han generalizado y los superiores se han hecho más corrientes. Hasta los años setenta, las familias procedían de la misma manera con las chicas. Eran pocas las que aprendían un oficio, que siempre era el de costurera, joskilia. Las muchachas, de no ser que entraran en religión, iban a servir a casas de familias de la burguesía de Bilbao. Este periodo de servicio se consideraba instructivo y educativo para una joven que iba a ser ama de casa. Permanecían sirviendo hasta casarse. Hoy día este panorama ha cambiado de forma radical, sobre todo en lo que se refiere a las jóvenes. El aprendizaje de las profesiones se hace en la escuela profesional, abierta también a ellas desde los años setenta. Muy pocas entran a servir en casas privadas. En la sociedad tradicional los padres daban todas las facilidades para que sus hijos o hijas abrazaran el estado religioso. La razón de esto, según los informantes, estaba en que la entrada en el convento libraba las más de las veces a los padres de la carga de la dote. Por otra parte era un título de prestigio para la familia tener un hijo o hija religioso. El flujo de vocaciones religiosas, que ha sido muy abundante tradicionalmente, se interrumpió en los años sesenta coincidiendo con la última crisis general de la sociedad rural.
En Berastegi (G) la autoridad de los padres sobre los hijos fue en tiempos pasados férrea. Incluso eran ellos quienes decidían enviarles al seminario o al convento sin consultarles. La vida era dura, sobria, con numerosa prole y con dificultades para alimentarla. Así que los padres tomaban la decisión de “repartir” las bocas de forma que alguna hija fuera a servir de criada o ingresara en un convento; para los hijos la salida era emigrar a América o también el seminario o un convento. En la educación de los hijos la única que desempeñaba algún papel era la madre, el padre se desentendía salvo en raras excepciones. Ella seguía de cerca la marcha de los estudios primarios y les ayudaba a hacer los deberes. Hasta los doce años los hijos acudían a la escuela del pueblo y colaboraban en las tareas domésticas. Hoy día la situación es bien distinta, los hijos acuden a estudiar a Tolosa y apenas participan en las labores de la casa. En cuanto cursan los estudios obligatorios comienzan a trabajar en alguna empresa, se compran un automóvil y se limitan a ir a comer y dormir a la casa familiar. Se ha producido una ruptura generacional y la autoridad de los padres está atenuada.
En lo relativo a la autoridad del padre, en Trapagaran (B) señalan que el trato de éste con los hijos se ha flexibilizado y se considera que la educación es tarea de ambos cónyuges. En nuestros días la autoridad la comparten el padre y la madre si bien los niños por lo general se acercan más a la madre.
En Bermeo (B) según se recogió a finales de los años setenta, el papel atribuido a los abuelos es valorado de distinta manera según las épocas y las personas. Así ha habido momentos en que la relación abuelo-nieto se ha considerado importante, en tanto que en tiempos recientes algunas familias dicen que su influencia puede ser negativa en la educación de los niños porque su bagaje cultural se considera desfasado, debiendo limitar su relación con los nietos al juego. Se piensa que los abuelos pueden maleducar a los pequeños.