La memoria de los antepasados de la casa. Gure arbasoak

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Tal y como recogió Barandiaran en Sara (L) los descendientes se consideraban obligados en igual medida para con sus antepasados paternos y maternos, si bien eran más estrechas y ocupaban lugar preferente sus obligaciones para con los antepasados de la casa que habitaban. En Ataun (G) en tiempos pasados se invocaba a los antepasados de la familia dos o tres veces al día: al bendecir la comida, al rezar el rosario y al apilar el fuego del hogar.

Estuvo muy extendida, según se ha recogido en las localidades encuestadas, la costumbre de rezar el rosario en familia al anochecer y después del rezo ofrecer, con fórmulas parecidas, un padrenuestro por los difuntos de la casa.

A continuación se ofrecen algunas de las fórmulas recogidas. Así en Sara (L) los antepasados de la familia se llaman arbasoak; en Baigorri (BN) gure aitzekoak y gure arbasoak. Al finalizar el rosario se decía un pater noster con la dedicatoria: etxe huntaik atea dien arimentzat (para las almas que han salido de esta casa), o esta otra: etxe huntako arima ganentzat (para las almas idas de esta casa). En Mezkiritz (N) la fórmula era: etxe ontan atera diren anima guzien alde.

En Zeanuri (B) los antepasados son denominados genéricamente gure aurrekoak, nuestros predecesores. Al aplicarles un padrenuestro después del rosario familiar se les mencionaba así: etxe onetatik urten dabenekaitik, por los que salieron de esta casa.

En Abezia (A) la fórmula utilizada era “por nuestros difuntos”. En Agurain, Pipaón (A); Busturia (B); Berastegi, Elgoibar, Elosua, Legazpi (G), Luzaide/Valcarlos y San Martín de Unx (N) se ha consignado similar costumbre de rezar un padrenuesto por los difuntos tras el rezo del rosario.

También ha sido común que al finalizar la bendición de la mesa antes de la comida o de la cena, quien dirigía el rezo tuviera un recuerdo para los difuntos de la casa, con fórmulas del tipo: requiescant in pace o su equivalente, descansen en paz. Se respondía: Amén. En Allo (N) se ha recogido que los demás contestaban: “que en el cielo descansen”. En Abezia, Agurain, Pipaón (A); Goizueta y Luzaide/Valcarlos (N) se ha constatado igual costumbre consignando que se rezaba por el alma del familiar que hubiera fallecido recientemente.

En tiempos pasados estuvo generalizado honrar a los familiares difuntos poniendo el nombre de alguno de los fallecidos a los nuevos nacidos en el seno familiar como primer nombre o como segundo. Hoy prácticamente ha desaparecido esta costumbre.

En otros momentos, lugares y ocasiones se ha recordado a los familiares difuntos, tal y como han señalado en algunas localidades, si bien la costumbre es extensible a otras muchas. Así en Mezkiritz (N) recordaban a los difuntos en el rezo del ángelus. En Apodaca (A), Oñati y Zerain (G) la gente mayor rezaba por los difuntos de la casa en sus oraciones diarias. En Allo (N) se ha recogido que en el ámbito privado cada cual reza de forma individual, generalmente al acostarse, por los difuntos recientes. En Hondarribia (G) han consignado la costumbre consistente en recordar a los difuntos de casa en misa porque las mujeres asistían a ella provistas de devocionario donde guardaban recordatorios de los familiares.

En San Martín de Unx (N) si se trataba de una casa con tradición, no recién edificada, conservaba el hálito de los antepasados y entonces se solía tratar de mejorarla y conservarla con estima porque se pensaba que allí vivieron los familiares difuntos y de igual manera hubieran obrado ellos. Se invocaba a los seres queridos en los momentos de peligro o de aflicción.

En Sangüesa (N), se recordaba a los familiares difuntos hablando de ellos a los niños y jóvenes, que ni los habían conocido, al decirles: “Pues tu abuelo decía, o hacía o cantaba esto”. Se contaban anécdotas del pasado protagonizadas por ellos. Señalan que también ha sido costumbre guardar algún recuerdo de los familiares fallecidos: una ropa especial, joyas como el anillo de bodas, libros, objetos de cristal y cerámicos, el rosario de la abuela, su devocionario con las estampas, fotografías, reloj, etc. Algunos de estos objetos han desaparecido con los cambios de las casas antiguas a pisos más pequeños. Las jóvenes generaciones ni valoran ni les gustan, por lo general, estos recuerdos antiguos, a no ser por su valor material, pues “ya no pegan” en una casa moderna.