Papel de la mujer en la transmisión de los valores y creencias

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En líneas generales se puede afirmar que de los datos aportados por las encuestas, de los dos cónyuges la mujer es la principal educadora de los hijos y la encargada de transferir la tradición que a su vez recibió de sus antecesores (Agurain-A; Busturia-B). Uno de los aspectos más importantes de esta transmisión, según se ha apuntado en el apartado anterior, atañe a las ideas y prácticas religiosas, como es el caso de la enseñanza de las oraciones (Bermeo, Busturia, Gorozika, Trapagaran-B; Pipaón-A; Altza, Legazpi, Oñati, Orexa, Zerain-G; Goizueta, Izurdiaga, Urzainki-N; Zuberoa). De igual modo se han transmitido las supersticiones (Bermeo-B; Zerain-G). En Elorz (N) reconocen que las mujeres no sólo desempeñaban un papel crucial en la enseñanza de la religión sino que además favorecían las vocaciones sacerdotal y misionera.

En Mezkiritz (N) se recogió que en otro tiempo ambos, el padre y la madre, se ocupaban de transmitir las creencias y enseñar la oraciones a los hijos. Con frecuencia, el padre lo hacía mediante canciones teniendo al niño sobre sus rodillas.

En cuanto a las razones de este papel destacado de la mujer, en Amorebieta-Etxano (B) aducen que el padre, aunque era conocedor de cuentos, leyendas, canciones y hechos del pasado, no llegaba a transmitirlos con la intensidad de la madre, la abuela o alguna tía que viviese en la casa o en las cercanías, ya que éstas tenían un trato directo con los niños, mientras que el padre, por razón de su trabajo, tenía menos contacto con sus hijos.

En Moreda (A) las madres son las primeras que inician a sus hijos en la religión y la doctrina cristianas. Enseñan a sus hijos las primeras oraciones, comenzando por las dedicadas al Niño Jesús. La señal de la cruz es la primera práctica que aprenden los más pequeños; para ello la madre les coge la manita derecha y guiándosela les enseña a persignarse. Cuando les lleva a la iglesia les inculca que deben humedecer los dedos en el agua bendita de la pila para santiguarse y el comportamiento que deben mantener en el templo. Algunos informantes recuerdan incluso cómo para recibir la paga de las tardes de los domingos y festivos tenían que ir al rosario y exposición del Santísimo. A la hora de comer, la madre enseña a los hijos a rezar una breve oración de bendición de los alimentos. En resumen, la mujer es la principal artífice de que los niños aprendan las primeras nociones de religión en el ámbito doméstico y les prepara para los ritos de paso. Una gran parte del conocimiento de la vida tradicional se transmite a través de la madre: el calendario festivo anual, el aprendizaje de cuentos y leyendas, las supersticiones, conocer y distinguir a los familiares y parientes, etc. Antes de que se duerman narran a sus hijos cuentos fantasiosos para que dejen volar libremente su imaginación.

En Abezia (A) se considera que la abuela desempeña un papel fundamental por encargarse de transmitir los valores religiosos a los nietos, enseñándoles oraciones antes de acostarse o llevándolos a misa. Los ritos religiosos están muy presentes en el seno de la familia y son un ejemplo para los niños. Así, el rosario era rezado por toda la familia mientras desgranaban alubias o realizaban otras tareas en las frías tardes del invierno. Lo mismo puede decirse de otros rezos. Son también las madres y abuelas las encargadas de transmitir costumbres de vida, cultura, historia y tradiciones. En lo que respecta a las supersticiones se pasan de padres a hijos en el seno de la familia, pero también en el entorno del pueblo y en la escuela.

En Apodaca (A) las mujeres de la casa, bien la madre, la abuela, tías o hermanas, eran las que iniciaban a los niños en las creencias religiosas; se ocupaban de acostarlos y rezaban juntos las correspondientes oraciones además de enseñarles a santiguarse. También eran las encargadas de transmitirles las creencias y supersticiones.

Iniciación en las creencias religiosas. Allo (N). Fuente: José Ramón Macua, Grupos Etniker Euskalerria.

En Berganzo (A) el papel que ha desempeñado la mujer en la enseñanza y práctica de la religión ha resultado fundamental. Antaño no sólo la iglesia constituía el entorno donde se transmitía la religión sino que en cada hogar, los padres y sobre todo la madre enseñaba a los hijos las oraciones. Todos los días, después de cenar, la familia al completo rezaba el rosario en la cocina. Durante el otoño y algunos días del invierno, mientras rezaban el rosario elegían los caparrones y limpiaban las alubias.

En Bernedo (A) la mujer se ha preocupado de enseñar a los hijos las oraciones y la formación religiosa. También se han ocupado de esta labor los abuelos, que además eran los encargados de bendecir la mesa. Han sido cometido de la mujer otras prácticas religiosas que han tenido lugar en la casa como la novena de Nuestra Señora de Ocón cuando se quería obtener alguna gracia de la Virgen. Los usos y costumbres los aprendían los niños viendo cómo los practicaban los padres y atendiendo sus consejos y enseñanzas.

En Ribera Alta (A) la madre era la encargada de inculcar en los hijos principios y valores, además de enseñarles a rezar y transmitirles las enseñanzas religiosas. Desde que el niño nacía comenzaba su labor de convertirle en un cristiano recio. Rápidamente le bautizaba para que si por desgracia moría, fuera al cielo y no al limbo. Ya antes de nacer había acudido a Angosto buscando el amparo de la Virgen para su hijo. Una vez nacido regresaba al santuario con su hijo para encomendárselo a la Virgen. Posteriormente colocaba sobre su cuerpo algún escapulario protector. En cuanto el niño crecía y comenzaba a hablar enseguida le enseñaba a rezar, también a hacer la señal de la cruz. Antes de cada comida le habituaba a bendecir los alimentos y a la hora de acostarse a rezar y a solicitar la ayuda y protección de la Virgen y del Ángel de la Guarda. La madre también se ocupaba de rezar el rosario junto a sus hijos muchos días al atardecer, antes de cenar, en la cocina.

En Valdegovía (A) la madre, y en ocasiones la abuela, se ocupan de las enseñanzas religiosas, tanto de las creencias como de la práctica. Les enseñan las oraciones, llevan a los niños a misa y a los actos litúrgicos, les transmiten los pasajes bíblicos y les enseñan la vida de religiosos y santos. Con respecto a la superstición ocurre algo parecido, pero con la diferencia de que el peso de la religión es muy superior.

En Zeanuri (B) a la mujer le ha correspondido recordar y cuidar del cumplimiento de los ritos religiosos domésticos; la oración familiar, que generalmente dirigía el marido al comenzar las comidas, las oraciones que hacían los niños antes de acostarse, el santiguarse al salir de casa, así como iniciar a los niños en la instrucción cristiana, cuidando de que acudieran al catecismo; además de hacer que los hijos cumplan sus deberes religiosos. Ella cuida y conserva en la casa los objetos de devoción como cuadros, estampas, rosarios, recuerdos de peregrinaciones, devocionarios. Así mismo los objetos considerados como protectores de la casa o de las personas, como las candelas bendecidas, el agua bendita, el ramo de laurel, los escapularios o los cordones bendecidos. Cuida también de que sean bendecidos los alimentos como el pan, los niños, la casa, etc. La impetración de la salud por los familiares enfermos o aquejados de algún mal, es también quehacer suyo. Es de su incumbencia recordar e imponer el calendario religioso de la familia, los días de ayuno, los de abstinencia de carne, las festividades de precepto, las limosnas para la iglesia, la asistencia a enfermos o necesitados. De su exclusiva competencia era, sobre todo, aquello que estaba relacionado con el recuerdo y el culto de los difuntos de la casa. Esta obligación se centraba tradicionalmente en el cuidado permanente de la sepultura familiar. Lo cual implicaba recoger las ofrendas de dinero y luces, encargar sufragios, relacionarse con los sacerdotes de la parroquia, ejercer la solidaridad con otras familias a la hora de los ritos fúnebres, etc.

En gran medida la mujer mantiene aún, como quehacer propio, estas tareas respecto a la religión y el culto. Sin embargo algunas funciones tradicionales como aquellas que estaban relacionadas con el culto a los muertos, han decaído grandemente al faltarles el soporte ritual de la sepultura familiar, etzeko sepulturia. El hombre ha jugado generalmente un papel más secundario en lo referente a la religión doméstica. Sin embargo determinadas actividades religiosas eran de su incumbencia, así: el hacer ofrendas o encargar misas para obtener la salud o la fecundidad del ganado, el plantar cruces bendecidas para la protección de las heredades, acudir a las rogativas para implorar lluvia, poner la imagen de San Antón en el establo para proteger al ganado de enfermedades, etc. Este reparto de responsabilidades en lo tocante a la religión, es el reflejo de la división misma de las funciones y tareas que atañen al hombre y a la mujer en la casa. Y esto se refleja hasta en los menores detalles, el laurel, ereiñotza, que se coloca en la cabecera de las camas o en el hogar, están bajo el cuidado de la mujer. En cambio el plantar o el fijar la rama de roble o de fresno, San Juan aretxa, en la puerta de la casa, el día de San Juan, ha sido siempre una tarea exclusiva del hombre.

En Amorebieta-Etxano (B) la madre era la encargada de dirigir el rezo del rosario por la noche, los demás miembros de la casa respondían mientras desgranaban el maíz o realizaban otras tareas domésticas como repartir hierba al ganado o cortar nabos.

En Andraka (B) la madre y especialmente la abuela eran las responsables de las primeras enseñanzas religiosas del niño, tales como santiguarse al levantarse y acostarse, en el momento de salir de casa y al entrar en un lugar sagrado; o rezar por la mañana, antes de comer y el rosario. Hoy estas prácticas casi han desaparecido manteniéndose en su caso entre las personas mayores; los niños también rezan hasta la adolescencia, pero de forma más restringida que antaño.

En Hondarribia (G) la transmisión de los valores culturales ha recaído principalmente en la mujer. Ésta interviene desde un primer plano en el mantenimiento de la religiosidad. Algunos informantes señalan que hoy en día con cierta frecuencia sucede que ante padres renuentes a bautizar al niño, la abuela acristiane al bebé si es necesario clandestinamente. La mujer enseñaba a los pequeños además de doctrina cristiana, a rezar y velaba por el cumplimiento de las oraciones diarias. En el caserío dirigía el rosario diario al atardecer hasta que la retransmisión de este rezo por la radio hizo innecesaria la labor.

En Beasain (G), en la mayoría de los casos han sido y son las mujeres de casa, la madre y la abuela, las que han iniciado a los niños en las prácticas religiosas, enseñándoles las oraciones y el catecismo mucho antes de empezar en la escuela. Se daba el caso de abuelas que sin saber apenas leer enseñaban a sus nietos de memoria el catecismo completo con preguntas y respuestas. Los datos recogidos en Altza, Legazpi (G) y Goizueta (N) son similares. En Orexa (G) destacan tanto el papel de la mujer que dicen que con poco margen de error se puede asegurar que según sea la madre así saldrán los hijos: nolako ama alako aurrak.

En Berastegi (G) la mujer ha desempeñado un papel primordial en la enseñanza y práctica de la religión cristiana en los hogares de las zonas rurales. Ella enseñaba a santiguarse, susurraba las primeras oraciones a sus hijos y con ella acudían a los primeros oficios religiosos de la parroquia. La enseñanza del catecismo a los niños era misión específica de la madre. También transmite a los hijos las tradiciones, ritos, mitos y leyendas. Los niños veían cómo la mano de la madre encendía la candela bendita cuando arreciaba la tormenta y en la mañana de San Juan, con un cuchillo de cocina preparar dos trocitos de rama de espino albar, elorri, para clavarlos en la puerta de casa en forma de cruz.

En Elgoibar (G) las mujeres, principalmente las abuelas, eran las encargadas de iniciar y enseñar a los niños las nociones y prácticas religiosas. Todos los días al atardecer reunía a sus nietos para rezar el rosario y cuando llegaba el invierno les contaba historias que ella había escuchado siendo niña. A menudo era la que llevaba a los nietos a misa. Se ocupaba de enseñarles el catecismo, que conocían de memoria, ya que muchas mujeres no sabían leer. También les transmitían algunas creencias como echar el laurel bendecido al fuego cuando se desataba una tormenta, rezar a Santa Bárbara, encender la vela bendecida el día de la Candelaria y demás prácticas que habían aprendido a su vez de sus madres o abuelas.

La sabiduría de la abuela. Fuente: Ariztia, Mayi. Amattoren uzta (La moisson de grand’mère). Bayonne: Gure Herria, [1934], cubierta.

En Elosua (G) la mujer ha sido la transmisora de la tradición y las prácticas religiosas; era sobre todo la abuela, amandria, la que enseñaba a los niños a mantener el recuerdo de los familiares difuntos, la advocación al Ángel de la Guarda, a los santos, el rezo del ángelus y los signos externos del sentir religioso que estaban muy arraigados en la vida del caserío.

En Heleta (BN), de los niños –su cuidado, entretenimiento, alimentación, enseñar a andar y hablar– se encargaba la madre, frecuentemente ayudada por su madre o suegra, por alguna hermana o cuñada, por alguna tía o por alguna de las hijas mayores. Cuando el niño hablaba corrientemente se le enseñaba a recitar el Padre Nuestro y Ave María, el Credo y los mandamientos de la ley de Dios. También le enseñaban a santiguarse y pasajes de la vida de Cristo y de los santos. Desde temprana edad comenzaban a ir a la iglesia los domingos.

En Ezkurra (N) se les enseñaba a los niños a decir “Jesús, José y María”; en muchas casas también el catecismo y las oraciones, y les inducían a practicar los mandamientos. Empezaban a ir a la escuela y a la iglesia a los cuatro años. En las casas presenciaban buenos hechos y costumbres de carácter religioso y moral.

En Allo (N) las madres son las iniciadoras de las prácticas religiosas en los niños, quienes aprenden de sus labios las primeras oraciones para levantarse, para bendecir la mesa o en el momento de acostarse. Y son el complemento de lo que más tarde aprenderán de los sacerdotes y maestros.

En Améscoa (N) recuerdan que las madres enseñaban el “por la” (la señal de la cruz) a los niños y las oraciones y rudimentos del catecismo, se ocupaban de que fueran a la iglesia, que cumplieran con la devoción de los primeros viernes de mes, rezaran el rosario y acudieran al catecismo. También en el Valle de Roncal (N) la mujer era la encargada de regir la vida religiosa de quienes vivían en la casa y la que enseñaba a los niños a santiguarse y a rezar. En Ezkurra (N), según se recogió en los años treinta, en casi todas las casas rezaban el rosario después de cenar. Al acostarse recitaban el “Señor mío Jesucristo” y al levantarse tres Avemarías.

En Sangüesa (N) la mujer desempeñó un papel muy importante en la enseñanza de la religión a sus hijos pequeños antes de que comenzaran a ir a la escuela; les enseñaba sencillas oraciones antes de dormir y a santiguarse; también les hacía besar alguna imagen religiosa antes de dormirlos. A veces era el más pequeño quien bendecía la mesa. La colocación en las casas de los belenes navideños ayudaba mucho a que los niños ampliaran conocimientos de los personajes bíblicos y de la vida de Jesús. En muchas ocasiones este papel de enseñanza de la religión, corría también a cargo de la abuela o de alguna tía soltera de cierta edad. En muchas casas los niños veían cómo se rezaba el rosario todos los días o cómo llegaban al domicilio “las capillas” de las diversas devociones, especialmente la Milagrosa, lo que constituía motivo para rezarles alguna oración. El día de San Antonio de Padua, 13 de junio, todavía van las madres con sus hijos más pequeños, éstos a poder ser con un ramo de azucenas, a recibir una bendición especial en la iglesia de san Francisco regentada por los padres Capuchinos. Ya desde pequeños se les enseñaba el concepto elemental de pecado y cuando hacían algo que no estaba bien, como reñir con otros niños, robar alguna cosa o mentir, se les decía: “Es pecado, vas a ir al infierno” y se intentaba por este medio que no volvieran a hacerlo.

En San Martín de Unx (N) el niño heredaba de su madre el hábito de los rezos religiosos. La mayoría de las oraciones las aprendía al acostarse, mientras era desvestido por su madre o por su abuela. Santiguaban a los chicos, niños pequeños, mientras se les decía: Que Dios te haga santico, verdaderico y hombrico de bien o Que Dios te haga santo, hombre de bien y niño guapo también.

En Luzaide/Valcarlos (N) la madre es la encargada de enseñar las primeras oraciones y de facilitar las primeras nociones religiosas al niño. Ella crea el clima religioso de la familia y transmite las creencias tradicionales, lo mismo cuando inicia el rosario que cuando se reserva determinadas actividades para el viernes.

En Valtierra (N) la mujer desempeñaba un papel fundamental en la enseñanza y práctica de la religión. Era transmisora de creencias religiosas y rezos.

Las madres, o en su caso las abuelas o las tías que vivían en la casa familiar, además de ocuparse de la formación religiosa de los miembros de la comunidad familiar, se encargaban de transmitir otro tipo de conocimientos, algunos de los cuales se han apuntado ya.

En Apodaca (A) han consignado que la mujer era la que llevaba la casa y a ella competía la enseñanza de todas las cuestiones relacionadas con la vida doméstica y el mantenimiento de la vida tradicional heredada de los antecesores.

En Pipaón (A) antes de que el hijo acudiese a la escuela, antaño hacia los cinco años, la madre ya le había enseñado a distinguir los colores entre las flores, a contar los pollos y gallinas y a realizar tareas básicas como echar de comer a los conejos o a las palomas. Así, poco a poco, iba aprendiendo la vida familiar y doméstica.

En Valdegovía (A) se considera a la madre pieza fundamental en la transmisión de los valores sociales, siendo la que establece los hábitos de conducta del niño desde la más tierna infancia. Le educa en el respeto hacia los demás, en cumplir los horarios, le inculca los conceptos de responsabilidad y deber, etc.

En Valtierra (N) la mujer era la portadora de la mayor parte de las tradiciones, sabedora de costumbres, parentescos, relaciones familiares, recetas, recuerdos, hábitos o miedos a caballo entre lo religioso y lo supersticioso como santiguarse al oír un juramento, al ver un gato negro, un relámpago, una desgracia, etc. Además se ocupa y transmite las formas de vestir, de actuar, de tratar, en definitiva todo lo que conforma las características singulares de la familia y la casa.