Crecimiento de las poblaciones actuales

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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A partir de la segunda mitad del siglo XIX y sobre todo a lo largo del siglo XX, se operó un espectacular fenómeno de concentración en torno a muchos de aquellos núcleos urbanos creados en la Edad Media. Esta vez el movimiento de la población aconteció en orden inverso al medieval, primero en la zona atlántica (Bizkaia, Gipuzkoa) y posteriormente en la vertiente mediterránea (Álava y Navarra). Esta concentración se debió fundamentalmente a la industrialización y a los nuevos modos de vida derivados de ella.

Tanto las características externas como la distribución en las casas de los núcleos urbanos es bastante similar. Están construidas con cemento, hormigón y hormigón armado, y revestidas de ladrillo caravista o revocado. La cubierta ordinariamente es de teja, puede ser también de pizarra y hoy día se aisla con productos impermeables. Hay casas de todos los estilos, grandes o pequeñas, dependiendo de la capacidad adquisitiva de los propietarios. En los núcleos de población importantes las casas cuentan con cuatro o cinco plantas altas dedicadas a viviendas. En los núcleos pequeños son más bajas y tienen dos o tres alturas.

En estas aglomeraciones de viviendas, la casa pierde incluso su nombre común; bloques, pisos, apartamentos, son las denominaciones que se emplean para designar la vivienda y su ubicación[1].

En Beasain (G), en el medio urbano, excepto los caseríos que han quedado absorbidos por la gran ampliación del mismo, las casas son de tipo bloque o levantadas en manzana, una junto a otra. A partir de finales de los años cincuenta del siglo XX comenzó lentamente la construcción moderna de casas de nueva planta que fue acelerándose progresivamente hasta alcanzar su punto culminante a mediados de los setenta, periodo en el que se duplicó el número de habitantes de la villa. Por ello, a finales de los años ochenta, más del 60% de los edificios de viviendas del área urbana eran de reciente construcción sin que se hubiese mantenido ninguna homogeneidad.

Núcleo urbano de Beasain (G), 1978. Fuente: José Zufiaurre, Grupos Etniker Euskalerria.

En Astigarraga (G), en zona urbana, con carácter general se ha consignado el dato de que se conservan las casas antiguas de planta rectangular y pocas alturas. Cuando se derriban, se construyen bloques de viviendas mayores. También en los nuevos solares se construyen viviendas de estas características. Las casas más antiguas son más uniformes guardando similares proporciones en fachadas e interiores, con cubiertas a dos aguas, tres alturas, color blanco o piedra, ladrillo o madera vista y su nombre en la fachada. Las casas de moderna construcción se ajustan a modelos muy extendidos y uniformizados entre los que últimamente destacan las villas unifamiliares y los chalets adosados, edificaciones que comienzan a ser mayoría en el área urbana.

En Elgoibar (G), debido a la falta de espacio, se han mezclado los edificios residenciales con los industriales y han proliferado los bloques de viviendas de gran altura. En Oñati (G) las casas de los obreros tienen las viviendas a partir de la planta baja, a veces casi a ras del suelo.

En Bermeo (B), en la parte vieja, los edificios de viviendas son de tres y cuatro alturas mientras que las nuevas cuentan entre cinco y ocho alturas. La villa se ha ido expansionando en los alrededores con construcciones altas.

Además de las casas de pisos o los bloques de viviendas hay localidades como es el caso de Portugalete (B) donde se construyeron casas que agrupadas forman un conjunto urbanístico de tipo ciudad jardín, como los grupos de viviendas para obreros Villanueva, El Progreso y el poblado de Babcok-Wilcox. En algunas localidades como Allo, Mélida y Valtierra (N), si bien el dato es extensivo a otros muchos lugares, se ha cosignado la construcción de viviendas conocidas como Casas Baratas, edificadas a mediados de los años sesenta, que respondían a las exigencias del momento.

Como es conocido, estas áreas urbanas e industriales recibieron a multitud de inmigrantes del Estado, fenómeno que ya antes de la crisis industrial se frenó y que con ella supuso la vuelta de un cierto porcentaje de los mismos a sus lugares de origen (a menudo ya jubilados). Pero en épocas recientes ha vuelto a resurgir, en menor medida, y en esta ocasión siendo los inmigrantes procedentes de países en muchas ocasiones lejanos.

En la citada población de Durango (B) la estructura de villa descrita antes se mantuvo con un crecimiento escaso hasta finales de la década de los cincuenta del siglo XX en que el crecimiento urbanístico desbordó los límites originales. Debido a la condición de centro industrial, comercial y administrativo, fue recibiendo sucesivas migraciones de su propio entorno y de otras regiones del Estado. En la época anterior a 1936, esa inmigración era reducida y provenía de regiones próximas a Bizkaia como La Rioja, Burgos, Cantabria o Galicia. A partir de finales de los años cincuenta se convierte en masiva y llega tanto del entorno rural aledaño como de regiones alejadas: Palencia, León, Extremadura y Andalucía. A raíz de esta avalancha se crean los barrios de San Fausto, Esteban Bilbao y Juan de Iciar con edificaciones de casas para obreros. En los años setenta el desarrollo urbanístico se extiende a las huertas de Landako cercanas al río Ibaizabal que proveían de frutas y hortalizas a la Villa, a los palacios y chalets ajardinados, situados en las calles de Fray Juan de Zumarraga, Mikeldi y a las antiguas casas de Magdalena. Ocupadas las primeras y demolidos los segundos dan paso a la construcción de grandes bloques de viviendas en nuevas calles y barrios. También se crean nuevas viviendas en Tabira y en las proximidades del cementerio (en este caso chalets y pisos adosados). A principios del siglo XXI la nueva inmigración proviene del extranjero: de países africanos, sobre todo magrebíes, y sudamericanos.

Chalets adosados en Kortezubi (B), 2011. Fuente: Segundo Oar-Arteta, Grupos Etniker Euskalerria.

Este proceso de concentración en ciudades tiene un carácter global y al día de hoy se muestra imparable. En el territorio que nos ocupa tuvo una notable influencia en la población rural, como ya se ha visto en los apartados anteriores. Retiró los excedentes demográficos de los pueblos, que hallaron un nuevo modo de vida en el entorno de las áreas industriales, facilitó el acceso de los inquilinos a las casas y tierras que ocupaban y, paradójicamente, contribuyó al bienestar de quienes permanecieron en las zonas rurales debido a la creciente demanda de alimentos por parte de las poblaciones urbanas cada vez mayores y con mayor poder adquisitivo, sobre todo de productos ganaderos como leche, carne y huevos.

La concentración de la población en las ciudades permitió por lo tanto fijar la población rural en las áreas más cercanas a las mismas, sin embargo los pueblos más alejados fueron perdiendo progresivamente parte de sus vecinos. Esta concentración no se ha producido además sólo en las ciudades sino también en los cascos urbanos de los distintos municipios de tal modo que comparando el porcentaje de moradores de los barrios y de cada casco urbano, los primeros se han reducido en beneficio del segundo.

En la ya mencionada localidad guipuzcoana de Beasain el mayor porcentaje de caseríos que seguían habitados a finales de la década de los setenta eran los situados en torno al núcleo, y ello debido a que estaban más próximos a las industrias por lo que podían simultanear las labores del caserío con el trabajo fuera de él. En los barrios, sin embargo, sobre todo en los más alejados, el abandono de los caseríos ha crecido en los últimos años de forma vertiginosa.

A medida que el modelo productivo fue modificándose en las dos décadas finales del siglo XX y surgieron nuevos valores relativos al bienestar, también varió la tendencia a vivir en urbes concentradas. Esto ha provocado que las áreas urbanas se hayan extendido hasta el punto de unirse municipios colindantes: dos ejemplos paradigmáticos lo constituyen ambas márgenes del Nervión y el eje Donostia-Irun. Se observa asimismo una preferencia por construir en la costa llegando a producirse desplazamientos de población más allá de los límites provinciales donde dichas personas realizan sus actividades diarias. Las vías de comunicación importantes favorecen también que a lo largo de ellas se extiendan las poblaciones. Los aspectos económicos de la vivienda no son ajenos a estos movimientos.

En décadas recientes se ha producido además un creciente fenómeno de urbanización que se ha agudizado con la entrada del nuevo milenio. Se trata de un urbanismo que excede los límites de la ciudad y se extiende a áreas, a veces distantes, que habían pertenecido al ámbito rural. Es un movimiento que tiene un carácter en cierto modo centrífugo, opuesto al progresivo agrupamiento de la población que se produjo a finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX.

En efecto, a medida que el poder adquisitivo de los habitantes urbanos se incrementó, sobre todo en la segunda mital del siglo XX se observó una vuelta a determinadas áreas rurales y costeras para construir una segunda vivienda donde residir los fines de semana y en los periodos vacacionales. Este fenómeno se ha agudizado en la última década del siglo XX y la primera del XXI coincidiendo con una expansión urbanística sin precedentes.

En los ámbitos de carácter más rural ha coincidido el desmantelamiento de la actividad agraria con un creciente interés especulativo por la tierra que quedaba libre y que se ha destinado a la construcción sobre todo de lo que se denominan chalets y adosados. Esto ha supuesto no sólo un crecimiento de estas poblaciones sino también una concentración de las casas a menudo en las vegas y en terrenos que hasta hace poco tenían un carácter agrícola.

Localmente se han producido fenómenos contrarios, levantándose casas alejadas de los barrios ya existentes y de un modo disperso y anárquico, a menudo contraviniendo las normas sobre edificación o aprovechando con cierta picaresca leyes destinadas a la construcción de nuevas viviendas pero de carácter agrario.

Incluso en las barriadas de sabor más rural, donde al menos algunos de sus miembros aún se dedican a una actividad agraria, se observa una creciente introducción de parámetros urbanos ya que se ha generalizado la estimación de que incrementan la calidad de vida de sus moradores. Afectan no sólo a las reformas de las viviendas ya existentes o a las nuevas edificaciones sino también a la parte común, que antes era atendida por todos los vecinos y ahora lo es por el ayuntamiento, como carreteras, caminos, alumbrado, plazas, zonas ajardinadas, áreas de recreo, muros, cierres de casas, etc.

En definitiva las últimas décadas se caracterizan por un notable incremento en la construcción de nuevas viviendas que no ha llevado aparejado un aumento equivalente de la población; por una concentración de la misma en las zonas urbanas, que es donde surgen mayores oportunidades laborales y los servicios son mejores; por una ocupación creciente del territorio con segundas residencias; por familias que se alejan de las ciudades por diversos motivos; y sobre todo por el abandono generalizado de la actividad agrícola-ganadera. Este último elemento será determinante a largo plazo no sólo porque conlleva una forma diferente de establecerse la población en el territorio sino también porque afecta a los rasgos que definen a la casa, ya que como veremos en los siguientes capítulos una parte importante de la información recopilada hace referencia a una casa y a un poblamiento vinculados al trabajo agrario como modo de vida.

A diferencia del párrafo de Barandiaran con el que se inicia este capítulo, la ocupación del territorio ya poco tiene que ver con los medios de subsistencia, más bien, los mejores suelos agrícolas son los primeros en ser ocupados no sólo por viviendas sino por pabellones industriales o de servicios y vías de comunicación. La poderosa maquinaria y los nuevos materiales con los que cuenta la sociedad actual también están posibilitando un progresivo desligamiento de los condicionantes geográficos.


 
  1. Ander MANTEROLA. “Etxea” in Euskaldunak. Tomo III. Bilbao: 1980, pp. 544-545.