Papel principal de la mujer
Es general el dato recogido en las encuestas de que la carga principal en lo que respecta a la educación de los hijos en la niñez, ha recaído sobre la madre. El padre ha seguido la educación de sus hijos, sobre todo la escolarización, a través de la información que le proporcionaba la esposa. Su intervención se ha limitado a menudo a los casos de desobediencia o malos comportamientos, representando por tanto la figura de la autoridad. No obstante se procuraba que en lo fundamental actuaran conjuntamente y no discrepar en presencia de los hijos. En algunos lugares se ha registrado el dato de que el padre se ocupaba más de orientarles a los niños y la madre hacía lo propio con las niñas.
En Agurain, Berganzo, Ribera Alta, Valdegovía (A); Busturia (B) y San Martín de Unx (N) señalan que en principio la autoridad de los padres sobre los hijos era similar, sin embargo la madre era la que más participaba en su educación. El padre intervenía a instancias de ésta cuando era desobedecida o cuando se tenían que tomar decisiones importantes. La madre era la principal educadora y la que se ocupaba de enseñar las oraciones a los pequeños, de bendecir la mesa y de la educación religiosa.
En Bernedo (A) siempre se ha tenido más confianza con la madre y más respeto hacia el padre, que era el encargado de las reprimendas y de hacer que los hijos trabajaran. La madre se preocupaba de aportarles instrucción religiosa y de enseñarles las oraciones. El padre de buscar trabajo a sus hijos para que tuviesen un porvenir, como con la madera en el monte, haciendo carbón, criando ganado, o fuera del pueblo, en la industria, como ha ocurrido últimamente. Las decisiones sobre los hijos las hablaban entre los dos cónyuges.
En Moreda (A) dicen que la madre es la que tiene un trato más directo con los niños mientras que el padre es visto con respeto y seriedad. Las mujeres llevan el mayor peso en la educación de sus hijos, también en materia religiosa, se ocupan de lo relativo a la escuela y los padres suelen conocer de esos asuntos a través de la mujer. Donde la mujer no llega o no puede, lo soluciona el padre con su autoridad y seriedad.
En Abezia (A) la esposa supone la imagen cariñosa, la que hace mimos al niño, mientras que el hombre simboliza más la fuerza y el respeto. Cuando se trata de una decisión importante, por ejemplo relativa al futuro del hijo, es el hombre el que tiene la última palabra. Los niños suelen estar más unidos a la madre que al padre y tienen más confianza a la hora de contarle sus problemas o pedirle consejos. Todavía son muchos los que consideran que el auténtico pilar de la familia es la madre y que si ella falta, el hogar también fallará. La pareja debate y habla sobre sus hijos y muchas veces las decisiones se toman en común aunque luego sólo uno de ellos las exprese.
En Zeanuri (B) por lo general la madre interviene más en la vida de los niños mientras que el padre se mantiene más distante. En tiempos pasados era la madre la que vigilaba la asistencia de los hijos a la escuela para que no hicieran “faltas”, eskolara kalba egin; igualmente se ocupaba de que acudieran al catecismo, dotrinia. La iniciación del niño en las oraciones y en sus deberes religiosos también ha estado tradicionalmente bajo el cuidado de la madre. La intervención del padre se da sobre todo en los asuntos relacionados con el trabajo y la profesión del muchacho o adolescente. Con todo, es el padre quien generalmente impone respeto y pone los castigos en casos graves.
En Allo (N) la madre participaba en mayor medida en la educación primaria de los hijos, pues podía dispensarles mayor atención que el padre. La iniciación religiosa era así mismo cometido materno, que incluía prácticas como el porlá, signarse, o las oraciones más elementales para el momento de levantarse, acostarse y bendecir la mesa. El padre por su parte imponía el respeto y autoridad y aportaba su dedicación al trabajo y el modo de vida como ejemplo a imitar. Algunos informantes recuerdan que sus padres rara vez les reprendían por algo mal hecho, pero cuando lo hacían se comportaban con severidad y dureza poco comunes.
En Valtierra (N) la autoridad de los padres dependía de los papeles atribuidos a cada uno. La disciplina de la convivencia y relación familiar diaria estaba bajo la autoridad de la madre: limpieza, vestido, comidas, etc., pero todo ello refrendado por la figura paterna, que sólo se expresaba en momentos claves o a requerimiento de la madre. Los hábitos de comportamiento los cimentaba la madre y el padre los asentaba con su propia manera de hacer.
Esta diferenciación en los papeles, el más autoritario del padre y más cariñoso y bondadoso el de la madre, que era la encargada directamente de la educación de los hijos también se ha constatado en Pipaón (A); Amorebieta-Etxano, Gorozika (B); Oñati (G); Luzaide/Valcarlos y Obanos (N). No obstante, parece que se ha considerado una regla básica que ambos padres actuasen conjuntados y que no discrepasen ante sus hijos (Abezia-A; Zeanuri-B).
En algunas localidades se ha consignado la ayuda que prestan a la madre otras mujeres de la casa como las abuelas, las tías solteras o las hijas mayores. Así en Obanos (N) indican que durante la lactancia y primera infancia es la madre quien ha estado totalmente pendiente de los niños, ayudada por la abuela, alguna tía soltera o las hermanas mayores. La madre (y también la abuela) es la que se ha ocupado de enseñarles a hablar, a andar y a hacer las primeras gracias.
En Ezkurra (N) la encargada de cuidar a los niños era la madre. En su lugar podía sustituirle el padre, alguna mujer como una tía o amatxi (abuela o hermana mayor). Se les enseñaba a amar a los padres, a los hermanos y a otros niños mediante besos, caricias y golosinas. También a reprimir ciertos instintos poniéndoles mala cara e incluso, más tarde, hablándoles del diablo y del infierno.
En Sangüesa (N) la educación de los hijos corría prácticamente a cargo de la madre, de la abuela o de alguna tía, pues existía poca relación entre el padre y los hijos. En general el padre se desentendía bastante, por comodidad, de muchos de los problemas de sus hijos pequeños.
En el Valle de Carranza (B), a propósito de que la educación ha estado siempre al cargo de la madre o de las mujeres de la casa, se ha recogido un expresivo dicho: “Ningún toro brama por sus crías”.
La intervención de la abuela u otra mujer de la casa se revela también en las zonas rurales cuando la madre se ve obligada a trabajar en el campo acompañando al padre. Entonces aquélla sustituye a ésta en las labores de atención y educación de los niños.
Así se ha constatado en Abezia (A) donde la educación de los hijos es responsabilidad de las madres y también de las abuelas que muchas veces son las que “llevan la batuta” en estos asuntos. Estas últimas se encargan de enseñarles las oraciones, llevar a los nietos a la iglesia, etc., sobre todo porque las madres se ven obligadas a pasar muchas horas del día trabajando en el campo. En Berganzo (A) en el caso de faltar la madre, la abuela materna o paterna hacía las veces de madre.
En Bermeo (B) los abuelos se consideraban un factor muy importante en la educación y transmisión de la cultura tradicional a los niños, ya que por el trabajo de los padres les correspondía a ellos cuidarlos durante gran parte del día.
En Elgoibar (G) antiguamente, en la mayoría de los casos eran los padres los encargados de educar a sus hijos. Pero la abuela, amama, se ocupaba de introducirles en las prácticas religiosas. A diario, al atardecer, reunía a sus nietos para rezar el rosario y cuando llegaba la época del invierno les contaba historias; también llevaba los nietos a misa en muchas ocasiones.
A diferencia de todo lo señalado anteriormente con carácter mayoritario, en Trapagaran (B) se ha recogido que antaño era el padre quien educaba a los hijos. Se llevaba con mucha rigidez que no faltaran a la escuela, circunstancia dispar según las familias porque las más humildes retenían a sus hijos para que efectuasen las labores de casa. El padre ejercía una autoridad de “ordeno y mando”, debido a que pasaba el día fuera de casa, mientras que con la madre el trato era mayor y había más comunicación.
A modo de resumen se podría concluir que dentro de la familia la madre ha sido y sigue siendo en muchos casos la que primordialmente se encarga de la educación de los hijos, enseñándoles las primeras letras y supervisando sus labores escolares. El padre sólo interviene en cuestiones consideradas importantes por los padres o a instancia de la madre, cuando el hijo incumple los mandatos o los problemas le desbordan a la madre.
Es la madre quien, en su caso, enseña las oraciones al niño, se ocupa y está vigilante de los asuntos escolares y la educación religiosa. Es la primera y principal transmisora de valores. Se ocupa de enseñar modales, comportamientos, higiene, la forma de tratar a las personas de la familia y a las ajenas a ella, el respeto a los mayores, etc. Las tradiciones orales, las historias de la familia, etc., eran transmitidas por ambos cónyuges, si bien también la madre desempeñaba un papel más señalado por la cercanía y trato permanente con los hijos.
También se ha recogido que los hijos han tenido más confianza depositada en la madre que en el padre, éste inspiraba más respeto, ejercía la autoridad más firmemente y era quien imponía los castigos. Algunos informantes anotan que la labor preponderante de la mujer, además de por su condición de madre se ha debido también a la mayor permanencia de ella en la casa.
A veces, a la madre le ayudan en las labores mencionadas la abuela, alguna tía soltera o las hermanas mayores del niño. De hecho es bastante común que los abuelos desempeñen un papel destacado e influyente en la educación de los nietos, tanto en zona rural, porque las madres se ven obligadas a pasar mucho tiempo en las labores del campo, como en localidades urbanas. En algunos casos se ha consignado que el padre era quien se ocupaba de la educación de los hijos.
Algunas transformaciones se han producido en los últimos tiempos tal y como han consignado en varias localidades encuestadas. Los informantes señalan que antiguamente el padre casi se avergonzaba de atender o tomar en brazos a los niños muy pequeños, era también extraño ver a un hombre paseando a su criatura en un coche de niños. Esto ha cambiado radicalmente hoy día y es frecuente no sólo ver al padre empujando el coche sino que sea él quien lo lleve cuando pasea el matrimonio junto (Bermeo-B; Elgoibar-G; Valle de Roncal-N).