El tronco de Navidad. Gabon-subila

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La festividad de la Navidad coincide con el solsticio de invierno. El renacer del sol está expresado en euskera con los nombres de Eguberri (sol –cielo– nuevo) y Urtebarri (año nuevo). Ciertas prácticas y creencias en torno al fuego del hogar en las fiestas de Navidad están vinculadas a la festividad cristiana del nacimiento de Cristo. Otras parecen relacionadas con los antiguos cultos solsticiales que se extienden por toda el área de la primitiva civilización indoeuropea.

En numerosos pueblos de Vasconia, el tronco destinado a ser quemado en el hogar en esta festividad recibe denominaciones particulares, a saber:

Bazter-egurra (Berastegi-G); Baztarreko (Aintzioa y Orondritz, Eugi-N); Gabon (Trespuentes-A); Gabon-enborra (Telleriarte-G); Gabongaua (Zerain-G); Gabon-zuzi (Zegama-G); Gabon-subil (Abadiño-B y Anzuola-G); Gabonmukur (Bedia-B); Mukur (Durango-B); Mukur mandue y Artie (Bermeo-B); Olentzero-enborra (Oiartzun-G); Onontzoro-mokor (Larraun-N); Porrondoko (Agurain-A); Subilaro-egur (Aezkoa-N); Sekularo-egurra o Sekulorunena (Isaba, Urzainki, Uztárroz-Valle del Roncal-N); Sukularo-egur (Salazar-N); Sukubela (Liginaga-Z); Tronco de Navidad (Roncal, Urzainki-N); Chubilar (Sangüesa-N); Xuhilau atsa (Luzaide/Valcarlos-N); Zokoko y Zonbor (Eugi-N).

También ha sido común la creencia de que el fuego del hogar adquiere una significación religiosa y unas virtualidades especiales en la Nochebuena que conmemora el nacimiento de Jesús.

En Allo (N), según recuerdan los informantes de más edad, a principios del siglo XX, había costumbre de quemar abundante leña en el hogar durante la Nochebuena. Para ello preparaban troncos y estillas que iban agregando al fogón durante la larga velada que seguía a la cena. Procuraban que los rescoldos perduraran hasta la mañana siguiente y antes de retirarse a dormir, cada miembro de la familia tomaba un trozo de leña y lo echaba al fuego, mientras decían invocaciones semejantes a estas:

Esta pa que seque la Virgen los pañalicos,
Esta pa que no pase frío el Niño,
Y esta, pa que no le duelan a San José los sabañones...

En Artajona (N), por la misma época existía una costumbre arraigada en muchas familias, de hacer por la Nochebuena un fuego especial. El padre o un miembro de la familia iba poniendo los troncos en el hogar, ofreciéndolos a la familia de Nazaret; a veces con una intención expresa: “Este pa San José”. “Este pa calentarle los pies al Niñico”. “Este pa que la Virgen seque los pañalicos”.

En Obanos (N), se ponían por Nochebuena tres troncos grandes en el fuego apoyados por la parte superior a modo de cabaña y se decía que eran la Virgen, San José y el Niño. Algunos recuerdan el rezo de las letanías por los difuntos de la casa, mientras removían el fuego. Uno de los informantes señaló que en este día se dejaba a los peones que eligieran la cepa más grande para llevarla a casa y que hicieran un buen fuego con ella.

En San Martín de Unx (N), en la Nochebuena se dejaba encendido el fuego toda la noche, con el fin de que “la Virgen calentara los pañales del Niño”. También dicen que esa noche se daba a los peones de las casas toda la leña que quisieran, pues no podía faltar a nadie del pueblo un buen fuego por Nochebuena.

En Monreal (N), hasta la década de los ochenta, se hacía un fuego especial por Nochebuena. Se ponían tres troncos, uno encima del otro: uno grande para San José, uno mediano para la Virgen y otro más pequeño para el niño Jesús. Esa noche la velada duraba hasta las cuatro o cinco de la mañana y el fuego se mantenía hasta que se iban a dormir. En algunas casas tenía lugar el siguiente rito: el abuelo o el padre ponía los troncos en el hogar al tiempo que decía: “Para el nacimiento del hijo de Dios; para la Santísima Virgen; para San José; para los navegantes de mar y tierra; para las benditas almas del purgatorio”. Cada vez que decía la invocación colocaba un tronco encima de otro.

En el valle de Améscoa (N), era costumbre general que en la Nochebuena, todos y cada uno de los miembros de la familia echaran una leña al fuego, al ir a acostarse, para que se calentara el Niño Jesús.

En Aintzioa y Orondritz (N) se ponían dos troncos, baztarrekos, hermosos en el fogón para conseguir un gran fuego. Cuando la familia volvía de la misa del Gallo, todos sus miembros subían a la cocina un tronco de leña para alimentar el fuego y de esta manera calentar al niño Jesús, que nacía esa noche. De los baztarrekos quemados esa noche se guardaban dos o más tizones que se colocaban en puertas y ventanas para proteger la casa contra el rayo.

En Eugi (N), en Nochebuena, se cogía el mayor zonbor, leño, que era casi medio árbol, y no se dejaba que se apagara su fuego durante la noche. En algunas familias llevaban arrastrando el tronco desde el monte hasta la casa con una pareja de bueyes. Con su madera había fuego para ocho días. Este tronco era conocido como baztarreko (para la esquina) o zokoko (para el rincón).

En Izurdiaga (N), en la Nochebuena se ponían varias leñas en el fuego: una para la gente de la casa, otra para la Virgen, otra para San José, otra para el Niño Jesús y otra para el caminante. Con este fuego se calentaba la cena de esa noche. En Lezaun (N) había una costumbre similar; se hacía el fuego con maderos que tenían un destinatario particular. El tizón o madero principal era para el Niño Jesús, el siguiente para la Virgen María, luego para San José, otros para cada uno de los miembros de la casa y un último para los difuntos de la casa.

Esto mismo se practicaba en Eskirotz y en Elcano (N) según recogió Barandiaran: el primer tronco era para Dios, el segundo para Nuestra Señora y el tercero para la familia. En Eraso y en Arakil (N) ponían, un leño para cada uno de los miembros de la familia y además otro para el pordiosero[1].

También en Mirafuentes (N), el día de Nochebuena se solía colocar en el fogón y se mantenía encendido durante toda la noche un gran cepo “para que se calentara el niño Jesús”. Esa noche, víspera de Navidad, personas de pocos recursos eran acogidas en algunas casas; se les daba algo de comer y lugar para dormir.

En Mélida (N), creían que en la noche de Navidad no se debía apagar el fuego, porque tenía que venir la Virgen María a calentar los pañales del Niño Jesús. El momento más importante era a las 12 de la noche, hora en la que se hacía una hoguera grande esperando el acontecimiento.

En Mezkiritz (N), el día de Navidad, Subilero egunean, se hacía un fuego muy grande y al volver de la misa del Gallo todos se calentaban al lado del fuego al que se le hacía permanecer encendido toda la noche.

En Eskirotz (N) colocaban el tronco o Gabon-zuzi consagrado a Dios en el umbral de la puerta principal de la casa el primer día del año, o el día de San Antón (17 de enero) y hacían pasar por encima a todos los animales domésticos. Creían que así los animales no morirían por accidente durante el año. La misma costumbre existió en Oiartzun (G) y en Arakil (N).

En Sangüesa (N), la noche de Navidad se quemaba en el “fogaril” un gran tronco, escogido especialmente para este día. Este tronco recibía el nombre de chubilar. A veces, era tan grande, que lo entraba a rastras una caballería hasta la cocina, sobre todo en los corrales. Como no se consumía del todo se guardaba la parte sobrante del chubilar y cuando existía peligro de tormenta se le daba de nuevo fuego en el hogaril pensando que protegía la casa de rayos y pedregadas. Algunos depositaban el último resto del tronco bajo el tejado como medio de protección.

En Luzaide/Valcarlos (N), el día de Nochebuena, Xuhilau atsa, se colocaba en el fuego un tronco mayor que se solía tener guardado para esa ocasión.

En Liginaga (Z), había una costumbre similar; por Nochebuena era costumbre poner al fuego un tronco especial, al que se llamaba sukubela. En Larraiñe (Z) y en la mayoría de los pueblos, el tronco llamado sukubela, ardía en el hogar sólo durante la Nochebuena[2].

En Agurain (A) la Nochebuena se tenía el fuego del hogar encendido toda la noche, para que la Virgen María calentara los pañales del Niño Jesús.

En el Valle de Zuia (A) era costumbre traer un gran tronco –o zepo nudoso– (cabeza mocha de tocorno o haya), como arrimadero: servía para la Nochebuena y la Nochevieja. Decían algunos informantes que en varias casas lo llevaban con los bueyes hasta el portal y de allí a vueltas hasta el rincón del hogar donde estaba encendido todas las Navidades.

Una costumbre similar recogió Barandiaran en Trespuentes (A): el tronco que ardía en Nochebuena lo llevaba hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año[3].

En Olaeta-Aramaio (A) encendían en el hogar un tronco de haya durante la última noche del año y quemaban a su lado todo lo que quedaba del tronco del año anterior[4].

En Andraka, Bedarona y Bermeo (B), en Navidades se colocaba en el fuego un tronco muy grande, mukur mandue, un informante bermeano lo denomina artie.

En Durango (B) antaño en las casas del casco antiguo que tenían fuego bajo colocaban un gran tronco de haya, mukurre. Sobre él preparaban la cena de Navidad.

En Beasain (G), aunque los informantes actuales lo recuerdan muy vagamente, el día de Nochebuena se ponía en el hogar un nuevo tronco de haya, que estaba encendido toda la noche. Le atribuían virtudes contra las enfermedades del ganado.

En Berastegi (G), hasta hace relativamente pocos años, era costumbre conseguir un hermoso fuego, beko sua, en la cocina del caserío en la Nochebuena, Nochevieja y víspera de Reyes. Uno de los encuestados señala que a los troncos seleccionados para el fuego de estas noches les daban el nombre de bazter-egurrak. Al fuego, por esta zona guipuzcoana limítrofe a Navarra, le denominaban con el nombre de su aundie. Era el símbolo vivo del Niño de Belén recién nacido. También a Olentzaro se le relaciona con este su aundie porque dicen que se colaba por el conducto de la chimenea y que le gustaba que ésta estuviese limpia. Por esta comarca se le pinta a Olentzaro con un fardo de árgoma, otea, al hombro como aportación al fuego navideño.

En Oñati (G) los días de Nochebuena o Año Viejo, se hacía fuego con anporrak o anpor-sua, que era un viejo tronco de haya.

En Oiartzun (G), tal como recogió Lekuona en el segundo decenio del siglo XX, en la festividad de Nochebuena se acostumbraba poner al fuego un tronco escogido que recibe el nombre de Olentzero-enborra, Tronco de Olentzero. Sobre este tronco se hacía pasar a los animales de la casa para protegerlos de enfermedades y accidentes.

En Zerain (G) entre la leña que se guardaba para consumirla durante el invierno, se buscaba con afán y antelación suficiente, un tronco especial para el día de Nochebuena, Gabongaua, y otro para la Nochevieja y Año Nuevo, Eguarri.

Una práctica vigente en muchas casas hasta hace pocas décadas ha consistido en rezar en torno al fuego del hogar, tras la cena de Nochebuena, el rosario por los familiares difuntos.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Bilbao, 1972, p. 92.
  2. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Bilbao: 1972, p. 91.
  3. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Bilbao: 1972, p. 91.
  4. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Bilbao: 1972, p. 92.