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Antiguamente fue común que en las sepulturas de la iglesia que estaban presididas por la mujer de la casa, se tuvieran velas encendidas durante un período más o menos extenso como ofrenda a los difuntos. A la finalización de la ceremonia religiosa, delante de ellas se colocaba el sacerdote para ir rezando los responsos, mientras la mujer le entregaba alguna moneda a cambio. | Antiguamente fue común que en las sepulturas de la iglesia que estaban presididas por la mujer de la casa, se tuvieran velas encendidas durante un período más o menos extenso como ofrenda a los difuntos. A la finalización de la ceremonia religiosa, delante de ellas se colocaba el sacerdote para ir rezando los responsos, mientras la mujer le entregaba alguna moneda a cambio. | ||
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Se muestran a continuación algunos ejemplos de esta práctica. | Se muestran a continuación algunos ejemplos de esta práctica. | ||
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Revisión actual del 15:26 23 abr 2020
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Los difuntos de la casa son recordados en determinadas fechas, tales como el funeral, el aniversario, la misa mayor de los domingos y festivos, la festividad de Todos los Santos o el día de Ánimas. En esas fechas en las sepulturas de la iglesia, mientras se mantuvieron, se han realizado ofrendas de panes, luces y monedas. Aquí se recogen a modo de muestra algunos ejemplos.
Ofrenda de pan
En Bernedo (A) se ha consignado que el hijo que se quedaba en casa tenía la obligación de llevar la ofrenda de pan a misa. La mujer la depositaba sobre la sepultura en un cestaño cubierto de un paño negro. Al llegar el ofertorio de la misa, las mujeres que llevaban dejaban sus ofrendas en las gradas del altar y el oficiante les daba a besar el manípulo. La propia familia ofrendaba el día del funeral, y todos los vecinos el día de Todos los Santos y el segundo día de las fiestas patronales. Para ofrendar se amasaba de víspera y se cocía el pan. En la villa de Lagrán (A) este pan de ofrenda se llamaba ortejo.
En Abezia (A) la mujer de la casa ofrendaba panecillos en un cesto que el día del funeral solía estar cubierto con un paño negro. El pan se repartía luego entre los cofrades junto con vino. Era habitual seguir llevando tortas durante un año después del fallecimiento, al igual que el día del aniversario y el día de Todos los Santos. Se solía decir que el pan era “para las ánimas”. Después del rezo del rosario se sorteaba este Rosco de las Ánimas. El primer domingo después del fallecimiento se celebraba la misa de honras en la que cada uno de los familiares ofrendaba media otana.
En Berganzo y en Ribera Alta (A) los datos recogidos son similares; en Apodaca (A) se hacía ofrenda de pan el día de Reyes.
En Zeanuri (B) la ofrenda de pan se hacía mediante un panecillo de harina de trigo que recibía el nombre de olatea, oblada. Los panecillos ofrendados en la sepultura eran recogidos en unos saquitos blancos por las seroras o las amas de cura. Esta costumbre decayó hacia los años 1920, algo más tade, en torno a 1936, desapareció también la ofrenda de pan, aurrogie, que abría el cortejo fúnebre, y era llevada en una cestilla, aurrogi-otzarea, sobre la cabeza de una vecina de la casa y que luego se depositaba en la sepultura de la casa del difunto.
En Orexa (G), en tiempos pasados, todos los domingos durante catorce meses había que hacer ofrenda de pan en la misa mayor. Lo estipulado era que los inquilinos llevaran un pan de kilo y los propietarios de dos. Pasado un tiempo, la ofrenda pasó a ser en dinero y se igualaron las cantidades de inquilinos y propietarios.
Ofrenda de luz y de limosna
Antiguamente fue común que en las sepulturas de la iglesia que estaban presididas por la mujer de la casa, se tuvieran velas encendidas durante un período más o menos extenso como ofrenda a los difuntos. A la finalización de la ceremonia religiosa, delante de ellas se colocaba el sacerdote para ir rezando los responsos, mientras la mujer le entregaba alguna moneda a cambio.
Se muestran a continuación algunos ejemplos de esta práctica.
En Zeanuri (B) las ofrendas de luces pervivieron hasta 1970. Las casas vecinas colocaban en la sepultura familiar candeleros de metal con cirios encendidos. En tiempos pasados, hasta 1950, era más corriente ofrendar cerilla enroscada en una tablilla de madera que recibía el nombre de argizei-subile. Las ofrendas de dinero, errespontzoak, eran entregadas a los sacerdotes a medida que éstos rezaban las oraciones correspondientes a las limosnas. Por costumbre estaba estipulada la limosna correspondiente a cada responso u oración.
En Beasain (G) hasta los años setenta se ha practicado la costumbre de poner sepultura en la iglesia en la misa mayor. En ella se colocaba la dueña de la casa del fallecido, etxekoandre; y los familiares y amigos asistentes al acto depositaban allí las limosnas para los responsos. Al término de la misa de aniversario, uno de los sacerdotes de la parroquia, tocado de roquete y estola, se acercaba a la sepultura y valiéndose del hisopo de agua bendita para las bendiciones rezaba en dicho lugar tantos responsos como pesetas iba contando la serora y depositando en el bonete del sacerdote.
En Bernedo (A) mientras se mantuvo la costumbre de alumbrar las sepulturas familiares de la iglesia, al término de los oficios, el sacerdote se acercaba a las sepulturas que estaban de luto por la muerte de un difunto a rezar un responso y la que presidía la sepultura depositaba una limosna. El mueble colocado sobre la sepultura que soportaba las hachas y velas encendidas se llamaba banco y la tabla en que se enrollaba la cerilla hilada se denominaba candelera.
En Moreda (A) hasta los años sesenta los familiares del difunto acostumbraban colocar sobre las antiguas sepulturas de la iglesia unos hacheros donde ponían las hachas o velas grandes y gruesas. Los hacheros se encendían en el novenario de misas que se decían tras el entierro. Un familiar, generalmente una mujer, acudía a encenderlos. En las festividades de Todos los Santos y el día de Ánimas era tradición llevar a la sepultura de la iglesia unos cestaños de mimbre con cierta cantidad de trigo o cebada donde se hincaban las velas. El cereal quedaba en la iglesia para beneficio del cura. Ha sido tradición llevar velas o hachas por los familiares del difunto durante un año a las capillas de San Juan y San Miguel.