XIX. REGRESO A LA CASA MORTUORIA Y AGAPES FUNERARIOS
- (Recuerdo que cuando murió mi abuelo en Ithorrotze había un cruce de caminos frente a una casa que llamábamos Serorateia; allí un vecino nuestro quemó un montón de paja a la hora de conducir el cadáver a la iglesia. Más tarde pregunté al vecino para qué había hecho ese fuego y me contestó: «El fuego borra el rastro del camino, y si el alma de tu padrino anduviera errante de seguro que no encontraría el camino de vuelta».
- Pero todavía guardo memoria de otra costumbre que conocí en esa misma ocasión. Todos los asistentes al entierro fueron invitados al banquete. Los familiares comimos juntos en una sala de la parte de arriba de la casa. Los demás comieron en la pieza de la casa que llamábamos borda. Después de la comida nos avisaron que abajo iban a iniciarse los rezos y bajamos cada uno con nuestro vaso: en cada vaso debíamos dejar el equivalente a un dedal de vino. Yo tenía diez años y estaba muy inquieto.
- Al entrar nosotros en la borda, se pusieron en pie todos los comensales, cada uno con su vaso en la mano y las sirvientas retiraron los manteles de la mesa. El chantre Victor Coustau de la casa Erretoraenea se descubrió la cabeza y todos vaciaron el vino derramándolo sobre la mesa; yo también hice lo mismo que los demás. Después mojaron las yemas de los dedos de la mano derecha en ese vino como si se tratara de agua bendita y se santiguaron.
- Me pareció tan raro ese gesto que se me escapó la risa. A mi tío no le cayó bien aquella risa mía inoportuna y me dió un sopapo, el único que recibí de él. Era el 27 de Marzo de 1911.
- Más tarde llegué a preguntar al difunto Victor Coustau el porqué de aquel derrame del vino y no conseguí de él otra explicación que ésta: «Nuestros ancianos así lo hacían». Nadie podrá quitarme de la cabeza que aquella costumbre pagana que los romanos llamaban libatio ha continuado en Ithorrotze y Olhaibi, si bien un poco cristianizada ya que se le añadió el signo de la cruz).
A lo largo del presente siglo, y sobre todo en su segunda mitad, se han operado sucesivas modificaciones en el modo de realizar el conjunto de los actos que componían las exequias como se ha consignado en los capítulos anteriores. Una de estas alteraciones ha sido precisamente la anulación del regreso del cortejo fúnebre a la casa de donde partió.
En la mayoría de las localidades se constata que actualmente el cortejo fúnebre se disuelve en el mismo cementerio, una vez inhumado el cadáver. En otros casos, sobre todo en las villas y ciudades, los asistentes al funeral se dispersan tras dar el pésame a la familia en el atrio de la iglesia inmediatamente después de finalizar el funeral. Al acto de la inhumación en el cementerio asiste un grupo reducido de parientes y amigos.
Nuestras encuestas han rescatado algunas tradiciones que permanecen en la mente y en el recuerdo de quienes las practicaron en otros tiempos. Pero a la vez constatan que aquel retorno formal del cortejo a la casa mortuoria ha dejado de practicarse y que los refrigerios y ágapes funerarios o bien se han suprimido o, en todo caso, se han convertido en un simple gesto obsequioso.
Apartados:
Contenido de esta página
Regreso del cortejo a la casa mortuoria
Agapes y refrigerios a los asistentes
Obsequios a los participantes en las exequias
La comida de entierro. Entierro-bazkaria
Apéndice: Antiguas restricciones legales sobre banquetes fúnebres