Enfermedades respiratorias

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La misma observación del apartado anterior es válida para éste. Algunos de los remedios aplicados a las dolencias respiratorias infantiles son parecidos a los de los mayores, sólo que con la cautela y dosificación que hay que tener en cuenta por su edad y condición.

En Arraioz (N) una forma de remediar el catarro de los niños era bañarlos de cuerpo entero desnudos en agua fría; en Sangüesa (N) se les daba un jarabe, llamado pan de pájaro, elaborado con el fruto de las malvas; en Moreda (A) recurrían a las cataplasmas de linaza y en Amézaga de Zuya (A) aplicaban cataplasmas de pimienta y miel a las bronquitis infantiles.

En Elosua (G) para el catarro de pecho se frotaban con coñac el pecho y las plantas de los pies del niño, a continuación se le ponía en el pecho un papel de estraza donde se hubiera extendido una pasta elaborada con chocolate y sebo que se cubría con guata, por encima se le vestía una camiseta caliente y se le acostaba.

En Carranza (B) contra la tos, a fin de que los niños no tomasen demasiado alcohol, se vertía el coñac en un recipiente y se le daba fuego, dejando que ardiese un tiempo “para que se quemase lo más fuerte del alcohol” y lo que quedaba se añadía a la leche con miel. En Ataun (G), para la tos de los niños dicen que es buena la infusión de orégano.

En Ribera Alta (A) al niño con anginas se le purgaba con aceite de ricino después de haberle dado agua hervida y sal o agua hervida y limón.

Es costumbre generalizada el que a los niños pequeños se les ponga colgados de los pies y se les golpee la espalda si se quedan sin respiración o para que eructen.

En Navarra, según se recogió en los años cuarenta, cuando los niños nacían con síntomas de asfixia, les introducían en el ano el pico de una gallina viva, que hacía funciones de lavativa de aire, y lo mantenían allí hasta que el crío respirara[1].

En Bermeo (B), en los años setenta, tuvo gran predicamento el curandero de Fustiñana, localidad de la Ribera Navarra. Algunas personas le llevaban niños que padecían anginas con frecuencia. Para curarlas, sentaba al menor en una silla y, colocándose frente a él, le frotaba durante uno o dos minutos con aceite la cara interna del antebrazo, haciendo cruces sobre ella. A continuación, se colocaba detrás del enfermo, le cruzaba los brazos sobre el pecho y le agarraba las manos para que sobresalieran de la espalda y, de esta manera, estando el niño autoabrazándose, le traccionaba vigorosamente de las manos de forma que se intensificara el autoabrazo. El curandero consideraba que eran precisas varias sesiones para conseguir la curación de la enfermedad.

En esta localidad vizcaina para quitar el hipo a los niños se les introducía en la boca un grano de café pulverizado con los dedos pulgar e índice, dándoles a continuación algo de leche o agua para que lo tragaran. Si bostezaban se les hacía una cruz sobre la boca abierta.


 
  1. José Mª IRIBARREN, Retablo de curiosidades: zambullida en el alma popular. Zaragoza: 1940, p. 70.