Diferencia entre revisiones de «Presencia del duelo tras el sepelio»

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Salcedo (A) asistía el esposo si el entierro era el de su mujer, pero si el fallecido era el hombre, su viuda no acudía al cementerio. Más adelante se detalla el resto de asistentes<ref>AEF, III (1923) p. 51.</ref>.
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En un buen número de poblaciones de Vasconia continental la familia no asistía al enterramiento. Mientras éste tenía lugar, el duelo permanecía rezando en el interior de la iglesia hasta que una persona significada de entre los presentes en el sepelio, acudía en su busca. Cuando abandonaban el templo, habida cuenta de que en Iparralde los cementerios se hallan por lo común en el entorno de la iglesia, se acercaban a la tumba para despedir el cadáver con el rezo de una última plegaria.  
  
En Moreda (A) , en tiempos pasados, los entierros se celebraban en la intimidad de la familia. Acudían los familiares y amigos más allegados y resultaba rara la asistencia de familiares de fuera de la localidad salvo que mantuviesen fuertes lazos con el finado. Las viudas se solían quedar en casa. Los vecinos del pueblo que no tenían una relación directa con el fallecido se dedicaban a su respectivos quehaceres cotidianos.
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En Gamarte (BN) y Ezpeize-Undüreiñe (Z), en los tiempos en que las mujeres acudían a los funerales con ''mantaleta y ''los hombres con ''taulerra, ''se inhumaba el cadáver sin la asistencia de la familia. Esta permanecía en la iglesia rezando junto con el resto de asistentes al acto. Una vez cubierto el féretro con la tierra, el primer vecino se dirigía a la iglesia en busca de los familiares y precedidos por él volvían a la tumba para orar junto a ella.  
  
En Laguardia (A) acudían al sepelio la familia y unos pocos amigos; las mujeres no solían asistir, no porque existiese alguna norma que se lo prohibiese, sino porque no era costumbre.
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En Lekunberri (BN) la familia no acudía a la inhumación que se llevaba a cabo en presencia de los vecinos y de los demás asistentes a las exequias. Eran los vecinos quienes habían cavado la fosa y la cubrían nuevamente con la tierra. El primer vecino, el portacruz, volvía a la iglesia a buscar a los familiares y los acompañaba hasta la tumba. Una vez allí el sacerdote rezaba con todos los asistentes y a continuación se retiraban. El albañil designado por la familia remataba el trabajo en la tumba.  
  
En Salvatierra (A), hasta la década de los treinta, en que el ataúd se llevaba directamente de la casa al cementerio, el cortejo lo componían exclusivamente hombres. Después de los años treinta toda la comitiva, mujeres incluidas, acudía primero a la iglesia donde tenían lugar las exequias, pero tras el funeral, al formarse de nuevo la comitiva al cementerio, ellas regresaban a casa.  
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En Itsasu (L), al terminar la misa, el primer vecino recogía la cruz y salía seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, los portadores con el féretro y la asistencia; los componentes del duelo no asistían al enterramiento. Tras éste el primer vecino volvía a la iglesia, dejaba la cruz y salía de nuevo seguido de las mujeres y a continuación de los hombres del duelo. Estos últimos regresaban directamente a casa.  
  
En Portugalete (B) presenciaban el sepelio únicamente los hombres de la familia, también algún amigo y parientes, pero nunca mujeres.  
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En Arberatze-Zilhekoa (BN), antes de la guerra de 1914, finalizadas las exequias la primera vecina con el ''ezkoa ''de la casa mortuoria y los primeros vecinos seguían al sacerdote para proceder a la inhumación. Una vez enterrado el cuerpo un vecino volvía a la iglesia a buscar a la familia, que salía para rezar sobre la tumba. La primera vecina se hacía cargo del citado cirio y no lo devolvía a la casa mortuoria hasta la misa del novenario. A partir de la Gran Guerra se perdió esta tradición y todos abandonaban la iglesia al mismo tiempo para asistir al sepelio.  
  
En Busturia (B) acudían los hombres pertenecientes al grupo familiar, las mujeres que tenían una relación más directa con el difunto a veces no asistían a los actos religiosos.  
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En Izpura (BN) el duelo se quedaba en la iglesia y no asistía a la inhumación; por contra, el resto de la gente salía para presenciarla. Tras proceder el albañil al enterramiento, el sacerdote regresaba a la iglesia, se ponía la sotana e invitaba al duelo a seguirle hasta la salida del cementerio, donde tenían lugar las últimas oraciones. Si la casa mortuoria se encontraba entre las casas situadas en la parte de abajo de la iglesia, la gente se juntaba cerca de la casa ''Elizetxea. ''Por contra, si se encontraba en la parte alta la gente se reunía junto a la casa ''Elizaldea. ''A continuación se dispersaban.  
  
Hasta los cambios operados en los años setenta en Bermeo (B) asistían al cementerio los hombres presentes en el funeral, mientras que las mujeres esperaban en la iglesia.  
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En Baigorri (BN), cuando terminaba la misa funeral salían de la iglesia el cura, los portadores con el féretro y los del pendón, los monaguillos, el primer vecino y la primera vecina llevando la cerilla o ''ezkoa ''de la casa y se dirigían al cementerio en procesión mientras tocaba la campana. La familia y el resto de los asistentes permanecían en la iglesia rezando. Enterrado el cadáver y tapada la fosa la primera vecina ponía sobre el montículo de tierra el ''ezkoa ''encendido. El cura regresaba a la iglesia y la campana callaba, ésta era la señal para que el duelo y los otros asistentes se dirigiesen al cementerio para rezar sobre la tumba.  
  
En Arrasate (G), antiguamente, la comitiva al cementerio estaba compuesta generalmente sólo por hombres, aunque ocasionalmente acudían algunas mujeres que lanzaban sobre el ataúd un puñado de tierra tras besarla.  
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En Iholdi (BN), finalizada la misa, el féretro era llevado al cementerio que rodea la iglesia con los cantos del salmo ''In paradisum. ''Sólo los hombres tenían derecho a salir; el duelo completo, masculino y femenino, y las mujeres asistentes a las exequias se quedaban rezando en el interior del templo. Una vez enterrado el cuerpo, el cortejo regresaba al pórtico. Aquí todos rezaban un ''De Profundis ''y antes de separarse el sacerdote hacía la invitación a la comida de funeral en nombre de la familia, a los que durante esos días habían participado y ayudado a la familia afectada por la defunción<ref>Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires a Iholdy (Basse­Navarre)” in ''Bulletin du Musée Basque''. Nº 37 (1967) p. 114.</ref>.  
  
En Berastegi (G) acudían los familiares, vecinos y amigos; en muy raras ocasiones las viudas.  
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En Beskoitze (L), terminada la misa, el primer vecino volvía a tomar la cruz y salía encabezando el cortejo, seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, el féretro y los hombres y mujeres asistentes; únicamente el duelo permanecía en la iglesia durante la inhumación. Finalizado el enterramiento volvían todos a la iglesia en el mismo orden y aguardaban a que saliese el duelo, primero los hombres y luego las mujeres. Entonces unos se iban a comer con la familia del difunto, regresaban a la casa y rezaban en la habitación mortuoria, y los otros se dispersaban. La familia no se desplazaba hasta la fosa.  
  
En Elosua (G) al finalizar el funeral se llevaba el cadáver a la capilla del cementerio y al día siguiente lo enterraba el sepulturero. Hasta los años cincuenta, concluido el funeral, los hombres salían al pórtico donde había permanecido el cadáver durante las exequias fúnebres y rezaban allí tres o cuatro responsos junto con el sacerdote. A continuación iniciaban la marcha hacia el cementerio. Una vez esta comitiva había partido, las mujeres que habían permanecido en el interior del templo salían también al pórtico, encabezadas por las ''etxekonak ''que habían estado arrodilladas en la ''sepultura ''de la casa y rezaban allí también otros tres o cuatro responsos<ref>Luis Pedro PEÑA SANTIAGO. “Ritos funerarios de Elosua” in AEF, XXII (1967-1968) pp. 184-185.</ref>. En Hondarribia (G) las mujeres también quedaban fuera de la comitiva al cementerio.  
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En Hazparne (L), donde el cementerio está situado lejos de la iglesia, en tiempos pasados tampoco era costumbre que el duelo acudiese al cementerio. Esperaba en la iglesia al regreso del cura y era entonces cuando abandonaba el templo para volver a casa, al banquete. Los enterradores se encargaban de todo lo relativo a la fosa.  
  
En Obanos (N) actualmente van todos los que quieren. En cambio hasta los años sesenta no acudían nunca las mujeres.
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En Urdiñarbe (Z) todos los asistentes al funeral estaban presentes en el enterramiento excepto la familia, que podía quedarse en la iglesia.
 
 
En Sangüesa (N), hasta mediados de este siglo, no asistían al sepelio demasiadas personas, sólo las más allegadas y en su mayoría hombres; mujeres muy pocas pues incluso las más próximas al difunto regresaban a casa desde la iglesia una vez finalizado el funeral. Hoy en día se desplazan al cementerio muchas más personas tanto hombres como mujeres y no sólo parientes y amigos.
 
 
 
En Viana (N), hasta los años sesenta, iba al cementerio muy poca gente acompañando el cadáver, tampoco era costumbre que fuesen mujeres y nunca la viuda o las madres. Hoy en día sí acuden y a la vez rezan por los difuntos de la familia
 
 
 
En Murchante (N), hasta mediados de los años sesenta, presenciaban el sepelio sólo los hombres de la familia y algún amigo íntimo. Actualmente se forma un grupo más numeroso y heterogéneo en el que también abundan las mujeres.
 
 
 
En Allo (N) únicamente en tiempos recientes ha comenzado a ser habitual la asistencia al cementerio de algunas mujeres.
 
 
 
Igualmente, antaño en Aoiz (N) acudían al cementerio sólo hombres; en la actualidad las mujeres que deseen desplazarse al mismo pueden hacerlo, incluso las más próximas al finado.
 
 
 
En Ziburu (L) tras la misa de funeral el cortejo acudía al cementerio. Sólo los hombres del duelo y los asistentes varones seguían a la cruz portada por el primer vecino, junto al que caminaba el cura. Las mujeres se quedaban en la iglesia. En los años treinta, en aquellos casos en que el cuerpo del fallecido debía ser enterrado en el cementerio de Donibane-Lohizune, el féretro seguido del duelo de asistentes y el clero de Ziburu atravesaba el puente que franquea el río Nivelle. En medio del puente el clero de Ziburu confiaba el féretro al de Donibane-Lohizune y el cortejo continuaba su camino hasta el cementerio.
 
 
 
Destacar por último la costumbre constatada en Ezkurra (N) que es exactamente inversa a las citadas hasta aquí. Finalizada la misa del funeral, el difunto era conducido al cementerio por un cortejo formado por la cruz, el sacerdote, el féretro y las mujeres. Entretanto le daban tierra, los hombres permanecían en la iglesia y no la abandonaban hasta que el cura regresaba y comenzaba a rezar los responsos en la antigua sepultura de la casa del difunto; en ese momento los hombres salían del templo<ref>José Miguel de BARANDIARAN. “Contribución al estudio etnográfico del pueblo de Ezkurra. Notas iniciales” in AEF, XXXV (1988) p. 60.</ref>.
 
  
  

Revisión actual del 11:09 30 ene 2019

En un buen número de poblaciones de Vasconia continental la familia no asistía al enterramiento. Mientras éste tenía lugar, el duelo permanecía rezando en el interior de la iglesia hasta que una persona significada de entre los presentes en el sepelio, acudía en su busca. Cuando abandonaban el templo, habida cuenta de que en Iparralde los cementerios se hallan por lo común en el entorno de la iglesia, se acercaban a la tumba para despedir el cadáver con el rezo de una última plegaria.

En Gamarte (BN) y Ezpeize-Undüreiñe (Z), en los tiempos en que las mujeres acudían a los funerales con mantaleta y los hombres con taulerra, se inhumaba el cadáver sin la asistencia de la familia. Esta permanecía en la iglesia rezando junto con el resto de asistentes al acto. Una vez cubierto el féretro con la tierra, el primer vecino se dirigía a la iglesia en busca de los familiares y precedidos por él volvían a la tumba para orar junto a ella.

En Lekunberri (BN) la familia no acudía a la inhumación que se llevaba a cabo en presencia de los vecinos y de los demás asistentes a las exequias. Eran los vecinos quienes habían cavado la fosa y la cubrían nuevamente con la tierra. El primer vecino, el portacruz, volvía a la iglesia a buscar a los familiares y los acompañaba hasta la tumba. Una vez allí el sacerdote rezaba con todos los asistentes y a continuación se retiraban. El albañil designado por la familia remataba el trabajo en la tumba.

En Itsasu (L), al terminar la misa, el primer vecino recogía la cruz y salía seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, los portadores con el féretro y la asistencia; los componentes del duelo no asistían al enterramiento. Tras éste el primer vecino volvía a la iglesia, dejaba la cruz y salía de nuevo seguido de las mujeres y a continuación de los hombres del duelo. Estos últimos regresaban directamente a casa.

En Arberatze-Zilhekoa (BN), antes de la guerra de 1914, finalizadas las exequias la primera vecina con el ezkoa de la casa mortuoria y los primeros vecinos seguían al sacerdote para proceder a la inhumación. Una vez enterrado el cuerpo un vecino volvía a la iglesia a buscar a la familia, que salía para rezar sobre la tumba. La primera vecina se hacía cargo del citado cirio y no lo devolvía a la casa mortuoria hasta la misa del novenario. A partir de la Gran Guerra se perdió esta tradición y todos abandonaban la iglesia al mismo tiempo para asistir al sepelio.

En Izpura (BN) el duelo se quedaba en la iglesia y no asistía a la inhumación; por contra, el resto de la gente salía para presenciarla. Tras proceder el albañil al enterramiento, el sacerdote regresaba a la iglesia, se ponía la sotana e invitaba al duelo a seguirle hasta la salida del cementerio, donde tenían lugar las últimas oraciones. Si la casa mortuoria se encontraba entre las casas situadas en la parte de abajo de la iglesia, la gente se juntaba cerca de la casa Elizetxea. Por contra, si se encontraba en la parte alta la gente se reunía junto a la casa Elizaldea. A continuación se dispersaban.

En Baigorri (BN), cuando terminaba la misa funeral salían de la iglesia el cura, los portadores con el féretro y los del pendón, los monaguillos, el primer vecino y la primera vecina llevando la cerilla o ezkoa de la casa y se dirigían al cementerio en procesión mientras tocaba la campana. La familia y el resto de los asistentes permanecían en la iglesia rezando. Enterrado el cadáver y tapada la fosa la primera vecina ponía sobre el montículo de tierra el ezkoa encendido. El cura regresaba a la iglesia y la campana callaba, ésta era la señal para que el duelo y los otros asistentes se dirigiesen al cementerio para rezar sobre la tumba.

En Iholdi (BN), finalizada la misa, el féretro era llevado al cementerio que rodea la iglesia con los cantos del salmo In paradisum. Sólo los hombres tenían derecho a salir; el duelo completo, masculino y femenino, y las mujeres asistentes a las exequias se quedaban rezando en el interior del templo. Una vez enterrado el cuerpo, el cortejo regresaba al pórtico. Aquí todos rezaban un De Profundis y antes de separarse el sacerdote hacía la invitación a la comida de funeral en nombre de la familia, a los que durante esos días habían participado y ayudado a la familia afectada por la defunción[1].

En Beskoitze (L), terminada la misa, el primer vecino volvía a tomar la cruz y salía encabezando el cortejo, seguido del sacerdote, los monaguillos, el chantre, el féretro y los hombres y mujeres asistentes; únicamente el duelo permanecía en la iglesia durante la inhumación. Finalizado el enterramiento volvían todos a la iglesia en el mismo orden y aguardaban a que saliese el duelo, primero los hombres y luego las mujeres. Entonces unos se iban a comer con la familia del difunto, regresaban a la casa y rezaban en la habitación mortuoria, y los otros se dispersaban. La familia no se desplazaba hasta la fosa.

En Hazparne (L), donde el cementerio está situado lejos de la iglesia, en tiempos pasados tampoco era costumbre que el duelo acudiese al cementerio. Esperaba en la iglesia al regreso del cura y era entonces cuando abandonaba el templo para volver a casa, al banquete. Los enterradores se encargaban de todo lo relativo a la fosa.

En Urdiñarbe (Z) todos los asistentes al funeral estaban presentes en el enterramiento excepto la familia, que podía quedarse en la iglesia.


 
  1. Jean HARITSCHELHAR. “Coutumes funéraires a Iholdy (Basse­Navarre)” in Bulletin du Musée Basque. Nº 37 (1967) p. 114.