Diferencia entre revisiones de «Comitiva numerosa»
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En Salcedo (A), antaño, finalizadas todas las ceremonias del funeral, se emprendía la marcha hacia el cementerio. Encabezaba la cruz y los ciriales, portados por los monaguillos, después el féretro, la ''honra ''y el sacerdote, revestido de estola y sobrepelliz. Llegados al cementerio el cura rezaba dos o tres responsos por el difunto rociándole con el hisopo en cada uno de ellos y después mandaba darle tierra. | En Salcedo (A), antaño, finalizadas todas las ceremonias del funeral, se emprendía la marcha hacia el cementerio. Encabezaba la cruz y los ciriales, portados por los monaguillos, después el féretro, la ''honra ''y el sacerdote, revestido de estola y sobrepelliz. Llegados al cementerio el cura rezaba dos o tres responsos por el difunto rociándole con el hisopo en cada uno de ellos y después mandaba darle tierra. | ||
− | [[File:7.183 Zerain (G) 1990.jpg|center| | + | [[File:7.183 Zerain (G) 1990.jpg|center|500px|Zerain (G), 1990. Fuente: Miren Goñi, Grupos Etniker Euskalerria.]] |
En Narvaja (A) acudía al sepelio prácticamente el pueblo al completo, incluso en la actualidad todas las familias procuran que al menos vaya una persona que les represente en los actos fúnebres. Esta costumbre de asistir en representación de cada familia pudiera derivarse por tradición de una ordenanza sobre entierros que data de 1846 y que obliga a acudir al menos a una persona mayor de catorce años por familia so pena de ser multados con cien maravedíes, la mitad para sufragio del alma del difunto y la otra para los gastos de concejo. | En Narvaja (A) acudía al sepelio prácticamente el pueblo al completo, incluso en la actualidad todas las familias procuran que al menos vaya una persona que les represente en los actos fúnebres. Esta costumbre de asistir en representación de cada familia pudiera derivarse por tradición de una ordenanza sobre entierros que data de 1846 y que obliga a acudir al menos a una persona mayor de catorce años por familia so pena de ser multados con cien maravedíes, la mitad para sufragio del alma del difunto y la otra para los gastos de concejo. |
Revisión actual del 11:08 16 abr 2019
También existe constancia de asistencias numerosas a los sepelios en tiempos pasados, a menudo formando cortejos similares a los que acompañaban al féretro desde el domicilio mortuorio a la iglesia. En general, según los informantes, esta segunda comitiva se dirigía al cementerio más desordenadamente y a veces estaba más simplificada.
En Berganzo (A) el cortejo al cementerio tenía una estructura similar a la que antes había ido a la iglesia. En primer lugar la cruz parroquial llevada por un monaguillo y otros dos con los ciriales; después el cura y dos monaguillos más a cada lado; el ataúd; los ramos y coronas de flores llevados por los amigos; los familiares y por último los vecinos y demás asistentes.
En Bernedo (A), tras las exequias fúnebres celebradas en la parroquia, la procesión al cementerio adoptaba el siguiente orden. Primero la cruz parroquial; después los hombres en doble fila, dejando libre el centro; en medio el féretro portado por los familiares; los sacerdotes, los familiares y por fin las mujeres. Antiguamente se iba cantando el Benedictus, hoy en día los cantos son en castellano.
En Salcedo (A), antaño, finalizadas todas las ceremonias del funeral, se emprendía la marcha hacia el cementerio. Encabezaba la cruz y los ciriales, portados por los monaguillos, después el féretro, la honra y el sacerdote, revestido de estola y sobrepelliz. Llegados al cementerio el cura rezaba dos o tres responsos por el difunto rociándole con el hisopo en cada uno de ellos y después mandaba darle tierra.
En Narvaja (A) acudía al sepelio prácticamente el pueblo al completo, incluso en la actualidad todas las familias procuran que al menos vaya una persona que les represente en los actos fúnebres. Esta costumbre de asistir en representación de cada familia pudiera derivarse por tradición de una ordenanza sobre entierros que data de 1846 y que obliga a acudir al menos a una persona mayor de catorce años por familia so pena de ser multados con cien maravedíes, la mitad para sufragio del alma del difunto y la otra para los gastos de concejo.
En Apodaca (A) acudían al cementerio todos los presentes pero como éste era de reducidas dimensiones sólo accedían a su interior los más allegados. La cruz parroquial y los monaguillos también se quedaban a la puerta.
En Elgoibar (G) la comitiva fúnebre al cementerio tenía una configuración semejante a la que se formaba de la casa al cementerio. Desaparecía la cruz parroquial y los celebrantes. Unicamente quedaba un sacerdote revestido con sobrepelliz blanco y estola y el libro del ritual en la mano. El monaguillo iba por delante con sobrepelliz blanco y el hisopo en las manos. No era siempre así, había excepciones según la clase de funeral o la importancia del fallecido. En estos casos acompañaban al cadáver hasta el cementerio tres sacerdotes con sobrepelliz blanco y capa negra portando ciriales y otras personas con velones en la mano.
Si el fallecido iba a ser enterrado en el convento de los franciscanos de Elgoibar, los frailes acudían en procesión a recibir a la comitiva fúnebre, siempre que la casa mortuoria no se encontrara allende la ermita de la Magdalena. En caso contrario enviaban a dos miembros de la comunidad a la casa del difunto para el velatorio.
En Zerain (G), antes de 1960, acudían a dar tierra al cadáver el cura del pueblo revestido con alba y estola y con el hisopo en la mano; el monaguillo con la cruz; los portadores del féretro, illoi-jasotzaileek; un hombre y una mujer de la familia, seizioko familiko gizona eta andra; los familiares; un vecino de la casa más próxima, etxeurreneko norbait, pero no del duelo, y alguna que otra persona de las casas vecinas. El cura se situaba junto a la cabecera de la tumba y el monaguillo a su lado. A los pies el hombre y la mujer del duelo y junto a ellos el resto. Todos respondían a los rezos. En la actualidad no se han producido cambios importantes, puesto que hoy en día toman parte en el duelo los familiares de casa, etxekoak; también acuden al cementerio junto con los que han asistido a la iglesia.
En Sara (L), después de la misa y del responso en la iglesia, todos los asistentes al funeral salían en el mismo orden en que habían venido a la iglesia, precedidos de la cruz parroquial, del clero y del féretro. Llegado éste junto a la sepultura, se detenía el cortejo. Cuando el clero había terminado de rezar allí las preces del ritual, todos desfilaban delante de la sepultura y salían a la calle en el mismo orden y allí se detenían formando una fila en el camino de la casa mortuoria. Cada uno rezaba en voz baja alguna oración, como Pater, Requiem o De profundis y se disolvía el cortejo[1].
En Heleta (BN), una vez finalizadas las exequias fúnebres, todos los asistentes abandonan la iglesia y acuden al cementerio a presenciar el enterramiento.
En Liginaga (Z) era costumbre que al sepelio asistiesen el cura con dos monaguillos; el sacristán, giltzaiña, con la cruz; el cantor, xantrea; las portadoras de luces, aingüriak o tortxazainak; los portadores del difunto, ilen eramailiak y todas las personas que habían acudido al funeral. La ofrendera, ezkoanderia, llevaba la cesta con los rollos de candelilla, obertazaia, encendidos, al borde de la sepultura, donde continuaban ardiendo durante el tiempo que durara la inhumación y el responso que se rezaba a continuación[2].
En Santa-Grazi (Z) presencian la inhumación todos los asistentes a las exequias, hiltiarrak. Los anderos y el enterrador, xiloegilia, son los encargados de cubrir de tierra la fosa.
En Zunharreta (Z) todos los miembros del cortejo asisten en el cementerio a la inhumación que es llevada a cabo por los vecinos. Una vez terminada la ceremonia del sepelio, tras la última bendición el sacerdote abandona el lugar y los demás se dispersan.