El cortejo fúnebre hoy
Son varias las causas que han incidido en el resquebrajamiento del ritual y la solemnidad que tuvo en otros tiempos el cortejo fúnebre. Su importancia y antiguo esplendor han quedado hoy difuminados cuando no han desaparecido. Ahora bien, tanto ayer como hoy, la muerte no es sólo un acontecimiento privado, es también un acontecimiento social que afecta a la comunidad en su totalidad.
Desde hace algunos años casi en todas partes ha desaparecido la comitiva desfilando por caminos y calles desde la casa del difunto a la iglesia. Se hace raro hoy día ver una conducción de cadáver o entierro. En algunas poblaciones, cuando se introdujo el furgón funerario para facilitar el traslado del ferétro, la comitiva continuaba recorriendo a pie el camino mortuorio, ocupando el vehículo su lugar correspondiente y marchando lentamente. Tiempo después, entre los años sesenta y ochenta, en la mayoría de las localidades el cortejo se ha motorizado. Se forma en un lugar convenido, próximo a la parroquia o iglesia en que van a celebrarse las honras fúnebres, donde los familiares aguardan en vehículos para formar la procesión que desfilará tras el coche funerario que contiene el ataúd.
En la puerta del templo el sacerdote recibe el cadáver, acompañado de una parte de los asistentes puesto que la mayoría aguardan en el interior. Tras el rezo de algunas oraciones se organiza un pequeño cortejo fúnebre, reliquia de la antigua comitiva a pie, con la cruz, el sacerdote, el féretro, los ramos y coronas de flores y los familiares del difunto, etxekoak, por este orden, que acceden hasta las proximidades del presbiterio.
El duelo por lo general es mixto y no como antaño que se diferenciaba el masculino del femenino. Sus componentes se sitúan en los primeros bancos, generalmente reservados, para participar en los oficios fúnebres desde un lugar destacado y cercano al altar. Al finalizar las exequias, de nuevo se organiza el pequeño cortejo hasta la salida de la iglesia desde donde, en vehículos, parten hacia el cementerio para dar sepultura al cadáver.
En algunas localidades pequeñas, no obstante, se ha constatado la pervivencia, contra la costumbre que se ha impuesto mayoritariamente, de seguir llevando el cuerpo del difunto a hombros, particularmente si muere en casa. Incluso hay lugares donde en este supuesto, al menos una parte de lo que fue la antigua comitiva se traslada a pie desde la casa mortuoria a la iglesia. Las causas del mantenimiento de esta tradición pueden deberse a las reducidas dimensiones de la población, a que la misma esté concentrada, a la proximidad de las casas y de la iglesia y a la propia configuración geográfica de la localidad.
Las razones que podemos aportar para este cambio de costumbres son variadas. Hay unas que se enmarcan en la época que nos ha tocado vivir y que afectan a todas las actividades humanas. Así, la medida del tiempo hoy difiere de la de antaño por la premura con que se vive. La ocupación y el ocio tanto en sus contenidos corno en el sentido que se les da tienen una dimensión distinta a la de tiempos pasados. El espacio geográfico en lo referente a las distancias se concibe también de forma diferente.
El otro grupo de causas afecta directamente al tema que nos ocupa, es decir a los cambios producidos en las costumbres funerarias referidas al cortejo practicadas desde finales del pasado siglo hasta la década de los cincuenta, sesenta, y setenta del actual, según los casos. La celeridad con que los nuevos usos han tomado carta de naturaleza y han acabado por imponerse es otra nota característica de los tiempos actuales. De una forma concisa, estas causas las expresamos en los siguientes apartados:
1) La pavimentación y asfaltado de caminos y carreteras antiguos y la apertura de nuevas vías de tránsito para los vehículos. Simultáneamente se produjo el abandono de los viejos caminos para la conducción de cadáveres.
2) La introducción del coche fúnebre para el traslado del féretro y de los vehículos propios para el desplazamiento de los componentes del cortejo. Paralelamente cayó en desuso el traslado de la caja a hombros de los anderos y de la comitiva a pie acompañando el cadáver.
3) La difusión de los seguros de enfermedad, igualatorios médicos y las propias exigencias de la medicina actual que, en muchos casos, hacen prácticamente inevitable el internamiento hospitalario. La consecuencia es que los fallecimientos generalmente tienen lugar fuera de casa, de ordinario en las clínicas y los hospitales de las ciudades. Este hecho hace que, de ordinario, el cadáver sea trasladado directamente del centro sanitario a la iglesia sin pasar por el domicilio familiar. Desaparecen el levantamiento del cadáver, los actos que tenían lugar en la casa del difunto y el desfile del cortejo a pie.
4) La ruptura general producida en la sociedad con muchos usos y costumbres tradicionales que han afectado también, como no podía ser de otra forma, a los ritos funerarios. Desde la indumentaria y las marcas de duelo hasta la sustitución de velas y candelas por flores y coronas, pasando por la modificación de la disposición de los elementos en el interior de las iglesias con la supresión de las sepulturas o la eliminación de refrigerios tras los actos fúnebres.
5) La reciente introducción de sanatorios en los hospitales y las técnicas de incineración y cremación están modificando mucho más si cabe todo lo referente al cortejo fúnebre y a los rituales funerarios.
La descripción anterior es aplicable con carácter general a las localidades encuestadas. A continuación se señalan algunas particularidades que todavía en los años noventa están vigentes en algunos lugares para los casos en que el fallecimiento, tenga lugar en casa o la funeraria traslade al domicilio familiar el cadáver, si el óbito se produce fuera.
En Amézaga de Zuya, Salcedo (A) y Eugi (N) el sacerdote sigue acudiendo a la casa del difunto al levantamiento del cadáver. En Amézaga de Zuya, Aramaio y Ribera Alta (A) se ha recogido que los familiares y amigos continúan personándose en el domicilio familiar para constituir la comitiva.
En Amézaga de Zuya, Apodaca, Narvaja, Pipaón, Salcedo, Valdegovía (A), Aria y Eugi (N), con pequeñas variantes, se ha constatado que el féretro sigue llevándose a hombros y la comitiva se traslada a pie desde la casa mortuoria a la iglesia, aunque de forma más desordenada que antaño. En Allo (N), a la iglesia también se lleva la caja a hombros, pero el traslado al cementerio, finalizadas las exequias, se hace en el coche mortuorio. En Laguardia y Moreda (A) el cortejo fúnebre se desplaza andando tanto a la iglesia como al cementerio.
En las localidades navarras de Garde, Izal, Lekunberri, Lezaun, Mélida, Monreal y Murchante señalan los informantes que la comitiva apenas ha sufrido modificaciones y la conducción del cadáver se sigue haciendo a pie. En Izurdiaga (N) también se ha mantenido esta tradición, excepto cuando la distancia que une la casa con la iglesia es grande, en cuyo caso el traslado del ataúd se efectúa en furgoneta o en otra clase de vehículo.
En Salcedo (A), cuando el fallecimiento se produce en la localidad se mantiene la costumbre de que el sacerdote acuda al levantamiento del cadáver. Lo hace acompañado de la cruz parroquial portada por un niño o una persona mayor, flanqueada por sendos monaguillos con los ciriales. La comitiva desde la casa mortuoria a la iglesia marcha en el siguiente orden: 1. La cruz. 2. El féretro a hombros de los anderos. 3. El sacerdote con los monaguillos. 4. Los familiares más allegados, seguidos de los niños. 5. El cortejo de hombres y mujeres.
En Carranza (B) también se conserva en las parroquias del Valle, la procesión del cortejo fúnebre. En la parroquia de San Esteban, similar a la de otros lugares, se constituye así: 1. El sacerdote. Sólo a veces, como se ha recogido en el barrio de Lanzasagudas, la cruz encabezando la comitiva. 2. El féretro a hombros o en el coche fünebre. 3. Los familiares, con coronas. 4. Los de casa, otros familiares y los amigos. 5. Los restantes asistentes sin guardar un orden, mezclados hombres y mujeres.
En Elgoibar (G), si una persona de Alzola fallece en casa y va a ser enterrada en el cementerio de este barrio, el cortejo adopta la siguiente forma: 1. La cruz llevada por un monaguillo y otros dos a los lados con los ciriales. 2. El sacerdote. 3. El féretro llevado por los anderos. 4. Los familiares. 5. El pueblo.
En Obanos (N) se conserva la costumbre de que la comitiva haga a pie el recorrido de la casa a la iglesia en los casos en que el fallecimiento se produzca en el propio pueblo, siendo la nota característica el desorden en que tiene lugar la marcha. Cada uno se coloca donde quiere, siempre detrás del ataúd. La cruz, el sacristán con los monaguillos y los sacerdotes son los únicos que van delante del féretro. Los cofrades de San Sebastián siguen asistiendo como tales, presididos por la bandera de la Cofradía.
En Sangüesa (N), a partir del año 1950 en que se abolieron los aranceles de clases existentes en función de la categoría del funeral, los cortejos se vieron modificados sustancialmente. En 1988 se construyó el tanatorio y desde esta fecha los sacerdotes dejaron de acudir a la casa del difunto.
En Izpura (BN), si la casa está próxima a la iglesia, la comitiva se forma delante de la casa del difunto aunque el féretro se transporte en coche. Si la casa está alejada de la iglesia, toda la comitiva se desplaza en vehículos.
En Azkaine (L), antiguamente, los hombres y el duelo familiar masculino iban delante del ataúd. Hoy el cortejo sigue marchando a pie pero el duelo familiar conjunto va a continuación de la caja, kaxaren ondotik.