Tierra no bendecida
Los que fallecían fuera de la comunión cristiana eran enterrados en tierra no bendita, generalmente parcelas anexas al mismo cementerio. En esta situación se hallaban los niños nacidos muertos o que fallecían antes de recibir el sacramento del bautismo así como los no creyentes y las personas que se quitaban la vida.
Se distinguían dos espacios diferenciados: el destinado a niños conocido como limbo y el destinado a los suicidas y apóstatas, si bien en muchas localidades se confundían en uno solo considerado como zona de tierra no bendecida o civil.
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El limbo
Hasta mediados de este siglo en todos los cementerios del país había una zona aneja al camposanto dedicada a los muertos sin bautismo.
Era conocida como limbo (Apodaca, Aramaio, Artziniega, Berganzo, Gamboa, Laguardia, Mendiola, Moreda, Narvaja, Pipaón, Salcedo, Salvatierra-A, Bermeo, Carranza, Portugalete, Trapagaran-B, Zerain-G, Aoiz, Goizueta, Izal, Izurdiaga, Lekunberri, Lezaun, Mélida, Monreal, Murchante, Obanos-N); y a veces sufría deformaciones como nimbo (Berganzo-A) o imbo (Laguardia-A). En euskera linboa (Durango, Lezama, Orozko, Zeanuri-B, Getaria-G, Oragarre-BN, Sara-L). En Armendaritze (BN) komunak, en el sentido de terreno comunal.
La práctica totalidad de los niños no bautizados enterrados en el limbo eran los nacidos muertos ya que el bautizo era casi inmediato y no pasaba un día sin que fueran asistidos por el cura. Si un niño corría peligro de muerte los mismos padres, abuelos o comadrona podían bautizarlo haciéndole la señal de la cruz mientras le decían: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Los niños muertos sin bautizar se enterraban sin ninguna ceremonia específica y se inhumaban en este terreno pues se tenía la creencia de que no iban al cielo ni al infierno sino al limbo.
Cuando moría un recién nacido se le llevaba al cementerio envuelto en un lienzo y a menudo introducido en una caja de cartón o de zapatos. En Hazparne (L) el sacristán era el que acudía a por el cuerpo y se lo llevaba en una caja. En Aramaio (A) el padre de la parturienta recogía en una caja el cadáver o el feto y lo llevaba al cementerio, enterrándolo en el mencionado lugar. Incluso en estos casos previamente se le había administrado el bautismo y se le había dado nombre en la propia casa.
En Trapagaran (B) solían ser trasladados por el padre de noche y en una pequeña caja. En Portugalete (B) los abortos y los bebés muertos antes de haber transcurrido las 24 horas del nacimiento eran entregados al enterrador que los inhumaba en una zona del cementerio. Era el padre quien se encargaba del traslado y lo hacía en una caja vulgar, no en un féretro, colocando directamente los restos sin poner antes telas o trapos en el fondo.
En Berganzo (A) a los niños que nacían muertos o fallecían sin ser bautizados se les enterraba próximos a la entrada del cementerio, en un lugar específico. Su cuerpo, envuelto en una sábana o introducido en una caja de zapatos o similar, se pasaba por encima de la pared del cementerio para no cruzar la puerta del mismo y se enterraba en el lugar citado. Sólo asistía una persona de la casa y el cura.
En Narvaja (A) junto al muro norte de la iglesia parroquial hubo un lugar denominado limbo para enterrar a los niños que morían sin bautismo. Al norte del cementerio todavía existe una pequeña zona, rodeada de tapia, donde se sepultaba a los no creyentes y a los niños no bautizados. Sólo es visible desde el exterior del cementerio. Recuerdan que en 1955 se dio tierra a una niña que nació muerta.
En Carranza (B) los niños sin bautizar eran sepultados en una zona aneja al cementerio. Se les introducía en ésta a través de una puerta distinta a la principal. En Monreal (N) el recinto carecía de puerta de entrada, se accedía a su interior a través de una simple abertura en el muro.
En Zerain (G), desde principios de siglo hasta el inicio de la guerra civil, los niños muertos sin bautizar y los abortos se trasladaban a la casa del mayordomo de la iglesia y éste los enterraba en una zona junto al muro de entrada conocida como aingeruun lurre, donde también se daba tierra a los bautizados.
El cementerio de Obanos (N) disponía de un pequeño recinto abierto que hoy hace de basurero, llamado limbo, donde se enterraban los niños sin bautizar. En los últimos veinte años no se recuerda más que un enterramiento realizado en dicho lugar.
En Heleta, Oragarre (BN), Azkaine, Beskoitze, Hazparne, Sara, Ziburu (L), Barkoxe y Ezpeize-Undüreiñe (Z) a los niños muertos sin bautizar, hecho que ocurría raramente, no se les hacía misa funeral y se les daba tierra directamente en el panteón familiar, aunque se recuerda la existencia de un rincón en el cementerio, generalmente contra el muro y considerado como zona no bendita, que estaba reservado a aquéllos que no habían sido bautizados. En Ezpeize-Undüreiñe este lugar ocupaba un espacio en el cementerio junto al muro de la iglesia.
Espacio para suicidados e increyentes
El suicidio[1] y el vivir fuera de las normas dictadas por la fe católica han sido motivo para proscribir a las personas y en consecuencia para negarles tanto el derecho a ser inhumados en tierra sagrada como a celebrar un funeral con rituales religiosos, aunque no siempre. Al menos esto ha ocurrido cuando el suicidio era evidente ya que siempre se ha tratado de disimular esta situación o se ha dado por supuesto el arrepentimiento en el último momento para poder celebrar las exequias como en una muerte natural. En general ha estado mal considerado socialmente e incluso ha sido motivo de vergüenza para la familia.
En casi todas las localidades había espacios de tierra no bendecida y separados del camposanto por un muro destinados a estas personas. En ocasiones tampoco se permitía al cortejo cruzar por el interior del cementerio por lo que el ataúd se debía pasar por encima del muro. En otras se accedía a este recinto por una puerta distinta a la del cementerio.
Tras la construcción del embalse del Zadorra en 1957 se erigieron nuevos cementerios en Landa y Ullíbarri-Gamboa (A). El de Landa tiene una puerta de hierro abierta en el muro norte que da acceso al lugar no sagrado donde se dispuso que se enterrara a los no creyentes. En el de Ullíbarri-Gamboa existe una puerta lateral por la que se pasa por un lado al limbo y por otro a un lugar destinado a los no creyentes, en los dos casos con nichos.
En Gamarte (BN) el cadáver del suicidado no se metía en la iglesia el día del funeral aunque sí se introducía en el cementerio por la puerta grande, como todo el mundo.
En Izpura (BN) el suicida era enterrado sin ceremonia ni misa, sólo se recitaba una oración antes de inhumar el cuerpo en la tumba o panteón familiar. En otros casos, aunque no se tocaba la campana, se celebraba misa funeral rezada y el féretro era introducido en la iglesia, pero el sacristán no llevaba la cruz.
En Azkaine (L) hasta hace relativamente poco tiempo el suicida no tenía derecho a ninguna ceremonia religiosa. Hasta alrededor de los años 60, para evitar que su cuerpo pasase junto a la iglesia, el ataúd era izado por encima de la tapia del cementerio. El suicidio era considerado más una enfermedad que un acto contra Dios, pero cuando se podía probar que alguien se había quitado la vida voluntariamente, por ejemplo al existir una carta, el cadáver no se introducía en la iglesia.
De igual modo, en Bidarte (L) el suicidado no era introducido en la iglesia. A lo sumo se colocaba el féretro en el pórtico y si el cura lo estimaba conveniente le daba allí mismo la bendición. Tampoco se recogían misas en su sufragio. Antaño el suicidio era considerado como una terrible vergüenza.
En Hazparne y Ziburu (L) en caso de suicidio no había cortejo y el féretro no se llevaba a la iglesia sino directamente al cementerio, entrando por la puerta grande. El cadáver se enterraba en la tumba de la casa a la que pertenecía. Tampoco se celebraba la comida tradicional tras las exequias.
En Apodaca (A) ante una situación así se avisaba al juez, al secretario y al médico, que eran los autorizados a disponer el levantamiento del cadáver. Tras la realización de la autopsia introducían el cuerpo en la caja con su ropa. A las 24 horas se trasladaba al cementerio sin ceremonia alguna, el cura rezaba un responso y se le daba tierra. El antiguo cementerio disponía de una parcela considerada como civil destinada para los que morían separados de la iglesia.
En Berganzo y Gamboa (A) no era corriente que hubiera entierros de no creyentes. En Gamboa recuerdan algún caso esporádico en el que el cadáver, ante la negativa del cura a enterrarlo en tierra santa, lo sepultaron junto al muro externo del cementerio. En otras localidades próximas como Elgea se recuerda haber dado tierra en la zona no santa del cementerio a los muertos de esta condición.
En Ribera Alta (A) cuando se producía algún suicidio o aparecía muerto algún desconocido, se dejaba en el depósito del cementerio sin custodia de ningún tipo y se enterraba en una zona destinada a este fin. En este mismo lugar se inhumaba a las criaturas que habían nacido muertas o no habían sido bautizadas.
En Valdegovía (A), junto al cementerio, en el mismo espacio físico pero sin formar parte del mismo y separado por una valla, había y hay un lugar destinado a enterrar en él a los suicidas y a los no creyentes. Los informantes comentan que si el muerto no es creyente lo suele ser su familia por lo que generalmente acaban enterrándolo en el cementerio. En cualquier caso en los entierros civiles el ritual era parecido, a excepción de que no se celebraba misa.
En Portugalete (B) los suicidados se enterraban en el cementerio civil. Cuando se daba algún caso de suicidio siempre se procuraba hacer ver que en el último momento se había producido el arrepentimiento para evitar el enterramiento civil, no solamente por el muerto sino también por los problemas sociales y familiares a los que tendrían que hacer frente los vivos.
En Aoiz (N) a principios de siglo a los suicidados no les hacían funeral y se enterraban en el área destinada a los no creyentes. A los ajusticiados se les llevaba al limbo junto a los niños.
En Aria (N) se reservaba un pequeño espacio para los no creyentes y para los suicidas, pero ninguno de nuestros informantes recuerda que se hubiera dado alguno de estos casos. En la actualidad ha desaparecido la función de este minúsculo espacio y se ha reaprovechado para los entierros religiosos.
En algunas localidades a los suicidas se les aplicaba la presunción de arrepentimiento a última hora por lo que recibían igual trato que el resto de los fallecidos e incluso se les hacían oficios religiosos. Así se constata en Lezaun (N), Heleta (BN) y Urdiñarbe (Z), donde los suicidados son enterrados en el panteón o tumba familiar. En Lekunberri (N) eran inhumados siempre en tierra bendita, pues aunque se solía decir «horrek Jainkoari eskua hartu dio», en el sentido de que habían desafiado o abandonado a Dios, se consideraba que existían posibilidades de arrepentimiento en el último instante, razón por la que se pedía autorización al obispado para poder enterrarles en tierra bendita, permiso que solia ser concedido.
En Artziniega (A) hay un lugar no bendecido destinado para suicidas o mayores no bautizados. De todas formas si alguien se había suicidado pero era católico practicante se le enterraba con toda normalidad.
En Aramaio (A) siempre se encontraba alguna excusa para los que se ahorcaban, urkatuentzat, de forma que se procedía a enterrarlos como a cualquier otro difunto en tierra bendita. En el cementerio no había reservado ningún espacio especial para los muertos de esta forma así como tampoco se recuerda que se practicase ningún enterramiento de carácter civil.
En Orozko (B) no se tiene memoria de que haya habido una zona especial para los suicidados, a quienes se enterraba en el cementerio de la misma manera que a los que morían de muerte natural. Los suicidados, la mayoría por ahorcamiento, tenían derecho a ser enterrados en tierra bendita siempre y cuando aparecieran con los pies rozando el suelo, pero no si quedaban colgando en el vacío. Se interpretaba que al no tocar tierra no deseaban volver a ella y consecuentemente no tenían derecho a hacerlo: Urkituten dana, ankeagaz lurre ukututen ez badau, lur sagraduen ezin lei enterratu, baina ukutu ezkero bai. En un caso de suicidio acaecido en la segunda mitad del siglo la familia aseguraba que el cadáver había aparecido tocando el suelo con la punta de los pies.
En Eugi (N) sólo recuerdan un caso de suicidio. No se tocaron las campanas pero se le hizo funeral y se le enterró como a los demás a pesar de la oposición del párroco.
Casos particulares
Una situación singular es la que se da en los pueblos costeros cuando aparecen los cadáveres de ahogados o cuando un pescador o marino pierde la vida en el mar y no se recupera su cuerpo.
En Ziburu (L) cuando se encontraban ahogados que no se sabía de dónde procedían se enterraban alrededor de la capilla de la Magdalena, en el acantilado.
En Portugalete (B) en los casos en los que no se recuperaba el cadáver, generalmente de un marino, no se incluía el nombre del fallecido en la tumba familiar.
La actitud ante personas ajenas a la comunidad pertenecientes a pueblos diferentes como puedan ser los gitanos, bohamiak (Vasconia continental), ijitoak, motxailak (Bizkaia), y transeúntes, generalmente gente con pocas posibilidades económicas y que a menudo pedía limosna, ha variado de unas localidades a otras y no parece que haya una actitud generalizable al común del País. En muchos casos eran inhumadas y se les colocaba una cruz de madera como en Izpura (BN) y Ezpeize-Ündüreiñe (Z). En Beskoitze (L) están enterrados entre el resto de las tumbas. En Urdiñarbe (Z) antes de 1914 se produjeron dos o tres casos de enterramiento de transeúntes y gitanos que vivían de limosna, bohamia biltzaki. No se celebraba misa, solamente una pequeña bendición, y nadie asistía al enterramiento. Se les consideraba diferentes a los lugareños ya que se suponía que no eran practicantes por lo que no se les llevaba cerilla, ezkua, y sus tumbas no tenían cruz, kürütxia, sino sólo un túmulo, lürra, cuyo montículo carecía de decoración.
En Lekunberri (BN) disponían en el cementerio de un lugar designado para enterrar a los gitanos.
En Baigorri (BN) se diferenciaba la zona de enterramiento de las familias más distinguidas del pueblo, que ocupaban la solana al sur, de las tumbas de los pobres y gitanos, muy floridas, que se inhumaban en tierra en la zona más próxima al río.
Enterramientos civiles
Aunque en la mayoría de las localidades los cementerios disponían de un espacio destinado a enterramientos de las personas que morían alejadas de la fe católica, fueron raros y contados los entierros de carácter civil en todo el país y algunos de éstos se recuerdan muchos años después como casos aislados y no generales. La actitud que se mantenía ante los mismos era de reserva, e incluso en cierta forma de rechazo. Sólo en determinadas zonas urbanas y fabriles con amplia tradición socialista, como en la margen izquierda de la vía del Nervión en Bizkaia o en la localidad guipuzcoana de Eibar, tuvieron un carácter más general. Actualmente parece que se acogen por el común de la población con algo más de normalidad que en tiempos pasados.
En la tercera década de este siglo ya se intentó en Vasconia peninsular acabar con esta diferenciación en los cementerios. En 1932, en pleno periodo de la República, se ordenó suprimir la distinción entre zonas de creyentes y no creyentes. En el artículo primero de la Ley de 30 de enero de 1932 sobre cementerios municipales se dice: «Los cementerios municipales serán comunes a todos los ciudadanos, sin diferencias fundadas en motivos confesionales (...) Las Autoridades harán desaparecer las tapias que separan los cementerios civiles de los confesionales, cuando sean contiguos».
En la Guerra Civil la Ley de 10 de diciembre de 1938 volvió a establecer la diferencia entre cementerios católicos y civiles. Después de derogar la anterior, dice en el artículo segundo: «Las Autoridades Municipales restablecerán en el plazo de dos meses, a contar desde la vigencia de esta Ley, las antiguas tapias, que siempre separaron los cementerios civiles de los católicos».
En 1978, restablecida la democracia, se ordena de nuevo que los enterramientos se realicen sin discriminación alguna por razones de religión u otra causa. En la Ley de 3 de noviembre de ese año, en las disposiciones transitorias se establece que: «En el plazo de un año a partir de la vigencia de la presente Ley deberá procederse, en aquellos cementerios municipales donde hubiera lugares separados destinados a los que hasta ahora se denominaban cementerios civiles, a establecer la comunicación con el resto del cementerio».
Recuerda un informante[2] que siendo niño, en el año 1924, asistió en Ortuella (B), su localidad natal, al entierro civil de una niña de cinco años. Los asistentes se congregaron en el portal de la casa y la comitiva fue similar a la de un entierro cristiano. En cabeza del cortejo iba la caja portada en andas con los brazos estirados por cuatro mujeres jóvenes vestidas de rojo. Detrás de la caja el duelo masculino. Las mujeres de la familia no acudían en aquella época a los entierros. A continuación los hombres en doble fila y detrás la mujeres.
El cementerio tenía dos puertas, la principal por la que entraban los entierros cristianos y una puerta lateral menos importante por la que accedían las comitivas de los entierros civiles. Dentro del recinto una tapia separaba un trozo de terreno menor que el resto del cementerio donde se inhumaban los cuerpos de los no creyentes. Aquí no tenía lugar de ordinario ningún acto cívico ni se pronunciaban discursos. La inhumación transcurría en silencio y los familiares y allegados arrojaban un puñado de tierra sobre el féretro.
Tanto antes como después de la guerra civil de 1936 se ponían avisos por las calles y en la prensa convocando al acto. La convocatoria se hacía también, sobre todo antes de la guerra, por medio de pregones que iba voceando la avisadora.
En algunas ocasiones especiales, como cuando el difunto era persona notoria, en cabeza de la comitiva por delante del féretro iba el estandarte, generalmente la bandera roja socialista. Pero después de la guerra se suprimieron los desfiles de la comitiva por las calles y las esque- las convocaban directamente en el cementerio.
En Muskiz (B) se recuerdan varios entierros civiles. Los cadáveres se inhumaban en un cerrado del cementerio de unos 20 m. con puerta independiente de forma que no fuese necesario pasarlos por el camposanto. Este recinto siempre estaba lleno de faros, pues se usaba tan poco que no se limpiaba. Hacia 1980 para la celebración de una ceremonia civil en la que se esperaba la asistencia de mucha gente, tiraron el muro de separación y hoy este recinto forma parte del cementerio. Sólo se diferencia en que las tumbas carecen de cruces y símbolos religiosos. La conducción del cadáver al cementerio es prácticamente la única ceremonia en un entierro civil.
En Portugalete (B) se enterraba en el cementerio civil a los no católicos y en general a los que la iglesia hubiese negado el auxilio. En los entierros civiles no había cortejo y por consiguiente la avisadora no convocaba al funeral. Se trasladaba el muerto al cementerio a horas intempestivas, de madrugada, para que nadie lo viese, y como no se les abría la puerta del cementerio se veían obligados a pasar el féretro por encima de la tapia. La zona civil del cementerio estaba además muy descuidada ya que nadie se encargaba de su mantenimiento.
En Durango (B) se recuerdan algunos entierros civiles de republicanos y socialistas durante la República (1935-1936). Se dice que tales entierros fueron más comunes en la localidad próxima de Eibar (G). En tiempos más recientes han sido muy contados los entierros de carácter estrictamente civil. Uno de ellos tuvo lugar a finales de los años ochenta y se celebró con gran notoriedad. El féretro, al que se le había quitado el crucifijo, fue llevado desde el hospital en coche fúnebre y recibido en la plaza de la villa, desde cuyo quiosco de música se hizo primeramente un panegírico al que siguió la audición de dos piezas musicales que habían sido en vida del agrado de la persona fallecida. Después los asistentes caminaron tras el furgón fúnebre hasta la entrada del cementerio. Allí, un dantzari bailó un aurresku ante el féretro que seguidamente fue introducido en el panteón familiar.
En Orozko (B) no se recuerda que haya habido más que un entierro civil. Con motivo del mismo se efectuaron unas honras similares a las religiosas y se comenta que las mujeres acudieron al cortejo fúnebre con sus mantillas y rezaron el rosario en el recorrido.
En el cementerio de Elgoibar (G) había un sitio reservado a los no creyentes que solía estar un poco apartado del resto. Sin embargo hoy en día éstos se entierran en nichos. En la localidad se han hecho pocos entierros civiles. El cadáver se lleva directamente al cementerio en una caja sin cruz y allí, a veces, una persona diserta sobre la vida del difunto y sin más se procede a la inhumación.
En Getaria (G) se recuerda un entierro civil en el que se portaron banderas después de haber estado depositado el cadáver en el centro republicano.
En Allo (N) tan sólo los mayores saben de un caso de enterramiento en el recinto destinado a quienes habían renunciado a la fe católica. Este reservado fue definitivamente demolido hacia 1963 y el último recuerdo que se tiene de él es de abandono absoluto. En Obanos (N) sólo se recuerda un entierro civil en tiempos de la República. Se llevó a cabo de madrugada, sin toques de campana, y el cadáver se inhumó en el limbo. Causó mucha impresión en la localidad. En Aoiz y Viana (N) también hubo algún que otro entierro civil durante la época de la República y la Guerra Civil.
En Sangüesa (N) el ayuntamiento aprobó en 1868 la construcción del cementerio para «impenitentes, abortos y criaturas sin bautismo». En un acuerdo municipal de 1879 se decidió que «siendo de absoluta necesidad la construcción de un cementerio para los que mueran fuera del gremio de la iglesia católica, se acuerda nombrar una comisión para adquirir terrenos». Este lugar especial estuvo dentro del mismo cementerio en el flanco de la derecha. Estaba cercado por una tapia y popularmente se le conocía por «el corralico». Durante la República se celebraron entierros civiles. Se coincidía en calificar éstos como de vergonzosos. Se creía que suponían un castigo después de muerto, era como un pecado mortal que una persona muriese así y no se hacía merecedora de respeto. Incluso los sacerdotes, a nivel personal por lo menos, condenaban esta situación.
En Gamarte (BN) los informantes recuerdan que hacia 1910 se celebró un entierro civil. Se trataba de una persona que no acudía a la iglesia. Tuvo lugar por la tarde, en el cementerio y sin asistencia del sacerdote.
En Ziburu (L) a los divorciados no se les introducía en la iglesia y tampoco se tocaban las campanas. Hacia 1930 se les daba una bendición en el pórtico y se rezaba una misa más tarde.
- ↑ En Izpura (BN) a suicidarse le denominan bere buria hiltzea, bere buruaz besterik egitea; en Lekunberri (BN) bere burua urkatu; en Azkaine (L) bere burua hil, bere buruaz bertze egin, bere burua garbitu; en Beskoitze (L) bere buria xahutu; en Sara (L) bere burua hil, bere burua bertzegin, bere burua egin; en Urdiñarbe (Z) be büria eho dizü; en Ezpeize-Ündüreiñe (Z) bere büria bestegin. Urkatu es la forma común de decir ahorcarse en euskera.
- ↑ Información recogida de José María Echave, nacido en 1916.