Diferencia entre revisiones de «Avisadores del fallecimiento»

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Revisión del 10:16 15 may 2018

En un buen número de localidades la comunicación del fallecimiento ha solido correr a cargo de algún familiar del difunto o, en su caso, de uno o varios vecinos allegados. Sin embargo también muestra una amplia distribución la costumbre de que tal labor sea llevada a cabo por el llamado primer vecino, por determinados mozos del pueblo o por ciertas mujeres. En este apartado se comentarán detalladamente estos papeles.

También ha sido común que los curas anunciasen durante la celebración de la misa la identidad del fallecido y la hora de los funerales, incluso en las poblaciones pequeñas en los tiempos en que era habitual la misa diaria.

En Lekaroz (N) había costumbre de anunciar desde el púlpito los funerales en los distintos pueblos del valle. Los barrides se encargaban de enviar papeletas con la noticia a los curas de los pueblos[1].

En el caso de que el difunto perteneciese a una cofradía, los miembros de la misma también tomaban parte activa en el funeral. En Obanos (N), si el difunto era cofrade de San Sebastián, el hermano colector se ocupaba según el artículo quinto del reglamento de comunicar a los demás hermanos la hora del entierro y de elegir entre éstos a cuatro o seis, según fuese necesario, para la conducción del cadáver al cementerio. En Salvatierra (A), cuando la familia pertenece a alguna cofradía, el avisador de la misma se encarga igualmente de transmitir la noticia.

Familiares y vecinos

En Narvaja (A) los familiares más cercanos eran avisados del fallecimiento por los mozos de la casa. En Moreda (A) se encarga cualquier familiar allegado que haya convivido con él. En Laguardia (A) los familiares. En Lekunberri (N) los miembros de la familia son igualmente avisados en persona por los de la casa. En Getaria (G), al igual que en las anteriores localidades, se encarga generalmente un familiar.

En los caseríos extramuros de la villa de Hondarribia (G) se nombraba a unos parientes varones y jóvenes para que informaran en la comarca a todos los familiares y amigos del difunto por muy dispersos que se hallaran. Eran los llamados mandatariak, quienes se dividían por diferentes zonas para avisar de la celebración del rosario y de la conducción, progua.

En Aria (N) un familiar avisaba a los demás parientes. El mismo se encargaba también de comunicar el fallecimiento al resto del pueblo por medio de las campanas de la iglesia. Hasta la década de los cincuenta, a los familiares que vivían lejos se les enviaba el recado por medio de un hombre a caballo; hoy en día, la noticia llega a todos los interesados a través de las esquelas.

En Obanos (N), hasta mediados de siglo, se encargaba de avisar a los parientes del pueblo un familiar o la chica que trabajaba en la casa.

En Artziniega (A) el encargado del anuncio es alguna persona de la familia pero, en caso de indisposición, va cualquiera que se preste voluntario. En Izal (N) normalmente efectuaba los avisos un familiar, pero si la familia no podía hacerlo los vecinos se encargaban de ello.

En Bernedo (A) lo hacían los mismos de la casa y les ayudaban los vecinos porque a menudo los demás familiares se hallaban repartidos en muchos lugares distintos.

En Abadiano (B), para avisar a los parientes, se comenzaba haciéndoselo saber a uno y luego eran ellos los que se encargaban de avisar a los restantes; aún en la actualidad se sigue manteniendo esta práctica. Antaño los vecinos también daban parte al encargado de la ermita del barrio y al de la iglesia y eran éstos, mediante los toques de campana, los que propagaban la noticia. Esta costumbre se ha mantenido vigente hasta hace poco tiempo pero es ahora cuando parece que está desapareciendo.

En San Martín de Unx (N) el anunciante puede ser un familiar o un allegado. A la noticia del fallecimiento se le llama «novedad». Si se dice de una familia que «están de novedad», todo el mundo comprende que en su seno ha acaecido la muerte de uno de los miembros.

En Viana (N) el anuncio se realiza mediante algún familiar o vecino y en Salcedo (A) se encarga igualmente alguno de la casa y otros vecinos. En Portugalete (B) estos avisos solían darlos los familiares que vivían bajo el mismo techo que el finado o en su caso amigos, pero siempre personas adultas; no se encargaba a los niños estos menesteres.

En Carranza (B), en cambio, si el fallecimiento ocurría durante el día, solían ser los chiquillos de la casa los encargados de avisar al resto de los familiares, mientras que si acaecía de noche se ocupaban de ello los adultos.

En Zeanuri (B) un joven de la vecindad que estuviese ágil se encargaba de pasar el aviso del fallecimiento a los familiares que vivían en otros barrios y pueblos. Estos recorridos se hacían a pie hasta primeros de siglo.

En Muskiz (B) se ocupan de comunicar el fallecimiento los jóvenes más desenvueltos, casi siempre no muy allegados a la familia por lo que suelen estar menos afectados.

En Lemoiz (B) es un vecino el que avisa a los familiares y amigos, así como éstos lo hacen entre sí.

En Busturia (B) uno del barrio llamaba al médico, al cura, al enterrador, a las mujeres y, por último, al dueño de la taberna para que preparase el banquete.

Antaño en Urnieta (G) algún vecino avisaba directamente al vecindario y los demás se enteraban por los toques de campanas. En los caseríos el fallecimiento y la hora del rosario por el difunto continúan siendo comunicados oralmente al vecindario por algún vecino.

En Eugi (N) el anuncio se transmitía personalmente por los vecinos del fallecido que se ofrecían a la familia para dar la noticia. Como por lo general el fallecido tenía parientes en diferentes pueblos se necesitaban varios vecinos. Estos, además de comunicar la noticia también se ocupaban de invitar a los funerales y a la comida.

En Monreal (N) se encargaban los vecinos de más confianza, que a menudo estaban presentes en el momento de la defunción. Solían ser varios porque normalmente tenían que avisar a familiares que residían en otros pueblos y a los sacerdotes que iban a acudir a oficiar las exequias junto al párroco, esto último según la clase de funeral que la familia eligiese. De los parientes se invitaba a uno por familia para que asistiese en representación de ella. También se comunicaba la noticia al sacristán y al cura, si es que no había estado presente en el óbito, para que rezase un responso.

En Romanzado y Urraul Bajo (N) eran los tres o cuatro vecinos más próximos a la casa del difunto los que se encargaban de los avisos y de disponer todo, hacer la fosa, llevar el cadáver y darle tierra[2].

En Barkoxe (Z), antes de que se instalase el teléfono, un vecino enviado por la familia se encargaba de anunciar el fallecimiento a los próximos visitándolos en el caso de que viviesen en los pueblos contiguos y si no por telegrama.

Los primeros vecinos

En una amplia extensión del área estudiada los primeros vecinos han desempeñado un importante papel en la comunicación de la muerte.

En Amézaga de Zuya (A), en el caso de que las personas a avisar viviesen lejos, solían ser los primeros vecinos los encargados de ir a avisarles. Como no había teléfono ni coche normalmente lo hacían en burro, en yegua e incluso andando.

En Elosua (G) se encargaba el primer vecino, etxekona, que notificaba al cura, al sacristán, a los parientes del pueblo y, por teléfono, a los familiares del difunto que vivían fuera.

En Urkizu-Tolosa (G), cuando acaece un fallecimiento, se comunica el hecho al vecino más próximo del barrio o auzoa, al que se llama auzoko aldenekoa. Si el caserío tuviese más de una vivienda se avisa al que vive en la otra o etxekonekoa y si cuenta con más de dos, al etxekonekoa de más amistad. Este vecino se responsabiliza de hacer saber al cura la noticia, quien a su vez, en tiempos pasados, avisaba a la serora o segora para que tañese las campanas. Hoy en día es un vecino o vecina del barrio quien desempeña el papel de esta mujer[3].

En Bidegoian (G) los primeros vecinos comunicaban la noticia a los familiares del difunto que residían en otros pueblos para lo cual iban andando. Cuando vivían lejos se les comunicaba el fallecimiento mediante telegrama. Eran los primeros vecinos los que también se encargaban de todo tipo de compra, por ejemplo de la ropa de luto para la familia, ya que sus integrantes no podían salir de casa si no estaban vestidos de luto; también se encargaban de las gestiones posteriores al fallecimiento. Actualmente todo esto se ha modificado y es la propia familia del fallecido la que se encarga personalmente de los avisos y demás trámites.

En Beasain (G), en cuanto fallecía alguien de la casa, se avisaba al vecino si es que no estaba alguien de su casa presente en las últimas oraciones de la agonía. Antaño este vecino daba todos los avisos; hoy en día depende de la situación familiar: a no ser que en la casa del difunto vivan sólo personas muy mayores y sin parentela, son los mismos familiares los que se encargan de estos avisos.

En Garagarza-Arrasate (G), una vez encargado el entierro y señalada por el sacerdote la hora en que se celebrará, un vecino, el más cercano al domicilio del difunto, se ocupa de dar los avisos a los restantes vecinos y parientes. También se les invita a que acudan al velatorio del cadáver hasta la hora de la conducción.

En Zugarramurdi (N) era la familia del lehenatea la encargada de anunciar el fallecimiento al cura del pueblo, al campanero y a los parientes del difunto[4].

En Hazparne (L), el día en que ocurría la muerte, el primer vecino acudía a la casa y recibía verbalmente la lista de miembros de la familia a los que había que avisar. Este reclutaba a otros vecinos y se repartían los avisos. Los últimos se encargaban de telegrafiar a las direcciones consignadas tras lo cual regresaban a rendirle cuentas al lehenauzoa, quien reunía todas las facturas y las llevaba a la casa mortuoria para su posterior pago. Allí le ofrecían un piscolabis, pero era costumbre que lo rechazase.

En Sara (L) era el leenatea o auzoa, quien comunicaba la defunción al cura, al campanero, a los parientes y a los vecinos del fallecido. En esta localidad el papel del leenatea no se limitaba a difundir la noticia del deceso sino que comenzaba al agravarse el estado del enfermo. Entonces se encargaba de llamar al médico y al cura. Comunicaba además el estado agónico al ezkilajoilea, campanero, a fin de que éste tocase las campanadas usuales en este caso[5].

En Senpere (L) era igualmente el primer vecino el que comunicaba la muerte a los familiares. El recorrido que realizaba se denominaba kapita, de ahí la expresión «kapita korritu dut», para indicar que ya había dado los avisos.

En Gamarte (BN) se avisaba al primer vecino, que ya estaba al corriente de la situación a través de su mujer; acudía a la casa mortuoria y recogía la lista de casas a las que tenía que comunicar el fallecimiento. Después se repartía con otros vecinos las direcciones adonde se debían desplazar. Todos ellos recibían la denominación de hil-mezularia ya que se encargaban de efectuar el anuncio o hil-mezua. Se trataba de los vecinos más próximos y entre sus funciones también estaba la de actuar de hilketaria, esto es, portadores del féretro.

En esta misma localidad las costumbres han cambiado actualmente. Se ve a mujeres efectuando el anuncio, cuando tradicionalmente ha sido una ocupación de hombres. La familia y los vecinos también utilizan el teléfono. Aún así algunos vecinos continúan haciendo el anuncio.

Una vez habían comunicado la noticia regresaban a la casa mortuoria a dar cuenta a la familia de su misión. Entonces se les hacía participar en una cena que era preparada por las vecinas, ya que la familia del difunto vivía retirada y no salía para nada.

Cuando la muerte llegaba tras una larga enfermedad, es decir, cuando había tiempo suficiente para prever todo lo que habría que hacer, entonces se podía pensar en los detalles del protocolo. En caso contrario, o cuando el dolor era muy grande, se confiaba en personas que se ocupaban de todo y que sabían cómo obrar. Estas personas eran el primer vecino y su mujer, el chantre y el carpintero.

En Izpura (BN), al producirse una defunción, alguno de la casa advertía al primer vecino. Este avisaba seguidamente a los parientes y también a la persona encargada de hacer sonar la campana: andere serora; asimismo anunciaba la muerte a los animales y se ocupaba de atenderlos.

En Lekunberri (BN), cuando alguien moría, los primeros vecinos varones se reunían en la casa del difunto. Allá la familia les facilitaba las direcciones de los parientes a los que había que avisar y dar cuenta de la defunción. Ellos eran también los encargados de enviar telegramas comunicando la triste noticia a los que no vivían en el País. Estos vecinos mensajeros, hil-mezukariak, se las arreglaban para cumplir el encargo. Si carecían de vehículo, se lo pedían a uno que lo tuviera, quien les acompañaba, porque es a ellos personalmente a quienes correspondía ser los avisadores[6]. Cuando se les veía llegar a distancia se solía decir: Berri tristia, llegan malas noticias. Ellos cumplían su cometido, y en la casa a la que iban les daban una sencilla cena a base de xingarra ta arraultzia, huevo con tocino.

En Oragarre (BN) el primer vecino, tras ser avisado por la familia, hacía conocer a los demás la noticia del fallecimiento así como el día y la hora del entierro. En Armendaritze (BN) también era el primer vecino el que se encargaba de anunciar la muerte a los miembros de la familia para lo cual se solía desplazar en bicicleta.

En Zunharreta (Z) los primeros vecinos se reunían en la casa del muerto y, tras serles proporcionada la lista de las personas a quienes debían avisar, se dispersaban en los cuatro sentidos para cumplir su misión.

En Ezpeize-Undüreiñe (Z) la muerte se anunciaba a los cuatro vecinos y uno de ellos se encargaba de comunicar la noticia a los familiares del difunto. En realidad los cuatro vecinos se arreglaban entre ellos y, en función de los medios de locomoción de que dispusiesen, se designaba a aquél que efectuaría los anuncios.

Los mozos

En las localidades alavesas los mozos han desempeñado un papel muy importante en todo lo relacionado con el ritual de la muerte.

En Apodaca (A) el mozo mayor, una vez le comunicaban la hora del sepelio y le proporcionaban la lista de familiares y amigos a los que se debía avisar, reunía a los demás mozos y encomendaba a cada uno el lugar al qué tenía que ir a notificar el fallecimiento. El que se desplazaba a Antezana a casa del médico para el certificado de defunción, continuaba hasta Foronda a avisar al cura y a la cofradía de Legarda, si era cofrade. Avisaban al cofrade mayor o abad para que éste transmitiese la noticia a los restantes de fuera del pueblo. Otros hacían las comunicaciones, que eran numerosas, trasladándose en bicicleta e incluso, si tenían que llegar muy lejos, hacían noche fuera de casa. La familia también hablaba con el cura para notificarle la categoría del funeral y éste les indicaba a qué curas de la zona tendrían que avisar los mozos.

En Marieta (A) los mozos eran normalmente tres y se les llamaba enterradores porque también hacían la fosa para sepultar el cadáver. Por la mañana se dedicaban a avisar a los familiares y por la tarde cavaban el hoyo. Los mozos o los vecinos avisaban además a los curas, cuyo número variaba según lo que deseara gastar la familia, aunque, con el paso del tiempo, la tendencia ha sido a igualar el número de sacerdotes para todos los funerales. Para desplazarse a comunicar los avisos se utilizaban caballerías o bicicletas.

En Ribera Alta (A) los jóvenes del pueblo se ponían a disposición de la familia del moribundo para ir a anunciar la noticia del fallecimiento y el día y hora del funeral, a todos aquellos familiares y amigos que viviesen en diferentes pueblos. Había veces en que los jóvenes se desplazaban a poblaciones muy alejadas y tenían que quedarse a pasar la noche en la casa del familiar o amigo del muerto.

En Mendiola (A) los mozos mayores avisaban a los curas de los pueblos limítrofes que podían llegar a ser doce.

Mujeres avisadoras

En la villa de Portugalete (B) existía la figura de la avisadora. Esta era la mujer encargada por la funeraria para dar noticia de los fallecimientos por las calles del pueblo. Iba tocando las aldabas de los portales y comunicaba el aviso en todos ellos leyendo el texto que llevaba escrito en un papel. Especificaba quién había muerto, cuándo se celebraría el entierro, la hora, etc., y para identificar correctamente al fallecido añadía información sobre la familia a la que pertenecía, dónde vivía o trabajaba y otros datos, dando paso así a una peculiar tertulia entre las vecinas y la avisadora. También solía entrar en alguna taberna a dar los avisos. Había en Portugalete dos funerarias, cada una de las cuales contaba con los servicios de una avisadora. La importancia de su trabajo era tal que parece que en algunos casos no se colocaban esquelas ya que dichas mujeres resultaban más eficaces. En la década de los sesenta o al menos en parte de ella este personaje aún recorrió las calles de la villa. Con el inicio de las actividades de las compañías aseguradoras pasó a sus manos esta labor. También en Trapagaran (B) se ha constatado la existencia de avisadoras[7].

En Sangüesa (N) era la mandarresa la que avisaba, casa por casa, a todas las personas incluidas en una lista que le proporcionaba la familia del difunto. En ella estaban comprendidos los parientes más cercanos pero también los llamados «de entierro», con los que no había mucho trato pero que en estas ocasiones eran invitados. Por supuesto que se participaba el suceso a los vecinos de toda la calle.

Desde que desapareció la última mandarresa, hacia 1965, la muerte de un vecino se anuncia a toda la ciudad, por deseo y pago de la familia, mediante bando público, a toque de corneta, por un alguacil municipal que recorre la localidad leyéndolo en alto. También se echa un bando semejante para anunciar la misa de aniversario o cabo de año. Respecto a este sistema de pregón público hay quien piensa que está anticuado y resulta pueblerino, otros opinan que es el mejor modo de que se entere todo el pueblo de la muerte de un vecino. Estos últimos son mayoría y por ello sigue vigente.

En Allo (N) se comunicaba la noticia a los familiares más próximos quienes pronto hacían correr la voz. También a una determinada señora, que desde ese instante comenzaba a disponer todo lo concerniente al funeral: avisaba al cura y al médico, si es que aún no lo sabían, al sacristán, al sepulturero y, de acuerdo con la familia, a aquellos parientes que debían llevar el féretro y a los que acompañarían con velas y hachas. A veces también se encargaba de amortajar el cadáver. Hacia los años veinte y treinta del presente siglo cobraba por su servicio cinco reales y un perolico de aceite. A los parientes de fuera del pueblo, como se verá más adelante, se les comunicaba el fallecimiento por medio de un propio.

En Aoiz (N) recuerdan los mayores que durante el primer tercio de este siglo los fallecimientos los anunciaba una mujer llamada la demandadera. Esta persona se encargaba de ir por las casas dando a conocer el fallecimiento del vecino. La fórmula era sencilla: desde la puerta principal de la casa gritaba el nombre de la dueña y después el del fallecido y la hora de los funerales. Posteriormente pasó a anunciarse desde el altar de la iglesia, costumbre que todavía es utilizada. Se da el nombre de la persona fallecida y la hora del funeral.

Los informantes de Lezaun (N) recuerdan que aunque hubiera familias que hacían los trámites ellas mismas, lo normal era solicitar los servicios de una mujer llamada «la de las velas». Esta persona se encargaba de anunciar el fallecimiento a los convidados. Compartía esta labor con otra mujer más joven que al fallecer le sucedía en el cargo.

En Murchante (N), cuando muere una persona, se recurre a una mujer que se encarga de los trámites legales así como de todo lo necesario para el funeral. Dicha labor está ligada hoy en día a una familia pero no siempre fue así: La actual encargada relevó en esta actividad a su madre pero esta última sustituyó a otra señora del pueblo.

Una vez avisada acudía a la casa del difunto y allí se le indicaba la hora a la que iba a tener lugar el entierro y el funeral; además recogía los datos necesarios para que el médico certificara la muerte y para realizar los trámites legales en el juzgado. Seguidamente anunciaba la muerte por todo el pueblo. Antiguamente la avisadora iba casa por casa, llamaba a cada una con un golpe fuerte y decía: «A tal hora el entierro». A menudo aprovechaba que hubiera un grupo de mujeres reunidas para informarles. En época posterior se suplió esta costumbre y fue reemplazada por la colocación de una serie de anuncios en lugares frecuentados además de en la casa del difunto. Más recientemente éstos han sido sustituidos por las esquelas, labor de la que se encarga la misma mujer. A cambio de estos servicios cobra una cierta cantidad de dinero.

En Laguardia (A) los vecinos del pueblo se enteraban a través de una mujer que iba de domicilio en domicilio anunciando el fallecimiento. Esta señora llamaba a las casas y les comunicaba a sus moradores el nombre del vecino muerto y la hora a la que tendría lugar el funeral.

En Ziburu (L) era el primer vecino el encargado de avisar a la gente con motivo de un deceso, pero en el barrio del informante había una mujer a quien se pagaba y cumplía con este deber. De hecho, cada barrio tenía una mujer que se ocupaba de anunciar la muerte por las casas; de alguna forma reemplazaba a los anuncios que se hacían en los periódicos.

En Beskoitze (L) la noticia de un fallecimiento era comunicada por andere serora.

Mensajeros y auroros

Recogemos en este apartado otros personajes que han tenido un papel relevante en la transmisión oral de este tipo de noticias.

En Allo y Obanos (N) a los parientes de fuera del pueblo se les comunicaba el fallecimiento y la hora del funeral por medio de un propio. Este era un enviado de la familia que, a lomos de una caballería, se acercaba hasta las residencias de los familiares. En Obanos esta costumbre perduró hasta la generalización del teléfono. Lo mismo ocurrió en Romanzado y Urraul Bajo (N). «Mandar un propio» era la expresión utilizada[8].

En el valle de Elorz (N) el fallecimiento de una persona se comunica a los parientes así como a los amigos de mayor trato por medio del teléfono. Y para que todos los demás queden enterados suelen publicarse esquelas en los periódicos de la provincia. En cambio, el aviso a los sacerdotes del cabildo para la celebración del funeral, corre a cargo del párroco. Este escribe una sencilla carta, indicándoles el día y la hora de las exequias. Entonces la familia pone a su disposición un propio, por lo regular un vecino voluntario, que lleva la misiva en propias manos a los curas invitados y trae la respuesta. Por si alguno no puede acudir, el párroco indica a algún otro como reserva, para esa contingencia[9]

En Obanos (N) otra forma de recordar a todos que había muerto alguien en el pueblo era mediante los auroros. Cuando a principios de siglo fallecía un vecino recorrían el pueblo cantando y rezando Padrenuestros acompañados de toques de campanilla. Se paraban unas veinte veces a rezar por el alma del difunto; esta costumbre dio lugar a la siguiente copla:

Redín con el tamborín,
Chistor con sus campanillas,
Víctor y el señor Joaquín,
andan de esquina en esquina
y no nos dejan dormir.

En Murchante (N) los auroros tenían entre otras funciones algunas vinculadas a la muerte como cantar por todo el pueblo una serie de canciones fúnebres antes del funeral. La principal era «El Todopoderoso»:

Poderoso Jesús Nazareno
de cielos y tierra Rey universal,
hay un alma que os tiene ofendido
a quien de sus culpas queréis perdonar.
Usad de piedad
pues quisisteis por ella en cuanto hombre
el ser maltratado y en cruz expirar

También rezaban el rosario, gritaban y tocaban unas campanillas con mango de madera. Los familiares del difunto les llevaban una o varias botellas de anís, una libra de chocolate y pan; cuantos más alimentos les regalaban más cantaban. Salían al amanecer y recorrían varias calles pero nunca pasaban por la casa del difunto. Finalmente se dirigían a la sacristía de la iglesia, donde desayunaban. Entre ellos cantaban estrofas humorísticas. Los auroros desaparecieron a finales de los años cincuenta.

En Lezaun (N) los auroros cantaban la aurora de los difuntos al amanecer -a veces durante dos días consecutivos, mientras permanecía el cadáver en la casa-. Si el cuerpo permanecía en un hospital no se entonaba la aurora. Aún hoy se hace así. La familia les ofrecía usual, aguardiente. A continuación se recoge la letra:

Soberano jesús Nazareno
de cielos y tierra Rey universal,
hay un cuerpo presente en el pueblo
y sus grandes culpas podéis perdonar.
Cristianos rogad
a Jesús y a su Madre bendita
la libre de penas y la lleve a gozar.

Si había que cantar la aurora un segundo día, se entonaba esta otra letra:

¡ Oh cuán frágil tenemos la vida
y cuán descuidados solemos estar!
A la hora que menos pensamos
la voz espantosa nos vendrá a llamar.
Mirad que es verdad.
Si María no es tu protectora
ten por muy seguro que te has de condenar.

En Viana (N) los auroros, que salían en las festividades más importantes del ano en cuanto amanecía para cantar la aurora alusiva al día por las calles de la localidad, tenían costumbre, acabado el canto y tras tocar la campanilla, de rezar un padrenuestro y una avemaría; si en el pueblo había algún difunto de cuerpo presente el director de la oración decía: «Un padrenuestro y una avemaría por el alma del difunto que está sin sepultar» y entonces rezaban todos.

En Moreda (A) existía una persona que se encargaba de tocar una campanilla en las festividades más importantes y sobre todo cuando moría algún vecino. Tras ocurrir el fallecimiento se le avisaba y al amanecer recorría las calles tocando dicha campanilla y gritando un padrenuestro y una avemaría. Invitaba además a que acudieran todos a la iglesia para rezar el rosario. Cuando se encargaba de anunciar una muerte iba solo; sin embargo, cuando cantaba y tocaba con dicha campanilla la aurora le acompañaban treinta hombres, mozos y casados, y a veces incluso la banda de música local. Durante el recorrido por las calles del pueblo realizaba varias paradas. De parada a parada tocaba la campanilla de vez en cuando y al llegar a la parada obligatoria daba dos o tres campanazos. Cada vez que se detenía vociferaba un padrenuestro por el alma del difunto y una avemaría por las ánimas del Purgatorio y a continuación seguía la ruta. Según los libros de cuentas de la localidad esta campanilla fue comprada en 1748.


 
  1. APD. Cuad. n.° 2, ficha 198/5.
  2. José de CRUCHAGA. «Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraul Bajo» in CEEN, II (1970) p. 216.
  3. Juan GARMENDIA LARRANAGA. «La vida en el medio rural: Urkizu (Tolosa-Gipuzkoa)» in AEF, XXXVIII (1992-1993) p. 165.
  4. José Miguel de BARANDIARAN. «De la población de Zugarramurdi y de sus tradiciones» in OO.CC. Tomo XXI. Bilbao, 1983, p. 330.
  5. Idem, «Bosquejo etnográfico de Sara (VI)» in AEF, XXIII (1969-1970) pp. 114 y 117.
  6. Según el testimonio de un informante, a los de su casa les tocó en cierta ocasión cumplir este cometido de hil mezukaria en las localidades de Ossés, Saint Martin d'Arberone, Saint Palais y Meharin, como puntos más alejados. Hacía falta dedicar a veces una jornada para ello. La fórmula de comunicación de la noticia que se empleaba era similar a ésta: faneta hil izan duzu. Enterramendia etzi duzu. Gomit zizte doludun» (Juanita ha muerto. El entierro tendrá lugar pasado mañana. Os aviso que formáis parte del duelo).
  7. Juan CORDON. «Etnografía de Trapagaran. Valle de Trápaga» in Contribución al Atlas etnográfico de Euskalerria. Investigaciones en Bizkaia y Gipuzkoa. San Sebastián, 1983, p. 534.
  8. CRUCHAGA, «Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraul Bajo», cit., p. 217.
  9. Javier LARRAYOZ. «Encuesta etnográfica del Valle de Elorz» in CEEN, VI (1974) p. 82.