Causas prodigiosas de la muerte

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Las encuestas llevadas a cabo en la primera mitad de este siglo registraron creencias populares que atribuían la muerte en ciertos casos a causas de índole diversa como las maldiciones o el mal de ojo. Por otra parte la muerte era concebida, al tenor de ciertas expresiones recogidas, como un genio causante de la pérdida de la vida. En el apartado que sigue transcribimos básicamente hechos y relatos registrados entonces. En las encuestas realizadas por nosotros este tema aparece muy raramente.

Maldiciones. Birao-maledizioneak

La maldición recibe en euskera las denominaciones de erregua (lit. «ruego») (Oiartzun-G, Alano-N, Biriatu-L), biraua (Kortezubi, Orozko-B, Ataun-G), maledizionea / madarizionea (Donoztiri-BN, Liginaga-Z), sakrea (Donoztiri, Iholdi-BN).

En Donoztiri (BN) era creencia que la maldición introducía en el cuerpo de quien la padecía unos espíritus maléficos llamados gaixtoak[1]. En Heleta (BN) no se descartaba la posibilidad de que la muerte pudiese ser producida, en ciertos casos, por los gaixtoak, movilizados por alguien mediante maldiciones[2].

Se conocen varios procedimientos para causar daño a otras personas de los cuales el más común es empleando una fórmula verbal.

Existe un momento indeterminado del día en queda maldición es efectiva por lo que el maldiciente debe repetir la fórmula a lo largo de la jornada para que así surta efecto.

En Donoztiri (BN), deseando un vecino vengar un robo con la perdición y muerte del ladrón, estuvo repitiendo constantemente en voz alta la fórmula: «Debruia sartuko al zako!» (¡Ojalá se le meta el diablo!), durante un día entero, porque existiendo, según se dice, en cada día una hora especial llamada oren gaixtoa (hora maldita) que nadie sabe señalar, pero que tiene la virtud de que las maldiciones que durante ella se echan, alcancen indefectiblemente su efecto, estaba él seguro de lograr su deseo pronunciando su fórmula en todas las horas. El informante asegura que, a consecuencia de aquella maldición, el ladrón se endiabló y se dio muerte a sí mismo arrojándose por una ventana[3].

En Oiartzun (G) creían algunos que durante las veinticuatro horas del día había un minuto en que la maldición tenía eficacia, y así se dio el caso de un hombre que con el objeto de perjudicar a otro, se pasó todo el día maldiciendo sin cesar[4].

En Biriatu (L), para que la maldición fuera efectiva, tenía que ser pronunciada en el momento en que sonaban las campanas del ángelus; también se creía que su efecto recaía en quien fuera el verdadero culpable[5].

En Bermeo (B) la maldición suele ser lanzada tras una fuerte discusión o como consecuencia de serias desavenencias. El maldiciente expresa de viva voz o entre dientes un mal a su oponente indicándole el daño con fórmulas tales como: «Au pasako jatzu!» (¡Te va a pasar esto!), o «Ezu gozako ori zeuk!» (¡Eso no lo vas a disfrutar tú!). Los informantes de esta localidad comentan que una vez lanzada la maldición puede recibirla cualquiera, bien el destinatario o bien alguien de los presentes, e incluso puede volver al que la ha proferido. Por ello, su simple formulación se considera peligrosa, lo cual se indica con frases como «Maldiziñue ezta oraziñue eguno be» (La maldición nunca es oración)[6].

En Oiartzun (G), donde para atraer la muerte sobre una persona, se creía igualmente que eran muy eficaces las maldiciones, erreguak, decían «Erregua ezta errezua» (La maldición no es rezo) o «Erregua ezta aimaia» (La maldición no es el avemaría), para expresar la virtud maléfica que tiene este acto[7].

En Meñaka (B) se tenía a la maldición por uno de los medios de que se valían algunas personas para acarrear la muerte a sus semejantes. Se decía que una vez lanzada andaba en el aire. Si alguien la había aplicado a una persona suponiendo que ésta era culpable, llegaba a alcanzarla donde quisiera que se hallase, si en efecto existía en ella la supuesta culpa[8].

En Zegama (G) decían que una maldición como ésta: «Lepoa ausiko al dek!» (¡Ojalá te rompas el pescuezo!), o anka bik (ambas piernas), solía atraer alguna enfermedad. Si se hacía en ciertas horas del día también la muerte[9].

En Orozko (B) se pensaba que había quienes morían a causa de alguna maldición, biraua, que les había hecho algún enemigo o persona que les quisiera mal. Para eso era preciso que la maldición acertase. Un ejemplo de biraua consistía en decir estas palabras: «Atzen onik ez al dau izango!» (¡Ojalá no tenga buen fin!)[10].

En Bedia (B) también se creía que maldiciones como «Ilgo al az» (¡Ojalá te mueras!) podían acarrear la muerte a una persona. Pero la maldición solamente recaía en aquéllos que habían hecho algún mal al maldiciente[11].

En Otazu (N) había casos en que la muerte de una persona se atribuía a causas preternaturales, particularmente a las maldiciones de ciertas mujeres de vida supuestamente sospechosa, por ejemplo gitanas, y a las comadrejas. Se comentaba que si alguno mataba uno de estos mustélidos, se vengaba luego enviándole la muerte u otra desgracia[12].

En Biriatu (L) se decía que a los gitanos siempre había que darles limosna porque de negarse alguien podían echarle una maldición que se cumplía. Se pensaba que eran las gitanas sobre todo quienes tenían mucho poder para la maldición. Por ello era mejor dejar de dar limosna a una monja que a una gitana, por las desgracias que luego pudiesen venir[13].

En Galarreta (A) solían afirmar que las maldiciones se pegaban. Las que echaban las pordioseras eran sobremanera temidas por las mujeres y niños pues decían que se cumplían infaliblemente[14].

En Garagarza-Arrasate (G) antaño la gente tuvo verdadero temor a la maldición que cualquiera de los gitanos que se refugiaban habitualmente en Koba-aundi pudiera proferir contra alguna persona a quien quisiese mal, pues era creencia generalizada que dicha maldición acarreaba la muerte o la desgracia sobre el afectado. En Mendiola (A) las maldiciones de mendigos y gitanos también causaban cierto temor en la población.

En Ataun (G) se oyó que una persona había permanecido largo tiempo en estado agónico porque alguien la había maldecido y «tenía dentro las maldiciones» o birauek. En tales casos, el remedio era que el maldiciente se presentase delante del enfermo y le otorgase su perdón, o que un sacerdote le leyese los exorcismos, Ebanjeliok ataa (Sacar los Evangelios)[15].

En Arano (N) se creía que la maldición, erregua, de un enemigo podía causar la muerte de una persona. Cuando se creía que uno se hallaba enfermo por esta causa, llamaban al cura para que le leyese los Evangelios, Ebanjelivak eman. Con esto suponían que la maldición no tendría más consecuencias[16].

En Kortezubi (B) se pensaba que ciertas enfermedades y muertes eran acarreadas por alguna maldición, biraue. Dos fórmulas conocidas en esta localidad eran: «Botiketan kastauko al deu!» (¡Ojalá lo gaste en medicinas!) y «Bijer goixeako ilgo al da!» ( ¡Ojalá muera antes de mañana por la mañana!). Se decía que los que enfermaban por alguna maldición solían estar en un estado agónico hasta que, presentándose el maldiciente, les otorgase su perdón. Después se curaban[17].

En Andoain (G) se recogió un relato acerca de una práctica conocida en la localidad como eskumikaziva (excomunión) y que ocasionaba la muerte de la persona contra la que se ejecutaba.

«Iñork zerbait ostutakoan edo, apaizangana joan ta apaizak ika itzegiten omen dio Jesukristori, ta ostu zuana bertan beztuta edo iartuta gelditzen ornen da.
Gure Eldoaingo lengusu bati jaitako txalekoa ostu omen zioten ta ua apaizangana joan, ta apaizak esan alako gauzik etzala egin bear. Beste bein gizon bat, teillatun, lanian ari zan tokin iartua gelditu omen zan Eldoainen. Noski bateonbatek eskumikaziua eginda».
«Cuando uno ha sido víctima de algún robo va donde el cura, y el cura habla de tú a Jesucristo y el que robó se queda al momento ennegrecido o seco.
A un pariente nuestro de Elduayen le robaron el chaleco de los días festivos, y él fue a casa del cura; y éste dijo que semejantes cosas no había que hacer. En otra ocasión en Elduayen un hombre quedó seco en el tejado donde trabajaba. Seguramente, por haberle hecho alguien la excomunión»[18].

En Urigoiti (Orozko-B) había una mujer bruja, atso sorgin bat. Un joven se hallaba enfermo y  nadie podía curarle. Entonces pensaron los suyos que la enfermedad sería resultado de las malas artes de la bruja. La amenazaron con diversos castigos si no le curaba y entonces sanó el joven, berak geisotu da berak osatu (ella lo enfermó y ella lo curó)[19].

Además de las maldiciones se han conocido otras prácticas de carácter mágico cuya finalidad era también la de causar la muerte o un daño físico importante.

En Ataun (G) se sabe de casos en que se quemó una vela con el fin de que, al mismo tiempo, muriese la persona a quien se deseaba este mal; o en que se torció una moneda y se echó en el cepo de las ánimas para conseguir que se encorvase el cuerpo de algún enemigo o malhechor[20].

Un informante de Kortezubi (B) oyó que algunos quemaban velas con el fin de causar la muerte a sus malhechores. Según él, la maldición surtía infaliblemente su efecto si se hacía en ciertos momentos del día: «Purgatorijoko arimek amenien dauzenien» (Cuando las almas del Purgatorio se hallan en el amén)[21].

En Oiartzun (G) se consideraba que la más terrible de las maldiciones consistía en poner una vela en la iglesia con el deseo de que aquél a quien se quisiese mal se fuese secando a medida que ésta se iba consumiendo. En Aduna (G) recordaban que torciendo una vela se causaba la muerte a la persona a la que se quería mal.

En Zegama[22] (G) se echaba una moneda torcida en una ermita, como en la del Cristo de Aizkorri, para que el enemigo quedase de aquella forma[23].

Mal de ojo. Begigaiztoa

El nombre más generalizado que en euskera recibe el mal de ojo es el de begizkoa; se conocen otras denominaciones de carácter local como begigaiztoa (Aezkoa-N, Donoztiri-BN, begizantarra o begizkunea (Bermeo-B), begigolpea (Sara-L), beginkaldi gaiztoa o begigoa (Iholdi-BN), bekaizkeria (Arrazola-B) y sogaixtua (Liginaga Z).

En el aojamiento el daño que una persona causa a otra es efectuado a través de la mirada. Si en el caso de la maldición, ésta siempre es realizada de forma consciente e intencionada por el maldiciente, en el del mal de ojo no siempre ocurre.así. Informantes de Bermeo (B) comentan que hay personas que, sin desearlo, pueden hacer daño a otras sólo con mirarlas. Barandiarán también recoge que algunos individuos poseen la capacidad de proyectar con su mirada una energía misteriosa, adurra, que puede perjudicar a personas, animales y cosas dentro de su campo de visión, y que ciertas personas tienen la virtud de fascinar aun sin intentarlo, lanzando con sus ojos el betadurra o fuerza mágica de los ojos[24]. El simple hecho de alabar las cualidades o virtudes de un niño o de un animal puede producirle también el aojamiento si no se toman las correspondientes medidas preventivas. Pero lo corriente es que este fenómeno tenga su origen en la envidia, el malquerer o el odio.

En Murelaga (B) se creía que los niños aún no bautizados eran especialmente susceptibles a los efectos del mal de ojo. Douglass recoge el siguiente relato al respecto: «Uno de los cuatro hijos de I. era al nacer guapo y grande como pocos. El médico estaba muy orgulloso y quería saber cuánto pesaba. La suegra de I. advirtió a ésta que no lo permitiese porque si alguien con poder de begizkua se enteraba de lo guapo que era el niño podía perjudicarle. I. no permitió que el médico pesase al niño». El perjuicio que un adulto podía causar a un niño era neutralizado mediante una abierta declaración de buenas intenciones. Por ello, cuando un niño era presentado por primera vez a un adulto se esperaba que este último dijese: «Dios bendiga a este niño y no permita que mis ojos le hagan daño»[25].

En Bermeo (B) se creía también que el simple acto de alabar las cualidades del niño sin añadir al final de cada lisonja la coletilla', jaungoikue berinkaturik (bendiciendo a Dios) podía aojarle. Cuando una persona alababa a un niño sin añadir dicha coletilla, inmediatamente aquélla se marchaba, la madre o quien cuidaba al niño escupía, devolviendo así el posible aojamiento a la que se alejaba.

En realidad, popularmente no se diferencia el aojo de la maldición, del malquerer o de la envidia; todos ellos son conceptos muy próximos que tienen un efecto similar en la persona a la que van dirigidos[26].

Genios de la muerte. Herioa, balbea

Barandiarán recogió la creencia de que en ocasiones intervenía en la muerte un personaje o genio que cortaba la vida terrenal del hombre. Su nombre era Erioa en la mayor parte de Vasconia, si bien en algunos lugares de Bizkaia se llamaba Balbea[27].

«En la apreciación común de los vascos actuales las causas que producen enfermedades son naturales. Pero existen todavía en algunos pueblos creencias residuales en otras causas como son birao (maldición), begizko (aojo) y adur (fuerza mágica) que movilizan a Erioa que da muerte a quien está herido por aquéllas»[28].

En Sara (L), cuando un perro daba largos aullidos se decía: «Erina urbil da» (Erío se halla cerca). Se creía que en esos momentos el perro veía el espíritu de la muerte. En esta misma localidad también era frecuente decir: «Erioa, animaen bilaria» (Erío, buscador de almas). Del anciano achacoso que mostraba deseos de salir de su casa y pasar días en otra, se decía que buscaba a Erio o que se hallaba en peligro de morir98. En Iholdi (BN) cuando un perro aullaba prolongadamente se consideraba también que 99 anunciaba la cercanía de Erio     .


En Zugarramurdi (N), cuando los perros aullaban tristemente se decía «Herioa ikusten du» (Ve la agonía) o al personaje que causa la muerte de las personas. Al oír a los perros aullar así, uno se descalzaba y colocaba en el suelo cruzados uno con otro ambos zapatos, alpargatas, sandalias o albarcas; así se lograba que los perros callasen. Se decía que no era Dios quien enviaba la muerte sino Helio, esto es el sujeto que venía a buscar a uno para llevarle de esta vida. Por esta razón resultaba corriente el dicho Helio bilaria da (Helio es el buscador). Se creía que era Helio quien hablaba por boca de aquellos enfermos que poco antes de morir pedían ropas para el viaje. Helio es también el nombre con el que se designa el estado en el que se halla el agonizante, perdidos los sentidos y en los últimos momentos de su vida; en tal caso se dice: «Henioan da» (Está en la agonía) l00

Caro Baroja, tras mencionar que la muerte se personifica en algunos pueblos de Bizkaia mediante el nombre de Balbea, dice que en la parte sur de Navarra y en zonas no vascoparlantes parece que también ha sido concebida la muerte

de modo particular, en figura de picaza negrísi-°1 ma o gallo desplumado'         

En Sara (L) se atribuían al aireko o aireko ciertas enfermedades que nadie conocía ni curaba. Así se decía de quien las padecía: «Airetikako zerbeit izain du» (Tendrá algo que proviene de aireko). Su remedio solía ser la bendición del cura

y si ésta no se le daba, el enfermo -persona o animal- moría irremisiblemente1°2.

Aidea, aidekoa, aidetikakoa, es el numen o fuer-


za sobrenatural que ayuda o entorpece, según los casos, las acciones humanas. El mundo y el hombre presentan dos aspectos: uno es berezkoa, «lo que es de por sí», «natural»; el otro, aidekoa, «del aire», «sobrenatural», «místico». Para actuar en • el primero hay que emplear fuerzas y medios naturales; en el segundo, sólo valen la oración y la magia. Aide es responsable de todas las enfermedades cuyas causas naturales no se conocen. El cólera que se manifestó a mediados del siglo pasado fue traído por Aidea, que apareció en forma de una nubecilla baja según cuentan en Zerain y Zegama (G) I03.

En Meñaka se creía que cuando una persona estaba agonizando solía hallarse en un rincón próximo a su cama un ser misterioso en forma de bulto negro como queriendo tragar el alma del moribundo, y que el cura que solía asistir en aquel trance luchaba contra él por medio de 104 oraciones y jaculatorias    


 
  1. BARANDIARAN, «Rasgos de la vida popular de Dohozti», op. cit., p. 65.
  2. Idem, «Notas sueltas para un estudio de la vida popular en Heleta» in AEF, XXXIV (1987) p. 70.
  3. Idem, «Rasgos de la vida popular de Dohozti», op. cit., p. 65.
  4. AEF, III (1923) p. 77.
  5. Luis Pedro PEÑA SANTIAGO. «Notas etnográficas de Biriatou (Laburdi). Costumbres religiosas» in Munibe, XXIII (1971) p. 594.
  6. Anton ERKOREKA. «Etnografía de Bermeo. Leyendas, cuentos y supersticiones» in Contribución al Atlas Etnográfico de Euskalerria. Investigaciones en Bizkaia y Gipuzkoa. San Sebastián, [1988], p. 243.
  7. AEF, III (1923) p. 77.
  8. AEF, III (1923) p. 31.
  9. AEF, III (1923) p. 107.
  10. AEF, III (1923) p. 5.
  11. AEF, III (1923) pp. 13-14.
  12. AEF, III (1923) p. 62.
  13. PEÑA SANTIAGO, «Notas etnográficas de Biriatou (Laburdi) », cit., p. 594.
  14. AEF, III (1923) p. 54.
  15. AEF, III (1923) p. 114.
  16. AEF, III (1923) p. 126.
  17. AEF, III (1923) p. 37.
  18. AEF, III (1923) p. 98.
  19. AEF, III (1923) p. 6.
  20. AEF, III (1923) p. 114.
  21. AEF, III (1923) p. 37.
  22. AEF, III (1923) pp. 77, 73, 107.
  23. Otros procedimientos maléficos con efecto de muerte han sido recientemente recogidos en Bermeo (B). Vide ERKOREKA, «Etnografía de Bermeo. Leyendas, cuentos y supersticiones», op., cit., pp. 243-244.
  24. José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario ilustrado de mitología OO.CC. Tomo I. Bilbao, 1972, p. 59.
  25. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, p. 36.
  26. En un próximo tomo de este Atlas Etnográfico de Vasconia dedicado a la Medicina Popular se tratará ampliamente el mal de ojo.
  27. AZKUE, Voz: Balbe in Diccionario Vasco-Español-Francés, op. cit.
  28. BARANDIARAN, Diccionario ilustrado de mitología vasca, op. cit., p. 80.