El ataud. Hilkutxa

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Ya en las primeras décadas del siglo estaba arraigada la costumbre de enterrar en ataúdes de madera. Inicialmente eran de fabricación doméstica aunque preferentemente ha sido obra de los carpinteros locales. Más tarde se recurrió a comprarlos a agencias funerarias que ofrecen una amplia gama de tipos, calidades y acabados.

En Otazu (A); Bedia, Berriz, Orozko, Ziortza (B); Andoain, Ataun, Bidania, Oiartzun, Zegama (G); Arano, Otxagabia y Ziga (N) estaba extendido el uso del féretro en los años veinte.

La parroquia de Murchante (N) solía tener en reserva «el ataúd de la Virgen». Quien quisiera podía disponer de él para reponerlo posteriormente. En algunas localidades la cofradía se encargaba de tener siempre uno para cuando se produjera la muerte de un cofrade (Ribera Alta-A)[1].

El ataúd ha servido y sirve aún hoy para señalar la categoría social del difunto y de su familia, así como el estado civil del muerto. En Orozko (B) dicen que siempre había diferencias en los ataúdes. Además de la calidad más o menos noble de la madera, los de los ricos se adornaban con cintas de pasamanería y flecos.

Estuvo generalizada la costumbre de forrar de blanco los ataúdes de los niños o que el propio féretro fuera blanco. A veces el color de la tela indicaba el estado civil del fallecido.

En Otazu (A) era colocado en una caja de madera forrada de tela, negra o blanca, según que el difunto fuera casado o soltero respectivamente. En la cabecera llevaba la caja las iniciales de los nombres y apellidos del fallecido y sobre la tapa una cinta en forma de cruz.

En Kortezubi (B) la caja se forraba por fuera con tela negra, si el difunto era casado y blanca si era soltero.

En Orozko (B) se empleaba una madera sencilla forrada de tela negra por su parte exterior, presentando al interior la madera vista. Los solteros de cualquier edad antiguamente llevaban ataúd blanco.

Antiguos adornos de los ataúdes. Artajona (N). Fuente: Miguel Bañales, Grupos Etniker Euskalerria.


 
  1. En algunas localidades existieron desde antiguo cofradías o asociaciones que mediante las aportaciones de las casas del vecindario creaban un fondo para subvenir los gastos que ocasionaba la compra del ataúd u otros derivados del entierro (Zerain-G). Posteriormente las mutuas y las compañías de seguros cumplen idéntica función mediante el pago de una cuota.