Fallecimiento y el acto de cerrar los ojos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Una vez constatada la muerte de un familiar por los procedimientos habituales que eran pasar una vela ante los ojos, pasar por los orificios nasales una cerilla encendida, ver si alentaba poniéndole un espejo ante la boca o tocarle los pies, entran en acción una serie de resortes que habitualmente están ocultos y que se muestran eficaces en momentos tan críticos como éste. En la sociedad tradicional vasca, tras el óbito, las actuaciones se suceden casi mecánicamente. Se comprueba que efectivamente el enfermo es ya cadáver y uno de los presentes, normalmente una mujer, cierra los ojos del difunto «para evitar que llame a otro»[1].

En las poblaciones alavesas de Amézaga de Zuya, Apodaca, Berganzo, Laguardia, Llodio, Mendiola, Moreda, Ribera Alta, Salcedo, Salvatierra, San Román de San Millán y Valdegovía lo común ha sido que cierre los ojos al cadáver un familiar o persona allegada que se encuentre en la casa en el momento del óbito. Lo mismo ocurre en Abadiano, Durango, Plentzia, Portugalete, Zeanuri (B); Beasain, Berastegi (G); Artajona, Eugi, Izal, Izurdiaga, Lekunberri, Mélida, Murchante, Sangüesa y Viana (N).

En Amorebieta-Etxano y Muskiz (B) resaltan que eran las personas que se encontraran con más ánimo quienes le cerraban los ojos, casi siempre algún vecino. En Lezaun (N) lo hacían quienes estuvieran presentes, especialmente mujeres.

En Carranza (B) en unos casos ha sido la esposa del fallecido quien cerraba los ojos al difunto, en otros un familiar o vecino. En ocasiones más recientes ha sido el encargado de la funeraria quien realizaba este acto. Se cerraban los ojos con toda diligencia para evitar que enseguida muriese otro de la familia.

En Aoiz (N) los ojos los cierra por lo general el familiar más cercano al difunto, casi siempre una mujer. A veces también depende del grado de parentesco, de tal modo que si es el esposo el que fallece, su propia mujer es quien lo hace.

El médico o el cura asimismo se encargaban de hacerlo si en ese momento se encontraban en la casa (Artziniega-A, Getaria-G, Muskiz, Portugalete-B, Mélida y Obanos-N).

En San Martín de Unx (N) lo hacía el sacerdote. En otros casos, los menos, y por este orden: las monjas del pueblo (Hermanas de San Vicente de Paúl), la familia o los vecinos. El que lo hagan las monjas es debido a que ellas se ocupan de amortajar el cadáver. En el caso del sacerdote porque es él quien asiste al moribundo en sus últimos momentos.

No obstante hay poblaciones donde lo hacían las personas encargadas del amortajamiento tales como Bernedo, Gamboa, Pipaón (A) y Bidegoian (G). En Salinas de Léniz[2] (G), era la hospitalera quien, poniendo especial cuidado, se encargaba de cerrar los ojos al difunto. En Monreal (N) la amortajadora sustituía a veces a la familia.

En el País Vasco continental en principio es una mujer la que cierra los ojos del muerto; la primera vecina en muchos casos. Así se ha constatado en Arberatze-Zilhekoa, Baigorri (BN), Sara (L) y Ezpeize-Undüreiñe (Z). En Oragarre (BN) el que esté más próximo o el primer vecino, aizue. En Azkaine (L) lo hace un miembro próximo de la familia o una vecina piadosa. En Urdiñarbe (Z) lo hacen los vecinos. En Beskoitze (L) una mujer de la familia. En Hazparne (L) alguien de la familia, hombre o mujer. En Gamarte (BN) lo hace una persona cercana, a veces incluso un hombre. En Lekunberri (BN) le cierra los ojos el hijo mayor y si se trata de un niño su madre.

Existen unas formas peculiares de cerrar los ojos al difunto. En Narvaja (A) el cónyuge o algún hijo lo hacía colocándole una moneda de 10 cts. sobre cada párpado. En Eugi (N) se ayudaban también de una moneda (de 50 ptas.). En Aria (N) se le ponían encima de los ojos unas monedas de cobre para que permanecieran cerrados. En Moreda (A) el familiar o allegado encargado lo hace pasándole la mano por la cara de arriba abajo. En Murelaga[3] (B) empleaban gotas de cera de vela para tapárselos.


 
  1. Vide en el capítulo Presagios de muerte el apartado “Presagios derivados del acto de morir”.
  2. Pedro Mª ARANEGUI. Gatzaga: una aproximación a la vida de Salinas de Léniz a comienzos del siglo XX. San Sebastián, 1986, p. 410.
  3. William A. DOUGLASS. Muerte en Murélaga. Barcelona, 1973, p. 40.