La casa y el fuego del hogar

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Se acepta comúnmente que el alma de un fallecido se manifieste en su antigua casa. El testigo asiste a este hecho en cualquier recinto de ella (la cocina, una habitación o sala, frecuentemente las escaleras interiores), incluso en la cabecera de la cama de los familiares (Carranza-B)[1].

Algunos encuestados (Pipaón-A) declaran que para que un alma encuentre agradable la casa donde moraba, debe mantenerse ésta tal y como a él le gustaba.

En algún caso excepcional (Jatsu-BN), el arima erratia se manifestaba en la casas donde habían dejado deudas en vida, zorrak. Los fenómenos extraños cesaban una vez repuesta la cantidad debida.

Llaman más la atención, en cambio, los relatos en que toma un papel fundamental el fuego del hogar. Algunos testimonios explican que el ánima de un pariente muerto podía llegar del monte, y pasar al interior de la casa a través de la chimenea, tal y como ocurre en el caso de otros seres mitológicos (las laminak, por ejemplo). De ahí que se observe la costumbre de tapar por la noche la lumbre con ceniza[2]. Este cubrimiento puede ser diario o limitarse únicamente a celebraciones muy concretas, como la de Nochebuena.

Esta característica de la vuelta al fuego del hogar parece relacionada de alguna manera con el hecho de que algunas ánimas penitentes se refugien de noche en las llamas del fuego, de forma parecida a la que estarían en el Purgatorio.

En Apodaca (A), al parecer, las ánimas de los antepasados venían a su antiguo hogar a través de la chimenea. Por ello existía la costumbre de dejar la lumbre tapada con ceniza.

En Bernedo (A), se mantiene el antiguo uso de hacer una cruz sobre las cenizas del fogón cuando se tapa con ellas el fuego al final del día. No se ha conservado referencia alguna a la visita de difuntos. Sin embargo, mientras marcan la señal de la cruz suelen recitar esta fórmula:

Si viene Dios
encuentre luz,
si viene el diablo
encuentre cruz.

En Bermeo (B) indican que las ánimas pueden introducirse en los hogares incluso sin pasar a través de la chimenea.

En Larrabetzu (B), Barandiarán recogió que las ánimas de los antepasados, al regresar a su antigua casa el día de Nochebuena, dejaban las huellas de las plantas de sus pies en la ceniza del hogar. Por ello esa noche, antes de ir a dormir, se debe apilar la ceniza del fuego bajo y a la mañana siguiente hay que inspeccionarla para comprobar cómo han vuelto a visitar la casa los antepasados[3].

Etxeko sua. Fuente: AA. VV. Euskaldunak. Tomos III y IV. San Sebastián, Etor, [1988]. Foto X. Otero.

En Zeberio (B) se recopila un relato humorístico en que la dueña de la casa es llamada por un difunto a través de la chimenea. Un día le pregunta dónde está, y el ánima le contesta que en el interior de la chimenea, que mire por encima del llar. La mujer se asoma y ve por el agujero la «luna llena», y se lamenta de que antes el difunto tenía dos vivos ojos y ahora sólo uno y oscuro: «gizontxua, leen begi zoli eta eder bi zeunkazan baia orain bat eta bera iluna baiño ez deutsut ikusten!».

En Elosua (G) narran el caso de una madre que observa desde el exterior de la casa a través de la ventana a su hijo aparecido, que está en el interior, «ildako semia bentanan barrutik azaldu jakon».

En esta localidad también se obligaba a los niños a dejar limpia la cocina doméstica diciéndoles que, de no hacerlo apropiadamente, se aparecerían las ánimas del Purgatorio. Aquí, al igual que en otros lugares, se recogían los restos de la ceniza del hogar y se tapaba con la pala de cocer tortas de maíz con esta fórmula:

«Sua biltzeko, etxe onetan aingeruak sartzeko,
etxe onek lau kantoe ta lau aingeru,
etxe hau San Migel aingeruak zaittu bear diga».

(Para recoger el fuego, para que en esta casa entren los ángeles, / en esta casa hay cuatro esquinas y cuatro ángeles, / esta casa nos la tiene que guardar San Miguel).


 
  1. Stith THOMPSON. Motif-Index of Folk­Literature. Bloomington & London, 1966, 2ª ed. E281 y ss. (especialmente E281.3).
  2. Stith THOMPSON. Motif-Index of Folk­Literature. Bloomington & London, 1966, 2ª ed. E436.1.
  3. AEF, III (1923) pp. 42-43.