Los responsos del día del entierro
Las entregas de donativos para el rezo de responsos se hacían antaño en determinados momentos del entierro y con un ceremonial establecido.
En Ataun (G), en la década de los años veinte, todos los que acudían a la casa mortuoria para tomar parte en el acompañamiento fúnebre entregaban estipendios para responsos. Los primeros que lo hacían eran los cuatro mozos que portaban el cadáver, illoizaleek, depositando cada uno una moneda de cinco céntimos en el bonete del sacerdote. Había quienes salían al encuentro del cortejo fúnebre y entregaban en el camino al sacerdote estipendios para rezar responsos. Durante las honras fúnebres las personas del duelo, seizio, entregaban estipendios a la portadora de la cestilla, zesterazalea, la cual, después de la función, iba depositándolos en el bonete del sacerdote; uno por cada responso que éste rezara en la sepultura del finado[1].
En Orozko (B), en la década de los veinte, en todas las encrucijadas de los caminos se detenía la comitiva fúnebre y se rezaba un responso. También en Forua y en otros pueblos comarcanos a Gernika (B) la gente que llegaba a la conducción se adelantaba al clero, entregaba monedas y todos se paraban a rezar responsos. Señala Barandiarán que como los cruces de caminos eran puntos donde ordinariamente llegaba o esperaba la gente para sumarse a la conducción, esta antigua tradición derivaba probablemente de que en dichos lugares entregaban monedas por el difunto y por ese motivo el clero rezaba responsos[2].
En Zerain (G), hasta los años cuarenta, las ofrendas de dinero se hacían en el pórtico delante del cuerpo que allí quedaba depositado mientras en la iglesia se celebraban las exequias. El sacerdote colocado junto a la puerta recibía estos «responsos» primeramente de los que componían el duelo de hombres que, uno por uno, le besaban la mano, depositaban la limosna en el bonete y pasaban al otro lado del pórtico. En cabeza de este grupo iba el alcalde que presidía el duelo en todos los entierros. Después hacía lo propio el duelo femenino. Tras finalizar este rito el cura ofrecía agua bendita para santiguarse antes de entrar en la iglesia al primer hombre del duelo; éste introducía sus dedos en el acetre y se la ofrecía al siguiente y así uno tras otro hasta el último. A continuación tocaba el turno a las mujeres que repetían el mismo rito.
En los años sesenta, cuando ya el féretro se introducía en el interior del templo, estos ofrecimientos de dinero para el rezo de responsos no eran individuales. Durante el ofertorio de la misa se pasaba la bandeja entre los hombres para que echaran en ella la limosna. Las mujeres depositaban el dinero en la sepultura y aquí mismo dejaba el monaguillo el dinero recogido entre los hombres.
En Gatzaga (G), tras el funeral, el sacerdote con el hisopo en la mano y teniendo al monaguillo con la bandeja junto a sí, rezaba ante la sepultura tantos paternoster, con su correspondiente aspersión, cuantas monedas iba depositando la hospitalera (serora) en la bandeja. El rezo de estos reponsos se repetía durante el novenario[3].
En Aramaio (A), finalizada la misa de funeral, uno de los sacerdotes bajaba a la sepultura familiar y rezaba los reponsos mientras la serora o, en su ausencia una vecina, arrodillada en un reclinatorio, iba depositando uno por uno los estipendios en el bonete. Para avisar que el rezo del responso había terminado, el sacerdote daba un golpe con el hisopo sobre el bonete. Este mismo ritual se repetía durante el novenario, domingos y festivos en los que era la señora de la casa, etxekoandrea, la que entregaba los estipendios.
En Allo (N), concluida la misa de funeral (así como la de cabo de año o cualquiera otra encargada por el alma de un difunto), bajaba el sacerdote hasta la primera grada del presbiterio, donde procedía a rezar responsos de cara al altar. A su lado se colocaba un monaguillo con un canastillo en la mano; las mujeres se levantaban de sus asientos y se dirigían hasta el canastillo donde depositaban el dinero para que el sacerdote rezara responsos. Las familias ofrecían estas limosnas en consonancia con sus posibilidades económicas.
En Goizueta (N), el día del funeral el sacerdote, con el hisopo en la mano derecha y el bonete en la izquierda, se acercaba primeramente a la sepultura del último fallecido y rezaba los responsos que correspondían a la cantidad de dinero que le entregaba la señora de la casa. Finalizados los responsos de esta sepultura pasaba a otra donde hacía lo mismo.
En la iglesia de San Antón de Bilbao (B), hasta la guerra (1936), se colocaba durante las exequias al pie del altar un paño negro ornamentado con una cruz dorada, flanqueada por dos candelabros. Los asistentes al entierro echaban sobre este paño monedas, al tiempo que hacían una inclinación de cabeza a los familiares que estaban situados en el primer banco. El sacerdote acudía allí a rezar por el alma del difunto. Una mujer de la familia recogía las monedas y las depositaba por montoncitos en el bonete del sacerdote que trazaba con la mano el signo de la cruz sobre el paño al finalizar cada rezo. Rezaba los responsos que correspondían al dinero recogido sobre esta sepultura simbólica.
En Durango (B), hasta los años sesenta, durante el ofertorio de la misa de funeral, las mujeres se acercaban a la sepultura simbólica colectiva denominada manta y depositaban allí una limosna para responsos. Terminada la misa, uno de los sacerdotes se acercaba a esta sepultura colectiva e iba rezando oraciones conforme a la cantidad de dinero que se había recogido. La familia del difunto ofrecía para estos responsos una cantidad mayor a lo aportado por el resto de mujeres.
En Zeanuri (B), todas las mujeres que en representación de su propia familia asistían a la misa de entierro echaban unas monedas sobre la sepultura de la casa a la que pertenecía el fallecido. Durante la misa uno o varios sacerdotes acudían a esta sepultura revestidos de roquete y estola negra. Allí iban rezando los responsos a medida que la serora, de rodillas sobre el suelo, recogía las monedas de la sepultura y por cantidades contadas las entregaba al sacerdote. Estos rezos continuaban durante las misas de honra que se celebraban seguidamente.
El rezo de responsos durante la misa de funeral se practicaba también en Amézaga de Zuya, Llodio (A), Amezketa (G) Busturia, Bedia, Bermeo y Plentzia (B). En esta última localidad era una mujer de la familia del difunto la que recogía el dinero y lo colocaba en montoncitos sobre el hachero de la sepultura. Cuando no daba tiempo a rezar todos los responsos correspondientes al dinero recogido, se rezaban después de la misa (Busturia-B).
En Muskiz (B), el dinero que las mujeres depositaban en la sepultura lo recogía la señora que había portado el cestillo de la ofrenda en el cortejo; lo contaba y lo dejaba en la sacristía envuelto en un pañuelo blanco. Los sacerdotes rezaban los responsos equivalentes a la cantidad de dinero entregada.
En Bermeo (B), si el entierro tenía lugar en domingo, como ese día no se oficiaba misa de funeral, el dinero depositado por las mujeres sobre la sepultura se guardaba para la misa que tenía lugar el sábado siguiente. Este día estaba dedicado al rezo de responsos por los difuntos.
En Hondarribia (G), en el momento del ofertorio de la misa de funeral, mujeres y hombres se acercaban al pie del presbiterio y, tras besar el manípulo del sacerdote, depositaban algún dinero en la bandeja que sostenía el acólito o el sacristán.
En Berganzo (A), al finalizar el funeral, se colocaba un monaguillo con una bandeja al lado del féretro. Allí se depositaban las limosnas para responsos. En esta localidad al igual que en Ribera Alta (A) al terminar la misa de entierro se rezaban tres responsos.
En Garde (N), terminada la misa de funeral, el sacerdote pasaba «a responsear». Se depositaba el dinero en un canastillo.