XIX. REGRESO A LA CASA MORTUORIA Y AGAPES FUNERARIOS

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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El regreso del cortejo fúnebre o, cuando menos, del duelo familiar a la casa mortuoria en otros tiempos formaba parte del conjunto de los ritos funerarios.

Las encuestas llevadas a cabo por Barandiarán y sus colaboradores en el primer cuarto de este siglo sobre «Creencias y ritos funerarios» reflejan una sociedad donde la casa y su grupo doméstico tenían un importante protagonismo en los ritos funerarios y, de hecho, éstos tenían su inicio y su conclusión en la casa mortuoria. Esta práctica era observable en todos los territorios de Vasconia.

Así sucedía por los años veinte en Galarreta (A) donde después de dar tierra al cadáver en el cementerio «vuelven a la iglesia y rezan responsos en la sepultura de la casa del difunto. Después va el cura, acompañado del sacristán (que lleva la cruz) y de las personas que forman el cortejo fúnebre, a la casa mortuoria, a rezar también en ella un responso; inmediatamente vuelve el sacerdote a la iglesia. Los familiares del finado invitan a comer, si el entierro es por la mañana, o a merendar, si por la tarde, a todos los parientes, a los forasteros y a uno o dos de cada casa del pueblo»[1].

En Ziga (Baztan-N), según la misma encuesta (1923), los parientes, barrides y gentes que habían llegado de lejos, volvían a la casa del difunto guardando orden riguroso de parentesco. A todos se les ofrecía una comida[2].

En Beasain (G), hasta la década de los años treinta, el cortejo regresaba a la casa del fallecido formando una fila, precedida del cabeza de familia que iba vestido con capa y sombrero de copa. A uno de los informantes de esta localidad le tocó presidir a los 10 años el cortejo en el funeral de su padre, por ser el mayor de los varones que quedaban en la casa. Recordaba que su madre estuvo recogiéndole el bajo de la capa para que no la arrastrara y rellenando el sombrero para que no se le calara demasiado. Este cortejo lo componían los miembros de la casa, etxekoak, y los familiares que habían llegado de otros pueblos para quienes se preparaba un banquete en la propia casa.

En Zeanuri (B), los más ancianos recuerdan que hasta hace setenta años los que habían compuesto el duelo familiar en el entierro retornaban de la iglesia a la casa mortuoria formando dos grupos: los hombres vestidos de capa y sombrero y las mujeres tocadas de velos negros. En el camino de regreso, llegados a un punto, los hombres se quitaban las pesadas capas sobre todo en la época de verano. Todos ellos tomaban parte luego en la comida de entierro que tenía lugar en la casa.

Duelo femenino. Sara (L). Fuente. Veyrin, Philippe. Pays Basques de France et d’Espagne. Paris-Grenoble, 1951.

En un trabajo publicado en los años veinte[3] se señalaba que en Zuberoa después de la inhumación todos los invitados iban a la casa mortuoria donde se les ofrecía una colación. Antiguamente ésta se componía únicamente de pan y queso con vino de la casa; pero ya en la década de los años veinte se celebraba una comida. A la finalización el chantre o el sacristán recitaba cierto número de plegarias por el difunto y «por todas las almas que habían salido de la casa», con lo que se daba por concluida la ceremonia.

El regreso del cortejo a la casa mortuoria vigente hasta hace tres o cuatro décadas ofrecía en el conjunto de Euskal Herria diversas modalidades. En líneas generales se podría decir que en las localidades donde el poblamiento es concentrado y las casas forman un núcleo próximo a la iglesia -tal es el caso de Alava y de la Navarra Media- todos los participantes en los actos fúnebres, presididos por la cruz parroquial y acompañados por el sacerdote, regresaban a la casa de donde había partido el cortejo fúnebre y ante su puerta hacían una oración con la que se daba fin a las exequias[4].

La familia del difunto ofrecía a estos asistentes a la puerta de la casa un ágape de pan y vino, que en Alava recibe el nombre de la caridad. Luego en el interior de la casa los parientes del difunto celebraban la comida de entierro.

En las regiones de poblamiento disperso -País Vasco continental, Gipuzkoa, la Montaña Navarra y Bizkaia- eran los familiares que componían el duelo quienes regresaban, formando un cortejo, a la casa mortuoria donde tenía lugar el banquete preparado para la ocasión. Los demás asistentes al entierro recibían después del funeral un refrigerio en el pórtico o en los aledaños de la iglesia.

La conclusión de las exequias conllevaba generalmente refecciones y ágapes que más adelante describiremos. Interesa destacar desde ahora que es precisamente en estos ágapes donde se manifiesta con mayor claridad que los asistentes al entierro y funeral componían dos grupos diferenciados: el grupo de honra, compuesto por aquéllos que acuden a las exequias por obligaciones derivadas de los vínculos de consanguinidad y el grupo de caridad, integrado por los que participan por solidaridad cristiana[5]. Para uno y otro grupo había ágapes distintos.

En ambos casos estas refecciones se desarrollaban con un ceremonial acomodado a las prescripciones de un ritual, lo cual ha llevado a algunos autores a considerarlos como banquetes o ágapes fúnebres de remoto origen[6].

Pierre Lafitte describía en esta forma los ritos del ágape funerario que, a la muerte de su abuelo, presenció en la localidad suletina de Ithorrotze en el año 1911.

«Orhoit naiz ene aitatxi Ithorrotzen hil zenean, 'Serorateia' deitzen ginuen etxearen bisian-bis bide-kurutze bat baita, han gure auzo batek, gorputza elizarat orduko, lasto-azau bat erre zuela. Galdatu nion gero auzoari zertako egin zuen su hori eta ihardetsi zautan: 'Suak bide hatza edekitzen dik, eta hire goxaitaren arima herra baledi, elikek gibelerateko bidearen atzamaiteko perilik'.
Bainan gogoan dut oraino okasione hortan berean hauteman nuen bertze ohidura bat. Ehortzetan gertatu jende guziak gomit ziren bazkariterat. Familiakoek elgartartean jan ginuen gaineko sala batean. Gaineratikoak 'borda' erraiten ginion ezkaratzean. Bazkal ondoan abisatu gintuzten beherean othoitzak hastera zoatzila eta jauts ginten nor gure basoarekin: basoan behar zen utzi ditaretara bat amo. Hamar urte nituen eta frango artegatua nintzen.
Gu bordan sartzean bazkaltiar guziak xutitu ziren, bakotxa bere basoa eskuan, eta zerbitzariek mahainetarik kendu zituzten dafailak. Xantrea, Victor Coustau Erretoraenekoa buruhastu zen, eta denek hustu zuten basoko arnoa mahain gainerat ixuriz, nik ere bertzek bezala. Orduan guziek eskuineko eskuerhi puntak bustitu zituzten arpo hortan ur benedikatua izan balitz bezala, eta zeinatu ziren.
Nik hain bitxi kausitu nuen jestu hori, nun irria eskapatu baitzitzaitan. Osabari gaitzitu zitzaion ene irri zozoa eta zarta bat eman zautan, harenganik ukan dudan bakarra, 1911-ko martxoaren 27-an.
Geroztik galdatu izan diot Victor Coustau zenari, zertako zen arno-ixurtze hori, eta ez diot bertze argitasunik jalgi ahal izan hau baizik: 'Gure zaharrek hala egiten ziteian'. Niri ez dautet burutik atherako latin paganoek 'libatio' deitzen zuten ohidura gelditu zitzaikula Ithorrotzen eta Olhaibin, bainan poxi bat girixtinotua, kurutzearen seinalearekin nahastekatua tenaz geroz»[7].
(Recuerdo que cuando murió mi abuelo en Ithorrotze había un cruce de caminos frente a una casa que llamábamos Serorateia; allí un vecino nuestro quemó un montón de paja a la hora de conducir el cadáver a la iglesia. Más tarde pregunté al vecino para qué había hecho ese fuego y me contestó: «El fuego borra el rastro del camino, y si el alma de tu padrino anduviera errante de seguro que no encontraría el camino de vuelta».
Pero todavía guardo memoria de otra costumbre que conocí en esa misma ocasión. Todos los asistentes al entierro fueron invitados al banquete. Los familiares comimos juntos en una sala de la parte de arriba de la casa. Los demás comieron en la pieza de la casa que llamábamos borda. Después de la comida nos avisaron que abajo iban a iniciarse los rezos y bajamos cada uno con nuestro vaso: en cada vaso debíamos dejar el equivalente a un dedal de vino. Yo tenía diez años y estaba muy inquieto.
Al entrar nosotros en la borda, se pusieron en pie todos los comensales, cada uno con su vaso en la mano y las sirvientas retiraron los manteles de la mesa. El chantre Victor Coustau de la casa Erretoraenea se descubrió la cabeza y todos vaciaron el vino derramándolo sobre la mesa; yo también hice lo mismo que los demás. Después mojaron las yemas de los dedos de la mano derecha en ese vino como si se tratara de agua bendita y se santiguaron.
Me pareció tan raro ese gesto que se me escapó la risa. A mi tío no le cayó bien aquella risa mía inoportuna y me dió un sopapo, el único que recibí de él. Era el 27 de Marzo de 1911.
Más tarde llegué a preguntar al difunto Victor Coustau el porqué de aquel derrame del vino y no conseguí de él otra explicación que ésta: «Nuestros ancianos así lo hacían». Nadie podrá quitarme de la cabeza que aquella costumbre pagana que los romanos llamaban libatio ha continuado en Ithorrotze y Olhaibi, si bien un poco cristianizada ya que se le añadió el signo de la cruz).
* * *
 

A lo largo del presente siglo, y sobre todo en su segunda mitad, se han operado sucesivas modificaciones en el modo de realizar el conjunto de los actos que componían las exequias como se ha consignado en los capítulos anteriores. Una de estas alteraciones ha sido precisamente la anulación del regreso del cortejo fúnebre a la casa de donde partió.

En la mayoría de las localidades se constata que actualmente el cortejo fúnebre se disuelve en el mismo cementerio, una vez inhumado el cadáver. En otros casos, sobre todo en las villas y ciudades, los asistentes al funeral se dispersan tras dar el pésame a la familia en el atrio de la iglesia inmediatamente después de finalizar el funeral. Al acto de la inhumación en el cementerio asiste un grupo reducido de parientes y amigos.

Nuestras encuestas han rescatado algunas tradiciones que permanecen en la mente y en el recuerdo de quienes las practicaron en otros tiempos. Pero a la vez constatan que aquel retorno formal del cortejo a la casa mortuoria ha dejado de practicarse y que los refrigerios y ágapes funerarios o bien se han suprimido o, en todo caso, se han convertido en un simple gesto obsequioso.

Tras el entierro. Orexa, 1977. Fuente: Iñaki Linazasoro, Grupos Etniker Euskalerria.


 
  1. AEF, III (1923) pp. 57 y 59.
  2. AEF, III (1923) p. 132.
  3. D. ESPAIN. “Des usages mortuaires en Soule” in Bulletin du Musée Basque, VI, 1-2 (1929) p. 24.
  4. Las Constituciones de la Cofradía de las Animas de Sangüesa (N), redactadas en 1798, se hacían eco de esta práctica cuando preceptuaban que después de la misa exequial se acudiera a la casa del difunto para allí rezar el responso.
  5. José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 35.
  6. Bonifacio ECHEGARAY. “Significación jurídica de algunos ritos funerarios del País Vasco” in RIEV, XVI (1925) pp. 102 y ss. Barandiarán por su parte matiza que las refecciones o comidas funerarias “hoy no tienen el contenido místico de antaño”. Vide José Miguel de BARANDIARAN. Estelas funerarias del País Vasco. San Sebastián, 1970, p. 29.
  7. Pierre LAFITTE. “Atlantika-Pirene-etako sinheste zaharrak” in Gure Herria, XXXVII (1965) pp. 101-102.