XIII. PORTADORES DE OFRENDAS EN EL CORTEJO

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Según se ha recogido en las investigaciones de campo, en tiempos pasados fue común que los participantes en el cortejo fúnebre tanto familiares del difunto como vecinos llevaran ofrendas. Las mujeres; panes, olatak, o cera, argizaia, y los hombres; cirios o hachas, ezkoak, y luego todos ellos, luces. Los niños, a menudo, iban con velas en cabeza de la comitiva y otro tanto hacían los cofrades y familiares que caminaban junto al féretro. Las mujeres llevaban rollos de cera atados en espiral a una tabla, argizaiolak, para la sepultura familiar y los hombres hachas que, tras la ceremonia, se dejaban en la iglesia para el culto de la parroquia. Esta tradición se ha conservado en muchos lugares hasta los años cincuenta y sesenta. Al igual que antiguamente las ofrendas fueron de animales, partes de animal u otras carnes, las anteriormente mencionadas han sido sustituidas con el tiempo por ofrendas de coronas y ramos de flores.

Además de las ofrendas generales citadas, en la comitiva fúnebre se llevaba una ofrenda singular que de alguna forma simbolizaba la de la casa mortuoria. En este apartado se describe la figura de la mujer o mujeres portadoras de esta ofrenda más señalada y que por tanto ocupaba un lugar destacado dentro del cortejo.

En las comitivas fúnebres de Alava, Bizkaia, Gipuzkoa y algunos lugares de Zuberoa estuvo arraigada la figura de una mujer, a veces dos, que en un cestillo portaba la ofrenda de pan (más antiguamente en ciertos sitios trigo u otros cereales), o de pan y cera. En algunas localidades llevaba dentro de él los candelabros, velas y demás componentes de la sepultura simbólica perteneciente a la familia. Unas veces, encabezaba el cortejo fúnebre, por delante incluso de la cruz parroquial, como da a entender la propia denominación que recibía, aurrogia, el pan que se lleva delante. Otras veces, iba situada junto al féretro o inmediatamente detrás de él. En algunas localidades llegó a haber una ofrendera abriendo el cortejo y otra cerrándolo. Esta figura comenzó a declinar hace tiempo y se difuminó en torno a la guerra civil de 1936, aunque hay vestigios posteriores hasta los años cincuenta y sesenta en que desaparece.

En los territorios de Baja Navarra y Zuberoa fue común el que la primera vecina portara en un cestillo, ezkozarea, el cirio de la casa mortuoria y eventualmente el de la suya y los de las casas de las primeras vecinas. Caminaba encabezando el duelo femenino junto a la mujer de la casa. En Baja Navarra iba vestida con mantaleta. Al llegar a la iglesia colocaba la cesta delante del dueño o de la dueña de la casa.

Esta ofrenda singular, junto a otras, se depositaba dentro de la iglesia en la sepultura simbólica de la casa mortuoria.

Estuvo generalizada la costumbre de que la portadora de la luz o de la «sepultura» estuviera encargada del cuidado de las luces de la sepultura familiar del difunto durante las exequias fúnebres.