XV. RITOS EN TORNO AL FUEGO DOMÉSTICO
Hasta entonces el hombre vivía y se movía en un medio natural compartido con otras especies animales. A partir de esta primera revolución energética[1] todas las otras especies animales quedarán excluidas de este espacio.
Precisamente si bien el temor al fuego es instintivo en las especies animales, el vínculo que los humanos han mantenido con él a lo largo de la evolución ha sido tan estrecho que debe educar a sus crías, a los niños pequeños, acerca de la peligrosidad del mismo para evitar que se quemen. En un volumen anterior de este Atlas etnográfico hemos recogido alguna creencia relativa a la restricción de “jugar con fuego” de los niños dada la enorme atracción que ejerce sobre éstos, tanto para evitar que se accidenten como para alejar el peligro de que prendan la casa[2]. Surge así el hogar como espacio estrictamente humano; el acceso de otros animales a él constituyó precisamente la domesticación de éstos.
La atracción no es sólo infantil sino que nos acompaña el resto de nuestras vidas. Así hablamos del poder hipnótico que sobre nosotros ejerce el fuego y el mismo ha entrado a formar parte de nuestro lenguaje relacionándolo con la propia vida o con el amor. Expresiones como avivar el fuego, decir que es mortecino el que está a punto de extinguirse o estar al amor de la lumbre, constituyen el contrapunto a hablar del fuego de la vida o del amor o de apagarse la llama de la vida.
Por elemental que parezca este hecho que nos aporta la arqueocivilización, es necesario tenerlo presente para interpretar el desarrollo ulterior de la cultura doméstica en la diversidad de los pueblos.
El fuego del hogar que hasta ayer era, aún entre nosotros, un elemento primordial de la casa y el eje de la convivencia familiar, es también un elemento básico en el origen mismo de la civilización.
El microclima que genera en su entorno este fuego controlado se convierte en un ámbito de relación humana. Cuando ese fuego es estable en un mismo lugar adquirirá la condición de ser testigo de las sucesivas generaciones que convivieron junto a él. Conviene tener presente que hasta que hicieron su aparición las cocinas de gas butano, el fuego debía estar encendido cada día del año, incluidas las calurosas jornadas del estío, ya que constituía la única fuente de calor que permitía cocinar los alimentos. En este contexto ha adquirido el fuego en nuestra cultura tradicional la consideración de símbolo de la casa, genio del hogar y ofrenda dedicada a los antepasados[3].
Relacionadas con el fuego han surgido numerosas tradiciones como las que se señalan a continuación y otras que mencionaremos en este capítulo que hacen referencia a la antigua virtualidad que se atribuía al fuego doméstico y que han tenido una gran extensión a lo largo de Vasconia.
Al fuego del hogar, por ejemplo, se le pedía la segunda dentición. Existía entre los niños la costumbre de arrojar al fuego del hogar el diente caído invocándole: Tori zarra ta ekatzu berria (toma el viejo y trae el nuevo)[4] (Oiartzun-G). Este fuego era también capaz de purificar el pan u otros alimentos contaminados por haber caído al suelo o el agua traída de la fuente tras la puesta del sol. En torno a este fuego tenían que dar tres vueltas las personas o los animales que venidos de fuera quedaban incorporados a la casa.
Vamos a referirnos a algunas de las creencias y ritos en torno al fuego doméstico recogidas en nuestras encuestas y que han estado vigentes hasta nuestros días.
Apartados:
Las brasas del hogar. Sua biltzen, sua batzen
El fuego del hogar en días señalados
Incorporación a la casa de un animal recién adquirido. Etxerako izan
- ↑ André VARAGNAC. La cônquete des energies. Paris: (Hachette), pp. 65 y ss.
- ↑ ETNIKER EUSKALERRIA. Medicina popular en Vasconia. Atlas Etnográfico de Vasconia. Bilbao, 2004, p. 608.
- ↑ José Miguel de BARANDIARAN. Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca. Bilbao: 1972, p. 218.
- ↑ En el tomo de este Atlas Etnográfico dedicado a Juegos infantiles en Vasconia se recoge esta costumbre y las cancioncillas que se cantaban.