Juegos con arcilla: tapulero

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Con este nombre se conocía un juego para cuya ejecución los niños necesitaban modelar arcilla o barro. Para designarlo se empleaba la expresión: «Tapulero se le ve» en los pueblos vizcainos de Durango, Galdames y Portugalete y en el alavés de Laguardia. Parece derivar de la frase ritual que el lanzador de la arcilla recitaba antes de arrojarla. En Vitoria (A) se denominaba simplemente «Tapulero» y en Muskiz (B) «Tapuleros».

En el barrio Ergoien de Amorebieta Etxano (B) le llamaban «Tapalagujero» y en el de San Bartolomé «Tapamortero se le ve». En Allo (N) «Las ollas».

José María Iribarren recoge en su «Vocabulario Navarro» varias denominaciones para este mismo juego: «Tapabullero» (Zona Media, Ribera, Los Arcos), «Tafaforate» y «Zafaforate» (Tudela), «Tapamortero» (Valle de Yerri), «Talomortero» (Leiza), «Tartabollero» (Améscoa) y otras dos similares a las últimas: «Talamortero» y «Tartabullero»[1].

Al definir la voz talomortero este mismo autor dice que procede del vasco talo: torta[2]. También comenta que en Alava es conocido como «Tapullero» y en Bilbao como «Tapulero»[3].

Este juego ha solido ser propio de chicos (Durango, Muskiz, Portugalete-B, Allo-N) si bien en Laguardia (A) lo practicaban ambos sexos.

En Durango (B) los participantes se colocaban en corro, cada uno con su porción de buztiña, arcilla. Se procuraba amasar bien con las manos, quitando todas las piedras que pudiese contener. Después se le daba forma de cazuela con las paredes gruesas y el culo fino, y una vez preparada se cumplía con el rito de echarle un salivazo o pollo.

Cazuela para jugar a tapulero. Lekeitio (B). Fuente: Archivo particular Maite Jiménez Ochoa de Alda.

Se ponía en la palma de la mano y el que tenía que lanzarla decía: «Tapulero se le ve». Otro de los jugadores le contestaba: «Dale contra la pared». El primero la arrojaba con fuerza sobre una losa, con la boca de la cazuela orientada hacia abajo. Al estrellarse, el aire acumulado en su interior provocaba la explosión del recipiente. El estallido debía ocurrir en el momento mismo del impacto con el suelo. Si la ruptura se producía en el aire, no valía.

El jugador que había replicado con el «dale contra la pared» tenía entonces que tapar con su buztiña los agujeros producidos. Si lo lograba se llevaba toda la arcilla; en caso contrario, se la llevaba el lanzador. No se ganaba salvo que al contrario se le terminase toda. En realidad se trataba de cobrar una porción de esta materia para tener más que los amigos.

En Salinas de Añana (A) utilizaban greda, esto es, la arcilla destinada para cerrar las eras de la sal, con la que modelaban una especie de platos hondos.

En Vitoria (A) tiraban estos cuencos de unos 10 ó 12 cm. de diámetro contra una pared lisa. Al reventar emitían un ruido característico y dejaban impreso en la pared un peculiar dibujo, no muy del agrado de su dueño. Al lanzar la pella, cada niño decía la fórmula ya repetida: «Tapulero se le ve», contestando los demás «Dale contra la pared».

En Muskiz (B) jugaban del mismo modo: Un niño lanzaba con fuerza y destreza contra el suelo plano la cazuela a fin de que reventase el culo. El contrario, con su barro, tenía que tapar el agujero que se producía en el tapulero, así que cuanto más grande era este boquete tanto mejor. Este juego se practicaba sólo en verano. Los informantes recuerdan que el estado en el que quedaban al terminar de jugar era tan lamentable a causa de las salpicaduras, que siempre «había leña» al regresar a casa.

En Galdames (B) ya no se juega; sin embargo, lo recuerdan aún las personas que rondan los treinta años de edad. Consistía simplemente en hacer una especie de cazoleta de barro dejando más delgada la parte del culo y lanzarla contra una pared para que estallase, lo que producía un peculiar sonido. Para arrojarla se utilizaba la fórmula ya vista: «Tapulero se le ve», contestando otro: «Dale contra la pared».

En Portugalete (B) tiraban las cazoletas contra la pared también al son de «Tapulero se le ve, tira contra la pared» y ganaba aquél que consiguiese que la suya quedase adherida y además se rompiese o agrietase. En Zamudio (B) las lanzaban contra la pared o el suelo tras decir igualmente: «Tapulero se le ve, dale contra la pared».

En Laguardia (A) se jugó entre la segunda década de este siglo y la de los sesenta. Se hacía barro en los alrededores del kiosko y luego se lanzaba contra la pared de piedra del mismo diciendo: «Tapulero se le ve darle contra la pared».

En Leiza (N), a diferencia de lo relatado hasta ahora, el que lanzaba la cazuela de barro decía: «¡Tapomortero!», y el jugador contrario respondía: «¡Polo !»[4].

En Allo (N) jugaban durante los meses invernales. Los niños amasaban con arcilla unas tortas anchas a las que daban forma cóncava. Escupían además en la superficie interna para dejarla más lisa. Luego las lanzaban con fuerza contra el suelo de piedra, de manera que con el impacto se abriesen agujeros. Ganaba el que conseguía el mayor orificio.

En Bilbao (B), en la zona de Olabeaga, posaban la base de la cazuela sobre la palma de la mano y a continuación la arrojaban al suelo en posición invertida. Al igual que en Allo, ganaba el que lograba el agujero mayor. El lanzador pronunciaba la fórmula de costumbre: «Tapulero se le ve» y era replicado: «Dale contra el culo de la pared».

Este juego nos ha sido transmitido por los informantes de forma incompleta, no tanto por su mala memoria sino porque parece haber ido corrompiéndose y simplificándose con el paso de las décadas. Algo de ello queda reflejado en las descripciones anteriores. Sólo la versión de Durango ofrece un desarrollo suficiente como para resultar coherente. A pesar de lo cual, la propia fórmula ritual con la que se inicia el juego: «Tapulero se le ve», permanece críptica y oscura.

Una posible interpretación sobre su origen la aporta indirectamente J.M. Iribarren al definir la voz tapabullero: «Juego infantil (...). Consiste en lanzar contra el suelo una especie de torta cóncava de barro arcilloso, para producir una detonación pequeña ocasionada por la presión del aire. Los jugadores suelen ser dos, provistos de sendos pedazos de arcilla. El lance del juego consiste en ganar todo el barro del contrario. Para ello tiran alternativamente diciendo: «Tapabullero; ¿se ve?». Yel que no tira contesta: «se ve» o «no se ve» según que en la masa de barro (que procuran adelgazar mucho para que sea mayor el trozo que se rompa) observe algún orificio, o no. En el primer caso, el que va a tirar debe taparlo; y en el último, o sea cuando le dicen que «no se ve», arroja su arcilla contra el suelo, y su contrario tiene que tapar con barro propio todo el agujero que al golpe se haya producido. Gana el que prepara sus «tapabulleros» de modo que, al chocar contra el pavimento, salte la parte superior de la cazoleta y produzca un gran hueco...»[5].

En Durango (B) se jugaba a otra variante similar a las ya descritas, según la cual no se modelaba la cazuela sino una bola que se lanzaba contra una pared. El contrario, haciendo puntería, arrojaba la suya intentando acertar en el mismo sitio.


 
  1. Jose M.ª IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, pp. 498, 500, 502, 504, 552.
  2. Jose M.ª IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, p. 500.
  3. Jose M.ª IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, p. 502.
  4. Jose M.ª IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, p. 500.
  5. Jose M.ª IRIBARREN. Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, pp. 501-502.