Lanzamiento de tapas de cajas de cerillas, cromos y cartetas
Otros elementos que fueron frecuentemente empleados en los juegos de lanzamiento y que parecen tener cierta antigüedad son las tapas de las cajas de cerillas, es decir, las caras que llevan impresas el dibujo. Para obtener estos sencillos juguetes simplemente había que recortarlos.
Recibían variados nombres, como se podrá comprobar durante la descripción de los juegos, que a su vez muestran cierta variabilidad en sus reglas y se asemejan a los ya descritos para monedas. Junto con las tapas de cerillas, o en su lugar, se empleaban también los billetes de tren.
Los primeros juegos que se citan consisten en sacar las tapas de las cajas de cerillas de una figura geométrica, pero en esta ocasión lo que se lanza no es una de estas piezas sino un objeto de mayor consistencia como una piedra plana, un tacón de zapato algo retocado, arandelas o pequeños fragmentos metálicos planos. De hecho las tapas o los billetes sólo cumplen la función de elementos que se ganan o se pierden durante el transcurso del juego dependiendo de la habilidad de los competidores.
En Zeberio (B) denominaban «Txapetara» a una modalidad para la que se empleaban txapas, esto es, la parte dibujada de las cajas de cerillas y/o billetes de tren, además de piedras planas y los que podían, arandelas de hierro.
En primer lugar se hacía un cuadrado en el suelo en el que se depositaba una determinada cantidad de txapas o billetes en función de su valor, ya que éste variaba. Seguidamente se determinaba el orden de participación. Se trazaba una raya que se conocía como biko, alejada cuatro metros del cuadrado, y desde éste lanzaba cada participante su piedra o arandela de modo que en función del grado de aproximación a la misma se establecía el turno. El juego consistía en tratar de sacar las txapas del espacio marcado sin que el objeto lanzado quedase en su interior.
En Carranza (B) se denominaba «A los santos». Se dibujaba un círculo en el suelo y a cierta distancia del mismo, una raya. Dentro del círculo se colocaban los santos que se obtenían recortando la cara superior de las cajas de cerillas. Previamente se establecía el número que debía poner cada niño.
Los jugadores se situaban detrás de la raya y arrojando una pita intentaban sacar del círculo el mayor número de santos. Cada niño se quedaba con los que extraía. La pita consistía en una suela de goma recortada en forma oval. Cada uno tenía la suya y se esmeraba en elaborarla pues el éxito en el juego dependía de la calidad de la misma. La pita y los santos se llevaban en un saquito o morral hecho de tela de pantalón, que tenía una cuerda para cerrarlo.
En Muskiz (B) jugaban «A la garza» con billetes de tren y una pieza llamada tango, que podía ser un pedazo de plomo, hierro o un tacón de goma de cualquier zapato al que se le recortaban las puntas para redondearlo. El juego consistía en sacar los billetes que estaban depositados en el interior de un círculo trazado en el suelo, lanzando el tango de modo que no quedara dentro.
Para conseguir los billetes, los chicos se los pedían a los viajeros que concluían su trayecto o recogían los arrojados a las vías siempre atentos a los trenes y a las broncas de los ferroviarios por los peligros que entrañaba tal acción (ver dibujo).
También en Durango (B) se jugaba «A la garza». Empleaban para ello baturros y para desplazarlos arrojaban chapas de acero, de lima, tacones de goma o cantos rodados.
Los baturros tenían distintos valores. El recortado de una caja de cinco céntimos era la unidad tipo; el procedente de una de diez céntimos valía por cinco y si se había obtenido de una caja extranjera por quince o veinte.
Primeramente se estipulaba el número de baturros a los que se jugaba. A la apuesta inicial o número de los mismos que se depositaba se le llamaba la hecha. Se trazaba en el suelo un cuadrado, que es lo que recibía la denominación de garza y en su interior se depositaban las tapas de las cajas de cerillas. Para saber quién era el primero en jugar «se echaba al doque», esto es, se hacía una raya y desde una distancia de unos dos metros se tiraba la chapa tratando de acercarla lo más posible. El que sobrepasaba la raya, usten, quedaba directamente eliminado. El niño que más hubiese atinado era el primero en arrojar su chapa. Colocaba un pie donde hubiese quedado ésta tras tirar al doque y con el otro se adelantaba hacia la garza. Si sacaba un baturro volvía a probar suerte desde el punto donde se hubiese parado la chapa. Si ésta quedaba dentro del cuadrado se decía «preso» y entonces se amontonaban los baturros y se posaba la chapa sobre ellos. Los demás jugadores, si querían ganar alguno, tenían que desplazar primero la chapa fuera de la garzapara luego sacarlos o extraerlos todos a la vez.
A continuación se recogen más juegos practicados con cajas de cerillas o billetes de tren. En esta ocasión son dichos objetos los que se lanzan y no se emplean otros de mayor consistencia. Sólo al final se describe un juego en el que se arrojan monedas.
En Durango (B) practicaban un juego llamado «A baturros» que era propio de niños y en el que, como su nombre indica, empleaban baturros y a veces billetes de tren. Provisto cada jugador de su baturro, lo arrojaba hacia una pared desde un punto determinado de antemano, con objeto de acercarlo lo más posible a la misma. El que mejor punto obtenía, recogía todos en su mano y los volvía a tirar contra la pared. Los que al caer mostraban la cara se los quedaba para sí. El segundo jugador tomaba los restantes y repetía la operación. Y así proseguía el juego hasta que se acababan.
En Ezkio (G) el juego se conocía como «Ardogiketan» y era practicado por chicos. Utilizaban las cubiertas coloreadas de las cajas de cerillas pero valoraban más los billetes de tren, que eran de dos colores: marrones y amarillos. Los primeros equivalían a cuatro tapas de cerillas y los amarillos valían aún más.
Cada jugador debía lanzar contra una pared su cartón correspondiente. Aquéllos a quienes les caía con el dibujo hacia arriba eran en principio los ganadores. Si resultaban varios se procedía a sucesivos desempates hasta que quedaba un único triunfador. Este tomaba juntas todas las tapas y las echaba de nuevo contra la pared. Las que al caer mostraban el dibujo eran para él y las restantes las lanzaba quien le siguiese en el turno. Así hasta que se terminaban.
En Moreda (A) jugaban «Al punto», ya descrito en un apartado precedente, con los santillos de las cajas de cerillas. Estos se recortaban de la parte superior de las mismas. Se lanzaban contra una pared y el participante que conseguía acercar más el suyo ganaba todos los que estuviesen en juego. Otra variedad consistía en lanzar los santillos al aire intentando que al caer al suelo montasen sobre otros que estuvieran ya en tierra. El que lo lograba se llevaba el o los que hubiesen quedado debajo.
En Artajona (N) solía jugarse pidiendo «cara» o «culo» y lanzándolos al aire como con las monedas.
En Allo (N) el juego conocido como «A cartones» era practicado por chicos. Los cartones se preparaban a partir de las caras impresas de las cajas de cerillas. La mecánica de este juego era similar a la de voltear monedas de un montón. Se ponían varios cartones apilados con el dibujo hacia arriba. Después, cada participante lanzaba una moneda haciéndola rebotar primero contra una pared y finalmente tiraba contra el montón con el propósito de voltear los cartones.
Los cromos de jugadores de la liga de fútbol, además de servir para pegarlos en los álbumes con maseta (engrudo de agua y harina semicocida), se utilizaban en localidades como San Martín de Unx (N) para otros juegos:
– «A la raya». Los jugadores se colocaban de espaldas a las gradas del frontón, mirando a la raya divisoria del terreno de juego y alejados unos dos metros y medio de ella. Desde esa posición lanzaban los cromos tratando de aproximarlos cuanto fuera posible a la línea o bien de montarlos sobre ella. Al que consiguiese acercar más el suyo, los compañeros de juego debían darle un cromo cada uno. El que lograba dejarlo sobre la raya recibía dos, y el que se pasaba quedaba eliminado.
– «A la raya montaña». En el mismo espacio de juego, colocados de igual forma y sin tener en cuenta la raya, debían ir lanzando al suelo sus cromos, de modo que ganaba el que lograba montar el suyo sobre otro. Si se daba esa circunstancia, el que lo conseguía se llevaba para sí todos los del suelo. El primero en lanzar solía hacerlo lejos, incrementando así la dificultad del juego. Para tirar un cromo, se tomaba con los dedos índice y pulgar, disponiéndolo paralelo al suelo, y se le daba un giro a la mano.
– «A la montaña». En este caso el lanzamiento se hacía con la palma de la mano, deslizándola sobre una grada en dirección al suelo. El reglamento era el mismo que para el anterior juego. Los veteranos de esta generación, nacidos entre 1955 y 1965-70, jugaban a esta modalidad incluso con cartetas y chapas aplanadas. Los chavales pasaban tardes enteras haciendo chapas para este juego.
En Aoiz (N) los niños comenzaron a jugar «A los cromos» a partir de 1970 y la costumbre ha perdurado hasta hace un par de años o poco más. Utilizaban los de futbolistas, ciclistas, etc., que servían también para pegar en los álbumes. A partir de dos, pueden jugar los que quieran. Se traza una línea en el suelo y cada jugador lanza desde ella un cromo hacia adelante. Se juega por orden y cada uno trata de que el suyo quede encima de otro lanzado con anterioridad. Basta con que quede montado un poco, no es imprescindible que lo cubra en su totalidad. El que lo consigue se lleva el cromo que ha quedado debajo. Gana el que logra más y el juego concluye cuando así lo deciden los que toman parte en él.
En Eugi (N) se jugaba a entretenimientos del tipo de los descritos hasta aquí utilizando cartetas. Estas se obtenían a partir de cartas viejas o cartones que se recortaban y doblaban en forma de cuadrado. Si la carteta obtenida era grande se denominaba cartetón.
Una de las modalidades practicadas en esta localidad consistía simplemente en lanzar cartetas al aire, al igual que se hace con monedas, para ver de qué cara caían. Se competía por parejas y cada participante debía poseer varias, una para jugar y las restantes para apostar. Cada uno decidía si jugaba «a caras» o «a cruces»; después de elegir lanzaba la carteta al aire y el que perdía debía entregar una de ellas a su adversario.
Los chicos también se jugaban las cartetas por un procedimiento similar al de derribar monedas de un pedestal. Se colocaban encima de un bote varias cartetas aportadas por los participantes. Se situaban éstos a cierta distancia del mismo y cada uno lanzaba su piedra tratando de derribarlo. Si un jugador lo conseguía, el que tuviese su piedra más cerca de las cartetas caídas se adueñaba de ellas, aunque no hubiese sido el afortunado en tirar el bote. Si nadie lo derribaba, volvían a probar suerte en una nueva tanda.
Para la siguiente modalidad se necesitaba una carteta grande y varias pequeñas, una por cada participante. A éstas se les ponía a veces una moneda u otro objeto con el fin de que pesaran más. Todas las cartetas estaban marcadas con cara y cruz. Los jugadores se situaban a unos dos metros aproximadamente de la carteta más grande y tiraban en su dirección las pequeñas. El que la acercase más se colocaba muy próximo a ella y le arrojaba con fuerza su carteta tratando de darle vuelta. Si no lo lograba perdía su oportunidad y pasaba a probar suerte el siguiente, que, después del anterior era el que más se había acercado en el primer lanzamiento. Este juego era practicado por muchachos hasta los veinte años de edad y solían apostar monedas de poco valor.
En una versión similar a la anterior se utilizaban chapas, que eran unas láminas metálicas rectangulares de las que se colocaban en las cabezanas o cabezadas de los caballos para su identificación. Se posaba una carteta en el suelo y los jugadores trataban de darle vuelta arrojándole sus chapas. El que lo lograba ganaba la carteta.
En Sangüesa (N) estos elementos de juego se denominaban carpetas y también se fabricaban a partir de cartas de una baraja. Del mismo modo se obtenían los chapones sólo que éstos valían más, por el rey se podían obtener entre quince y veinticinco carpetas y el as de oros equivalía a seis u ocho.
Con las carpetas practicaban un juego similar a otro descrito para Eugi (N). Se colocaban sobre un taruguico llamado chis. A veces utilizaban como tal el núcleo de madera de los carretes de hilo. El primero en jugar tiraba con una piedra plana o con un tacón intentando darle y derribar las carpetas. Después probaban suerte los demás. Si nadie lo conseguía, ponían carpetas los dos niños cuyos tacones habían quedado los más alejados del chis.
La carpeta también era utilizada como moneda de cambio en los juegos, constituyendo el tributo que había que pagar al perder. Desaparecieron hacia los años cincuenta.