Ranas sapos y renacuajos
Otros animales que han sufrido la actividad predadora de los niños han sido las ranas y los sapos. La suerte que corrían los anfibios capturados variaba desde la inocuidad de una carrera hasta la pérdida de la vida en otros juegos que se describen más adelante.
En Valdegovía (A), cada muchacho, provisto de una rana a la que imponía un nombre, participaba en una carrera entre dos líneas trazadas en el suelo que representaban la salida y la llegada. Durante el recorrido estimulaban a los, batracios mediante palos, escupitajos, soplidos y otros procedimientos análogos. También en Portugalete (B) recuerdan haber organizado este tipo de competiciones.
Al igual que en otros lugares hacían fumar a los murciélagos, en algunas localidades navarras se ocupaban en idéntico menester con los batracios. En Lezaun capturaban sapos, o arrapos como les dicen, y les daban a fumar biurris, que son parecidos a las enredaderas. Dicen los encuestados que tragaban todo el humo y algunos manifiestan haberlos visto reventar. En Izal les metían cigarrillos en la boca para observar cómo se hinchaban. En Obanos se constata la misma actividad, al igual que en Lekunberri, pero aquí con ranas. Los informantes de esta última localidad también afirman que reventaban.
En Eugi (N) para abrirle la boca al animal recurrían a un método bastante expeditivo: Le pisaban la cabeza de modo que no le quedara más remedio que separar las mandíbulas, circunstancia que era aprovechada por los muchachos para introducirle el cigarro.
No salían mejor parados estos anuros cuando los chiquillos se entretenían inflándolos. En Ribera Alta (A) era frecuente capturar ranas y sapos y tras introducirles una paja por el culo, soplar por el extremo libre de la misma para observar cómo se hinchaban hasta morir. También en Galdames (B) lo hacían con ranas. En Garde (N) tras inflar los sapos por el anterior procedimiento, los llevaban al río y los dejaban allí flotando. En Durango (B) depositaban las ranas, una vez llenas de aire, sobre el agua del riachuelo y jugaban a ver cuál llegaba antes a una meta.
Otra actividad practicada con los sapos era la que en Eugi llaman «al sapo-salto». Capturaban uno de estos anfibios y construían un sistema de balancín apoyando un madero por su punto medio sobre una piedra. En un extremo del mismo se colocaba al animal y golpeando fuertemente en el otro conseguían que saliese volando por los aires. En Carranza (B) se conocía como «mantear el sapo» y empleaban para ello una tablilla alargada. Para lanzarlo pisaban con fuerza en el extremo libre de la misma o golpeaban con un palo para que ascendiese lo más alto posible. Se manteaban solo los de «tripa gorda», porque eran los que mejor reventaban al estrellarse contra el suelo. En esta localidad se les decía a los niños que debían tener cuidado con el líquido que saltaba pues se aseguraba que si le caía en la piel a alguno después le crecían sapinas. También en Galdames (B) se conocía esta costumbre de «reventar sapos».
En Aria (N) combinaban ambos suplicios. Primero le ponían un cigarro en la boca hasta que se hinchaba y después le posaban en una tabla y le lanzaban al aire para que al caer reventase.
En Artziniega (A) cuentan que matan las ranas con chimberas por simple diversión.
Los renacuajos reciben variados nombres, el más común de los cuales es sapaburu, que es de uso generalizado o al menos conocido en una extensa zona que abarca no sólo el área euskaldun sino también su entorno castellanoparlante. En las localidades navarras se les conoce por diversos apelativos. Cabezones en Lezaun y Monreal o cabezudos en Aoiz y Obanos[1].
Otras denominaciones son: txdnguriak (Lekunberri-N), txalburuak (Berastegi-G), sapoixik (Zerain-G), zapaburus (Artziniega-A), zampaburus (Trapagaran-B, Valdegovía-A), zampaburros (Salvatierra-A), cucharones (Salinas de Añana-A), pampabolas (Garde-N) y perros (Carranza-B).
Los niños atrapaban los sapaburus por simple entretenimiento. Lo hacían a mano o empleando botes. En Oragarre (Ip) empleaban unos cestillos que elaboraban con juncos y después los metían en tarros. En Lekunberri recurrían a un procedimiento bastante elaborado: Colocaban ladrillos en el lecho del río de manera que los txanguris se introdujesen en los huecos de los mismos. Al día siguiente se recogían tras cerrarles los extremos, para vaciarles después fuera del agua.
Antes y ahora su captura tiene lugar en fuentes, abrevaderos, charcas y ríos de escaso caudal, tras lo cual se guardan en botes o botellas.
Aunque no suele tener otra finalidad que el entretenimiento, como aseguran en Valdegovía (A) y Oragarre el interés de esta caza reside en observar el desarrollo posterior del animal. Es por tanto el primer contacto con un complejo proceso: la metamorfosis, que en el futuro les permitirá relacionar unos seres aparentemente diferentes como distintas etapas del ciclo vital de un mismo animal.
Comentan en Ribera Alta (A) que a veces observaban cómo crecían pero que en la mayoría de las ocasiones se divertían cortándoles la cola o sometiéndolos a otras crueldades hasta causarles la muerte.
- ↑ Jose María Iribarren en su obra Vocabulario navarro. Pamplona, 1984, recoge además los nombres de gurrabacho, ardanchopa, ampallaubri y cabezolo.